Entre un ‘me vale el segundo puesto’ y un ‘quiero ganar como sea’ hay un millón de posibilidades encerradas en apenas un 2%. El primer pensamiento lleva a dar el 99%, deja un pequeño margen para evitar el error. El segundo pensamiento conduce a entregar el 101%, a ir un poco más allá de lo que la seguridad requiere.
Marc Márquez vive en ese 2%. Y de cómo lo gestione dependerá de si acaba o no revalidando el título en Valencia. La sempiterna búsqueda del límite es algo que lleva grabado a fuego en su ADN competitivo, lo cual no quiere decir que no haya evolucionado durante el proceso. De hecho, su gran evolución está precisamente ahí: en la selección del cómo y el cuándo buscar cada límite.
En ese 2% había encerrada una trampa de 29 puntos. La evaluación del riesgo/recompensa no resultaba esclarecedora: ganar suponía un 9 respecto al que en su cabeza ya es su gran rival: Andrea Dovizioso. Irse al suelo implicaba un -20.
Quedarse como estaba implicaba un 4, lo que le hubiese hecho llegar a Aragón cinco puntos por detrás de Dovizioso. Caerse le hubiese hecho llegar a 29 y, lo más importante, sin depender de sí mismo para ser campeón. Ese era el riesgo de superar el límite, el límite que en Marc se cifra en ese 101%. Dio justo eso, sin superarlo. Y por eso llegará líder a Motorland.
Como él mismo reconoció, con otras palabras, si supo dónde estaba ese límite fue por haberlo superado en el warm up. Si los telemétricos recogen y analizan la información delante de una pantalla, Marc lo hace cada vez que da con sus huesos en el suelo, cosa que casi siempre sucede en entrenamientos.
¿Y cuál es la diferencia? Pues ese 2%, ni más ni menos. La telemetría puede indicar cuál es la trazada ideal, ese 99% que propicia tiempos por vuelta ‘perfectos’. El 2% restante tiene que ponerlo el piloto, y Márquez lo hace con gran frecuencia.
Sabe que la única manera de encontrarlo es sobrepasándolo. Para ello emplea los entrenamientos. Ya apenas queda rastro de aquel Márquez alocado que los buscaba igualmente en carrera, que en cierta forma se sentía indestructible, buscando el límite también en los adelantamientos.
Ya no lo hace: su adelantamiento a Danilo Petrucci fue tan limpio como inteligente. Limpio porque ganó el sitio, dejó que Danilo le viera y no puso en riesgo ni al italiano ni a sí mismo. Inteligente porque lo hizo en el punto estratégico que había decidido durante media carrera, en un punto donde ‘Petrux’ no tenía opción de réplica inmediata, ya que la moto de Marc estaba en la trazada ideal.
Con Jorge Lorenzo en carrera, Márquez había decidido dar por buena la segunda posición. Cuando el 99 cayó y el 9 heredó el mando, también se le pasó por la cabeza dar por buenos los 20 puntos. Su prioridad, calculadora en mano, era acabar por delante de Andrea Dovizioso; y, por eso, se dedicó a rodar al 99% toda la carrera.
Llegada la hora de la verdad, se lo pensó mejor. El cromosoma ganador que le ha llevado hasta donde está se adueñó de la situación, y fue el que activó el botón del 101%, el óxido nitroso que marca una diferencia cifrada en un 2%.
Hizo, en el 28º y último giro, la vuelta rápida en carrera, pulverizando su mejor registro -que databa de la vuelta 21- en casi medio segundo, firmando el mejor de sus tiempos en tres de los cuatro sectores. Petrucci, que durante mucho tiempo se vio vencedor, no tuvo más remedio que claudicar y conformarse con ser segundo.
¿Qué pasó en esa última vuelta? Pues que es justamente ese 2% lo que convierte a Marc en un depredador único. Había descubierto cuál era el límite por la mañana y, en carrera, se ajustó a él con milimétrica precisión.
Pudo haberle salido mal, pero le salió bien. Y no es casualidad. La lluvia no es una lotería, porque las leyes de la probabilidad dictan que todos los números tienen las mismas posibilidades de salir. Y en los últimos años de MotoGP, cuando hay agua, el 93 sale más que ningún otro número. La lluvia es una quiniela: el azar puede influir, pero también lo hacen las decisiones del jugador.
Y en el momento final, Marc pasó del 99% del ‘me vale el segundo puesto’ al 101% del ‘quiero ganar como sea’. Porque ese ‘como sea’ tampoco es azaroso: ya sabía exactamente cómo tenía que ser. Lo había descubierto en el warm up.
Márquez no tuvo que buscar el límite en esa última vuelta, porque hacía horas que sabía dónde estaba. En la última vuelta, simplemente se reencontró con él.