El pasado 17 de septiembre, Ana Carrasco se hizo con la victoria en la carrera de Portimao del Campeonato del Mundo de Supersport 300, convirtiéndose así en la primera mujer de la historia en vencer una carrera en un campeonato de velocidad con rango de Mundial. La gesta de la murciana no pasó desapercibida, convirtiéndose en una noticia viral en cuestión de minutos.
La respuesta fue masiva. No sólo de visitas a la web –que la convirtieron en una de las noticias más vistas del año-, sino en el número de comentarios. Todo el mundo se deshacía en elogios para la joven piloto de Cehegín, resaltando lo histórico de su hazaña y la importancia de su victoria para cerrar de una vez por todas y para siempre ciertas bocas.
¿Todo el mundo? No. Un grupo de irreductibles machistas no dejaba pasar la histórica ocasión para manifestar su malestar por la visibilización del suceso. Además de la minimización del logro con dudosos argumentos, se podían encontrar alegatos del tipo si hubiese ganado un chico no le daríais tanto bombo o basta ya de discriminación positiva.
Alegatos que caen por su propio peso y que no hacen sino corroborar la necesidad de resaltar esa clase de noticias. El primero, directamente, no tiene sentido: se le da bombo porque es la primera vez que sucede. Los chicos ganan carreras en mundiales absolutos todos los días, las chicas no lo habían hecho hasta entonces. Precisamente por eso, no sólo es procedente el bombo: es necesario.
Lo de la discriminación positiva no es que no tenga sentido, es que está mal enfocado. Sería discriminación positiva si Carrasco estuviera en parrilla sin dar la talla, y su victoria demuestra que no es así. Darle más bombo a su victoria no es discriminación positiva, es una simple cuestión de visibilización. Una visibilización que no sólo es necesaria: es vital.
Es vital porque el motociclismo de velocidad se jacta de ser de los pocos deportes donde hombres y mujeres compiten entre sí; y sin embargo, en los campeonatos absolutos, la presencia de mujeres es ínfima. Más que ínfima es puramente machista: si no me creen, prueben a buscar en Google ‘MotoGP girl’ y me cuentan cuántas pilotos aparecen.
Lo que aparecen son modelos embutidas en minúsculos trajes, convertidas en parte del decorado. Ese ha sido, tristemente, su papel principal en la historia del motociclismo: adornos. Hay que acabar con eso. Hay que hacer que su papel sea el mismo al de los hombres: como pilotos, mecánicas, ingenieras, telemétricas. Por eso es vital visibilizar logros como los de Ana Carrasco o Laia Sanz.
Imaginen una familia, con un hijo y una hija, sentados un domingo al televisor. MotoGP en pantalla. El niño dice: “quiero ser (inserte aquí su piloto favorito)”. La niña piensa: “¿Y yo sólo puedo sujetar un paraguas?”. Se acabó. Ahora, cualquier niña que quiera ser piloto, sabrá que puede ganar a los niños, porque una tal Ana Carrasco lo hizo. Por eso hay que darle bombo, porque fue la victoria más necesaria.