La enervante bocina comenzó a sonar de repente desde algún lugar de las tripas del ferry. En la cubierta había caras de preocupación. «Las alarmas son peor que un dolor de muelas», dice uno. «Seguro que es una BMW», responde otro. «Hay que tener cuidado porque como siga así te quedas sin batería en un pispás. Como la cosa continúe así vas a tener que empujar». Las risas se oían por todo el barco, que en su 90 por ciento iba lleno de moteros que viajan desde Heysham (Inglaterra) hasta Douglas (Isla de Man). Todos camino del Tourist Trophy de la Isla de Man.
El aire de junio era claro como el agua. El aroma a sal lo llenaba todo, mientras que un cielo azul sobrevolaba el Mar de Irlanda como una gigantesca bóveda y dejaba ver hasta el horizonte. Había un resplandor asociado a algunos días cristalinos de invierno. La atmósfera en el barco era de fiesta, relajada y hasta pacífica. La paz no solo duró las cuatro horas que se tarda de Heysham a Douglas, sino durante las dos semanas de carreras. En ese tiempo la tranquilísima islita despierta cual Bella Durmiente al ser «invadida» por 45.000 moteros de todo el mundo. La Isla de Man se convierte en la meca del motociclista durante el comienzo de junio. Estas carreras en carreteras abiertas tienen muchos detractores, sobre todo por la precaria seguridad. El TT cuenta con más de 100 años de historia y no se puede decir que sus problemas hayan ido en detrimento. Más de 240 pilotos han dejado la vida en las carreteras de la isla. Para muchos esto es algo incomprensible y abogan por la prohibición de esta competición tan peligrosa. A la hora de ver las carreras hay que tener también cuidado porque, en caso de accidente, moto y piloto incluso podrían llegar en algunos puntos hasta donde está el público. Bueno como diría Alexander von Humboldt: «La más peligrosa opinión sobre el mundo es la de aquellos que nunca han visto el mundo».
El TT nació en 1907 y se ha ido celebrando, con muy pocas excepciones, cada año. De los 45.000 visitantes, unos 40.000 son «repetidores» cargados con historias capaces de llenar un libro. Como unos aficionados que nos encontramos que llevaban desde 1981 acampando en el mismo prado cerca de la zona de Gooseneck. Cada año el dueño de la propiedad les reserva «su sitio». Sí, cuidadín, porque el TT puede ser adictivo. Si le preguntas a un entusiasta por qué vuelve a cada nueva edición te dirán que este espectáculo es único en el mundo. Algo cabizbajos durante la travesía de vuelta a casa en ferry, allí mismo empiezan a programar la visita para el año próximo. La atmósfera y la pasión por el motor son indescriptibles.
Bray Hill
No hay nada como ir a Bray Hill y ver las carreras desde allí. Una recta un poco después de la línea de meta, en pleno Douglas, la capital de la isla. Es la primera dificultad seria a la que se enfrenta el piloto en un circuito natural de 60,73 km, atravesando las carreteras por las que los paisanos se mueven en su día a día. Los pilotos salen cada 10 segundos y pasan a tope por el cambio de rasante de Bray Hill. Los que no sepan de este lugar o no lo hayan visto en algún documental pueden sufrir un amago de paro cardíaco. Incluso los veteranos no pueden evitar que se les ponga piel de gallina. La visión es casi surrealista. En palabras de un piloto, así es cómo se negocia Bray Hill: «Llegas a unos 230 km/h y tienes que coger la trazada correcta que no es más de 12 cm de ancho y va entre una alcantarilla y el bordillo. Aquí el chasis se comprime a tope y hasta saltan chispas al rozar la moto con el suelo. Hay que mantener el control porque es fácil que te descoloque. Luego comienzas a subir otra vez y si sales muy abierto hacia la izquierda tienes que cortar a menos que quieras conocer de primera mano el muro que hay ahí». Bray Hill es, simplemente, uno de los 50 puntos críticos del TT, que consta de más de 240 curvas. Sí, uno no puede dejar de preguntarse si para correr aquí no hay que estar un poco pirado.
Para entender el TT tienes que ponerlo en perspectiva. Es como comparar a un amante de las excursiones por el campo con un escalador profesional acostumbrado a hacer «ochomiles». Sí, puede ser que el TT sea la carrera más peligrosa del mundo y quizá eso es parte de la magia, aunque para otros sea lo que les echa para atrás. Aquí hombre y moto son llevados al límite. No hay escapatorias de grava y el récord se ha logrado rodando a una velocidad media de 212 km/h.
John McGuinness es uno de los reyes del TT, un piloto absolutamente calculador. Para correr en la Isla de Man no puedes ser un loco, sino todo lo contrario, tener la cabeza fría y muy bien amueblada. John dice que él nunca va al 100 por cien y no le duelen prendas al admitir que antes de tomar la salida a veces siente miedo. Una vez que se ha bajado de la moto vuelve a ser uno más, junto con su mujer y sus dos hijos. Cada carrera superada es como un renacer para pilotos, familias y equipos. No solo hay que superar al trazado sino también al miedo.
Si le preguntas a los isleños su opinión sobre el TT, incluso teniendo en cuenta a aquellos que no lo han contado, dicen de forma lapidaria: «They did what they wanted to do» (hicieron lo que quisieron)
El último ser humano
Algunos han pagado el precio más alto, pero haciendo lo que más les gustaba en la vida. Así lo ven los pilotos y las familias. John McGuinness dijo una vez: «Estás clavado en el puesto de salida, con el motor rozando la zona roja, tus ojos mirando al infinito, concentrado al máximo. Para ti no hay nada salvo la carrera que está a punto de comenzar. Entonces un tipo te da una palmadita en el hombro, la señal de que puedes salir. Y piensas “quizá sea el último ser humano que me toca"».
No hay nada seguro y mucho menos en el TT. Un lugar donde las tonterías son las justas. En la isla las estrellas y la afición no tienen barreras. Ves a Michael Dunlop refrescándose con un helado o a John McGuinness con sus calcetines rojos y una camiseta cubriendo su prominente barriga en la que pone: «Forty, fat but very fast» (40, gordo pero muy rápido). Guy Martin es otro de los punteros, un tipo muy bien plantado con unas patillas de actor porno y un inglés imposible de entender para un no nativo. Guy fue el protagonista del documental «Closer to the Edge», sobre el TT de 2010. Una cinta que se convirtió en un éxito absoluto en el Reino Unido.
No creemos que haya ningún isleño que no haya crecido rodeado por la historia del TT. El evento es parte inseparable de la isla. Estas dos semanas son una época tan señalada como Navidad o Semana Santa. Un lugar de reunión para moteros de todo el mundo, junto con 3.000 controles que trabajan de forma voluntaria para que las carreras sean lo más seguras posibles.
Donde hay luz también tiene que haber sombras. Al final que te guste el TT o lo encuentres una locura injustificable es cosa tuya. Lo que sí puedes dar por seguro es que durante dos semanas cada motero vive en un entorno de auténtica solidaridad. Pone la piel de gallina disfrutar de un ambiente tan festivo y lleno de buen rollo. La vida no es un juego de Playstation, es mucho más que eso. Y al final siempre quedará algo claro: «Hicieron lo que quisieron»