Hola, soy Dero, Vara-Dero, y todos dicen que soy «Una Varadero Trotona». Hoy os voy a contar mi primer viaje a Elefantes. Ese año, en Pingüinos y a cuatro grados bajo cero, todas nos quejábamos del frío hasta que varias veteranas compañeras viajeras empezaron con el: «Esto no es nada, para frío el que hace en Elefantes…». ¿Elefantes? ¿Dónde está eso? Venga, va, vamos a ver si realmente hace tanto frío como dicen. Así que gracias a una semanita de vacaciones de mi piloto nos pusimos en camino hacia el este.
Estamos ante un viaje relativamente largo pero, sobre todo, una excursión en invierno a la Europa Central donde las condiciones climáticas marcan mucho las visitas turísticas, de ahí que empezásemos recorriendo zonas cercanas: Cataluña. En la Ciudad Condal fuimos a los lugares típicos como la estatua de Colón al comienzo de Las Ramblas o la archiconocida e inacabada Sagrada Familia. También visitamos otros sitios que me apetecía conocer pese a no ser realmente turísticos, como la torre Agbar y, cómo no, el Tibidabo porque… ¿Qué moto va a Barcelona y no sube al Tibidabo? Supongo que a las compañeras de Cataluña les hará gracia este tema, al igual que a mí me resulta curioso ver lo entusiasmadas que suben al Angliru o a los Lagos de Covadonga las motos de otras regiones que vienen de visita a Asturias.
Un poco cansada de semáforos, direcciones prohibidas y atascos, me encaminé a la famosa carretera del Garraf de la que tanto había oído hablar y que no me defraudó: buen asfalto, muchas curvas y precioso paisaje, aunque algo congestionada. Para poder rodar tranquilamente, paraba en algún aparcamiento a contemplar el paisaje y sacar alguna foto hasta que «se iba la caravana», luego reanudaba la marcha y disfrutaba de la carretera. Una no se planta en el Mediterráneo para ir a 30 km/h detrás de un camión y 20 coches.
Finalizada la carretera, seguí dirección sur hacia un pueblecito con mucho encanto, El Roc de San Caieta, que sorprendió gratamente a mi piloto puesto que estuvo bastante tiempo deambulando por sus callejuelas. Después de que Santi hiciese la típica visita turística, volví a enfocar hacia el sur hasta llegar al Delta del Ebro, un lugar pintoresco pero poco agraciado. Hasta el encanto que tenía el cruzar el río en barcaza desapareció al estar esta fuera de servicio, al menos, en aquel momento.
Al día siguiente me esperaba otra etapa corta en kilómetros con un día de sol precioso, así que mi piloto aprovechó para seguir con sus visitas turísticas a pueblos con encanto, como Calella de Palafrugell, Besalú o Cadaqués. Al comienzo de la tarde, y ya cumplidas las obligaciones turísticas, reposté en España para ahorrarme unos euros y cogí la autopista hacia Francia donde teníamos reservado un hotel en Millau. Aproveché para visitar su famoso puente, del que dicen que es el más alto del mundo. No te voy a engañar, después de atravesar el puente de Oresund (entre Dinamarca y Suecia) y pasarlo bastante mal, aunque fuese mucho más bajo, debido a las grandes ráfagas de viento, mi piloto no las tenía todas consigo, y yo tampoco. Afortunadamente el puente dispone de unas pequeñas pero efectivas protecciones laterales que me permitieron cruzarlo sin darme cuenta de su verdadera altura. Claro está que una vez debajo de él, en la carreterita que hay en el fondo del valle, me di cuenta de su verdadera dimensión. En el valle apenas se distinguen los camiones sobre una estructura tan grande. Impresiona. Me acerqué al centro de información del puente pero eran las 17:30 y en Francia cierran muy pronto. En fin, más fotos y al hotel a descansar.
Al siguiente día salí temprano para recorrer las Gargantas de Tarn que tenía muchas ganas de conocer, pero un desprendimiento en la carretera me impidió pasar. Busqué una alternativa por carreteras secundarias y pequeños puertos de montaña poco transitados. Me encanta este tipo de vías donde puedes parar casi en cualquier lugar para contemplar rincones pintorescos, hasta los pueblos se integran con el paisaje ya que los lugareños hacen uso de las materias primas que tienen más a mano para sus construcciones.
El día no era agradable, muchas nubes, algo de fina lluvia y bastante frío, aunque a ratos sol. Así continué en dirección a Lyon y el tiempo se complicó. Comenzó a nevar ligeramente en los altos de los puertos pero sin que llegase a cubrir la carretera. Por fin abandoné las carreteras secundarias que disfruté pero me retrasaron mucho el avance hacia mi destino. Entré en Suiza y me compré mi primera viñeta a pesar de haber estado anteriormente varias veces en este país. Llegué al hotel, a las afueras de Zúrich, de noche, con lluvia y con un tráfico infernal. Además, el pronóstico del tiempo para el día siguiente en Suiza no era nada alentador: nieve abundante en todo el país. Y así amaneció, nevando sin parar. Sin pensármelo dos veces cogí la autopista en dirección a Múnich.
Fue uno de los peores tramos de mi corta existencia: autopista con bastante tráfico, nieve abundante, poca visibilidad, nulo paisaje por la niebla, temperaturas bajo cero, vehículos locales acostumbrados a la climatología y a gran velocidad pero de nuevo se cumplió la predicción meteorológica y al entrar a Alemania por Liechtenstein, el tiempo cambió radicalmente.
Todo el llano paisaje que rodeaba las autopistas alemanas estaba cubierto por una preciosa capa de nieve pero el asfalto se encontraba limpio (excepto parte de los arcenes y algún lugar sombrío) lo que me permitió rodar con tranquilidad disfrutando del soleado y frío día. Ahí Santi se dio cuenta de por qué había tan pocas fotos de los viajes a Elefantes en los trayectos de ida y vuelta ya que con el frío y el mal tiempo, no apetecía nada pararse. En una paradita para repostar y tomar un poco de aceite, vimos las primeras compañeras que parecían dirigirse a nuestro mismo destino aunque sus pilotos no estaban por allí. Enseguida arrancamos hacia Múnich donde mi piloto me llevó a ver unos curiosos edificios.
Museo BMW
Se trataba nada más y nada menos que del Museo BMW, una marca de reconocido prestigio entre todas nosotras. La mayor parte del museo estaba dedicado a nuestros parientes de cuatro ruedas, dejando para nosotras un lugar realmente escaso. Eso sí, había una colección muy representativa de todos los modelos de la marca, desde los más antiguos hasta alguno de los más curiosos. Además, muchos estaban expuestos de una forma muy peculiar en una pared junto a una rampa y con la base acristalada lo que permitía ver ciertas intimidades de algunas compañeras que de otra forma serían casi imposibles de descubrir.
Por supuesto, no podía faltar un homenaje a la mayor seña de identidad de esta marca, su archiconocido «corazón» bóxer. Pero a mi piloto se le ven los gustos a lo lejos y no paró de hacerse fotos y retratar a una veterana del Dakar sin dejar pasar ningún detalle mientras soñaba con aventuras fuera de nuestro alcance.
Finalizada la visita, nos hicimos unas fotos para certificar mi estancia en el lugar y a por el último tramo del viaje disfrutando de un espléndido día de sol. De nuevo avanzamos por una autopista llena de sal que abandoné junto con la eterna planicie para entrar en una cordillera de pequeñas colinas atravesadas por carreteritas encantadoras rodeadas de pinos que me llevaron al hotel que teníamos reservado. Dejamos el equipaje y aprovechamos las horas de sol y buen tiempo que quedaban para recorrer unos interesantes tramos que imponen respeto por la cantidad de nieve acumulada en las orillas. En esta zona no había tanta sal en las carreteras. No sabía si alegrarme o preocuparme.
Por fin llegamos a Solla, un lugar del que había oído hablar en multitud de ocasiones y que mi piloto había visto en infinidad de crónicas. Cómo no, toca sacarse unas fotos en este pueblo. Me rebozo entre la nieve, que no tenía ninguna foto tumbada en ella. Después de la aventurilla, empecé a preocuparme. Di varias vueltas al pueblo, preguntamos a los lugareños, investigamos todos los rincones, pero no había señales de la concentración.
Como hacía un día precioso, investigué por mi cuenta varias de las cinco carreteras que llegaban y partían de Solla aprovechando la luz del sol y disfrutando de esta zona de la Selva Negra donde los bosques de pinos cubiertos de nieve envuelven las carreteras ofreciendo bonitas instantáneas. Nada, que no encontrábamos la concentración ni la localidad de Loh. Decidimos volver al hotel por otra carretera distinta a la que habíamos venido y por el camino nos cruzamos con un par de sidecares y una moto, todos cargados a tope. Los seguimos. Como era de esperar, tomaron la primera carretera que yo había investigado pero que abandoné a no más de un kilómetro de Solla. Santi no consiguió localizar el pueblo de Loh en el GPS, a ver si estos sidecares saben el camino.
¡A la primera! Llegué a Elefantentreffen aún de día, con sol pero siempre por debajo de cero grados. Mi piloto se inscribió, compró unos recuerdos y bajamos hasta el cartelito a sacarnos la foto correspondiente. Había que aprovechar el día así que, como en todas las concentraciones, yo me quedé a la entrada del recinto viendo llegar a las compañeras cargadas hasta las manetas mientras mi piloto se daba su primer paseo por el interior del recinto. Ya empezábamos a darnos cuenta del tipo de motos que frecuenta esta concentración puesto que las preparaciones eran de lo más variopintas y, sobre todo, artesanales. Supusimos que todo lo que llevaban serviría para algo, pero no lo teníamos del todo claro. Ya anocheciendo nos acercamos al hotel que estaba a tan solo 15 km. La verdad es que imponía un poco de respeto circular por la noche a -7º C por carreteras rodeadas de nieve y con regueros de agua cruzándola con el peligro de las placas de hielo.
El reino del sidecar
El día siguiente amaneció espléndido, con un sol radiante y unos paisajes de postal. Volvimos a la concentración por una carretera distinta a las anteriores pero igual de bonita y poco transitada. Mira por donde, por aquí sí que encontramos indicaciones con un elefantito en todos los cruces. De nuevo, yo quedé aparcada a la entrada de la concentración como era de esperar puesto que no hay ninguna actividad programada al tratarse de una reunión libre y estar aún a jueves, un día antes de lo que se suele entender como el comienzo de la concentración.
Si hay una cosa que predominaba por allí, son los sidecares. Los había para todos los gustos. Incluso llegaban de dos en dos, siempre cargados hasta los topes a pesar de la edad de algunos y pese a tener que circular por pistas con barro y nieve dentro de la zona de acampada donde formaban pintorescos grupos y verdaderos atascos.
Había sidecares de todo tipo, desde los clásicos militares a otros súper modernos que se asemejaban a coches de tres ruedas, pasando por deportivos radicales o auténticas preparaciones 3 x 3, hasta llegar al sidecar que le hubiese gustado tener a Mad Max. Pero también se pueden ver motos convencionales, casi siempre con cadenas en las ruedas o con esquís laterales, un tanto artesanales en ocasiones o mucho más sofisticados y funcionales en otras. Había preparaciones por todos lados, casi siempre para aumentar la capacidad de carga de mis compañeras sin invertir demasiado dinero o para proteger nuestra parte más sensible al frío: el piloto. Había preparaciones realmente curiosas, como acoplar un side por la derecha a una moto que lleva el cardan por ese lado, y otras preparaciones mucho más espectaculares para adaptarse a la climatología reinante hasta el punto de llegar a prescindir de alguna de nuestras ruedas en favor de un esquí o dos, casi todo valía por estas latitudes.
Una de las preparaciones más espectaculares que vimos era una mesa para cortar madera autónoma y autopropulsada. Pero tanta preparación casera solía tener sus consecuencias, como una compañera DR 650 que rompió su motor y derramó todo su aceite en la carretera porque la privaron de refrigeración. ¡Hay pilotos que no nos merecen! Menos mal que otros nos tratan como auténticas reinas, como un triciclo de carga que venía de Italia y estaba perfectamente restaurado y cuidado.
Otro tema interesante en la concentración era el transporte, llevado a límites insospechados por mis compañeras alemanas. Normalmente los encargados del transporte eran los sidecares, y las mercancías a transportar se centraban en la madera para las hogueras y la paja para la base de las tiendas de campaña. También se podía ver todo tipo de remolques, alguno con ruedas de bicicleta y sin matrícula, otros que no eran otra cosa que un trineo atado con cadenas a una moto transformada en triciclo (¿qué pasará cuando frene la moto?). Incluso vimos el mismísimo trineo de Santa Claus que sustituyó los renos por una moto para esta concentración. Hasta había alguna valiente moto que se atrevía a llevar el equipaje de su piloto y un buen par de cargas de madera sobre sus dos únicas ruedas, increíble.
Llegué a creer que lo importante en esta concentración era ir cargada a tope sin importar mucho si la carga servía para algo o no porque ¿para qué servía un salvavidas de un barco en una concentración en Alemania? En fin, el caso es que Santi se pasó todo el día deambulando por la concentración y disfrutando de los inventos que por allí se veían, y eso que ninguno de los dos somos muy amigos de las concentraciones pero allí estaba él con su barba blanca al más puro estilo de los moteros más auténticos de la concentración. ¿Intentaría pasar desapercibido?
Una concentración que nos sorprendió gratamente por su carácter pintoresco y por la dificultad que entraña acudir a ella en pleno invierno, especialmente desde España. No me extraña que los pilotos luciesen orgullosos las insignias de las participaciones en la misma en lugares bien visibles de sus decorados chalecos. Santi conoció a varios compañeros venidos desde España y entabló amistad con ellos compartiendo un buen rato, pero ellos se quedaban más tiempo y nosotros nos íbamos al día siguiente de nuevo a España por las aburridas y peligrosas autopistas heladas de Alemania bajo una incesante y fina lluvia que nos acompañó casi todo el camino. Eso sí, rodeamos Suiza por el norte porque las previsiones para este país eran mucho peores y no tenía ganas de correr riesgos innecesarios. Tras dos mil y pico km de aburrida carretera desde Alemania, atravesando el sur de Francia y recorriendo parte del este de España, llegué a un pueblecito de Teruel, Manzanera, donde se celebraba una curiosa concentración: la Estrella de Javalambre.
Durante la noche del sábado había una charla de unos chicos que contaron un espectacular viaje a Islandia, y Santi se entretuvo con algún conocido que encontró en el salón de actos. Yo, mientras, me aburría fuera esperando pero al día siguiente fui a por la Estrella: subir a través de una pista de montaña. Mi piloto consiguió su estrella y la recogió orgulloso. Según la organización, no se podía subir más arriba porque había un tramo cortado por la nieve. Una compañera ataviada con ruedas de tacos y un piloto acostumbrado a conducir por el campo me propuso ir a ver la zona cortada y, como comprenderás, no me pude resistir. Los paisajes eran espectaculares pero la decisión de la organización nos pareció correcta teniendo en cuenta la gran variedad de tipos de motos que nos concentramos allí.
Para dar por terminado el viaje, puse rumbo norte pasando por Sigüenza y por Cuellar para que Santi hiciese algo más de turismo antes de llegar a Asturias y dar por terminado el viaje sin contratiempos. Ráfagas y cuidadín en la carretera.