Dicen que la guerra psicológica en el deporte desgasta más que la física, y que si se sabe poner en práctica en tiempo y forma, logras tener la sartén por el mango. Se habla de «desgaste emocional» cuando lo que se quiere decir, en palabras llanas, es que se practica la «comedura de tarro» en toda regla.
Es algo tan viejo como la tos. Si han pasado por delante de tus ojos cuatro décadas o más, muchas de ellas dedicadas a seguir el Mundial de velocidad, recordarás los encontronazos entre pilotos que se solían saldar con cruces de declaraciones y, de propina, otro intercambio de puñetazos al más puro estilo «downtown». ¡Eso sí que podría considerarse auténticamente retro!
Hubo un tiempo en el que las diferencias se saldaban así, de un box a otro, «en el tuyo o en el mío». El respeto que se profesaba en pista se cimentaba, en gran parte, en lo que podía suceder después de dejar la moto en el parking cerrado. Por norma general, siempre ha existido un profundo respeto por la figura del piloto, no solo del paddock hacia él, sino entre ellos mismos. Una vez formada la parrilla de salida, tras la caída inicial de la bandera a cuadros, nadie era amigo de nadie; eso fue, es y seguirán siendo un hecho tangible. Sin embargo, la autoestima no era suficiente excusa para tratar con malas artes a tus rivales en adelantamientos, posiciones en un grupo, el típico «yo tiro de ti y tú luego me echas un cable en la última vuelta», etc.
Siempre ha dado mucho, muchísimo juego diría yo, las acciones en pista de unos hacia otros, las declaraciones posteriores y, cuando no era los puñetazos, las palabras dedicadas con más o menos «amor» a los rivales. Recuerdo los momentos en los que Ángel Nieto era el amo de la situación en las cilindradas pequeñas del Mundial. Fueron épicos los encontronazos suyos con el malogrado Ricardo Tormo. El valenciano y el vallecano de adopción protagonizaron luchas encarnizadas dentro y fuera de las pistas. Ambos se admiraban, pero ninguno dio jamás su brazo a torcer en cada entrenamiento, cada carrera, cada declaración a la prensa del momento… También fueron célebres las tiranteces del «Maestro» con lo más granado de la armada italiana como Maurizio Vitali, Pier Paolo Bianchi, Eugenio Lazzarini… algunos de ellos compañeros de equipo, como este último caso en Garelli.
Más tarde llegó el broche de oro para el campeonísimo, cuando consiguió su última victoria en el Mundial de 125 a los mandos de su inseparable Derbi… Precisamente, fue esta la moto que desarrollase Ricardo Tormo, la Derbi que le obligó a salvar la pierna que más tarde le segaría la vida. Así es el destino. Ángel acabó militando en el equipo de las «balas rojas» de la nueva era, ese en el que también superó «sus más y sus menos» con Jorge Martínez «Aspar», Álex Crivillé y el afable Champi Herreros. ¡La que se armó en Monza! ¡Y en el Jarama! Se hablaba de «cuatro gallos en el mismo gallinero».
Pero tal vez la mejor enseñanza que recibimos por aquél entonces fue que todo terminaba arreglándose en la pista, dejando los despachos para, digamos, otros menesteres. Al menos, esa fue la moraleja que obtuvimos en unos años en los que, ¡por fin!, las motos saltaban a las primeras páginas de los diarios deportivos y, lo que todavía las hizo más populares, a la pequeña pantalla de la mano de José María Casanovas, un todoterreno de libro, o el añorado Valentín Requena, con quien hemos crecido de su mano «motociclísticamente» hablando. De su micrófono también escuchamos las riñas entre Sito y Garriga, «Sitistas» y «Garriguistas».
Algo que daría para escribir una enciclopedia de varios tomos. Tal vez de este último «cara a cara» me quede con la demostración de compañerismo y corazón que tuvieron ambos durante la realización del último documental, emitido por Tele5 poco antes del fallecimiento del gran Joan. Los cientos de reproches que les separaban quedaron en un segundo plano mientras miraban, con ojos abiertos como platos, a una pantalla en la que se proyectaban imágenes de sus temporadas en el Mundial. Batallas memorables que recordaban más de 20 años después como un par de jóvenes que luchaban por lograr el cetro mundial, en una categoría inalcanzable para cualquier español hasta entonces; otro asunto que merece un tomo especial de esa enciclopedia jamás escrita de grandes pilotos de suerte esquiva, como el propio Ricardo Tormo o el «campeón moral» de 250 en el año 1971, Santiago Herrero, a los mandos de su inseparable OSSA monocasco.
Pasan los años, las décadas y las generaciones, pero el ánimo es el mismo por conseguir ser el mejor. ¿Es maquiavelismo puro y justificado el comportamiento de Valentino Rossi hacia Márquez el año pasado? No es más que un nuevo capítulo de la lucha de poder, cuya prolongación la llevamos viendo toda esta temporada en la que, además, aparecen integrantes con mayor peso específico, como un correoso Lorenzo y un emergente, al fin, Pedrosa que recupera como buenamente exige el guion no escrito de casuísticas y líneas de desarrollo de las motos del ala dorada, la senda marcada por una larga trayectoria de victorias y mundiales cosechados con su esfuerzo y talento.
Tal vez el paso del tiempo haya desvirtuado, en gran medida, aquellas luchas de antaño, cambiándolas por otras más mediáticas donde el papel de la prensa pone su granito de arena, para bien o para mal. Esto es algo que cada uno debería juzgar por sí mismo… con el criterio suficiente, a poder ser. Ahora que se acerca la gira asiática, se cierne sobre las cabezas de los pilotos de MotoGP las argucias de unos y otros, mientras enfilamos la recta final de la presente temporada. No sirve para nada dar nombres. Cada uno se retrata a sí mismo y cada cual lo interpreta como quiere.
En cualquier caso, creo que las peleas de antes «molaban» más. No sé a ti, pero a mí me resulta más interesante un final de bronca departiendo en la barra de un bar con dos jarras de cerveza, o muchas más, en las manos de los protagonistas, situaciones a las que se les solían unir los mecánicos, las novias y mujeres de los amigos del paddock, etc. No hay color.