Pensaba que yo estaba lejos de MotoGP. Cuesta muchos años llegar a ser “experto” en el Mundial, pero poco tiempo perder el hilo. Veo los resultados, los parciales, el vuelta a vuelta, pero al no ver a diario los ojos de los pilotos, al no hablar con ellos y con los técnicos y mis colegas periodistas, me encuentro, como es natural, cada vez más lejos de la dinámica del paddock… Así hasta que sonó el “ping” del móvil a las 3 de la madrugada. Sabía lo que iba a leer. El optimismo de las primeros 72 horas después del accidente de Ángel ya había dado un giro el día anterior y lo temía. Habiendo vivido tantos días, horas y minutos en la UCI cuando la caída de mi hijo, veía en las escuetas palabras de los médicos algo que no quise reconocer.
Con la noticia, en tres palabras, en la pantalla iluminada del móvil, me encontraba de nuevo entrañablemente envuelto en el mundo que ha sido mi vida desde finales de los años sesenta. En twitter escribí que si no fuera por Ángel nada de lo que hemos vivido en la velocidad durante el último casi medio siglo, hubiera sido ni la sombra de lo que es. Lógicamente un joven seguidor en twitter pensaría que era una exageración. Le dije a Ernest en Movistar que sin Ángel no hubiéramos vivido el milagro de la velocidad en España, sin lo que hizo Ángel por el deporte en España, Dorna jamás se hubiera atrevido en 1990 comprar a la FIM los derechos. Y sabía que Carmelo pensaba lo mismo, lo dijo en Brno.
Para personas que no han vivido el mundial de blanco y negro, el mundial de monos negros, cascos tipo Cromwell y gafas de aviador, de bordillos, faroles y guardarraíles mal protegidos o sin protección ninguna, es difícil entender lo que un chaval de Zamora, que a los 12 años trabajaba en un taller de Vallecas y su buen amigo, el malogrado Santi Herrero (que también trabajaba en un taller de Vallecas a la misma tierna edad), significaron al final de los sesenta en un país pobre, casi tercermundista, al sur de una Europa occidental democrática… Santi y su OSSA monocasco casi ganó el Mundial de 250 de 1969 e iba en plena lucha para el título en 1970 cuando murió en la Isla de Man…Yo estuve allí, hablaba con Esteban en el pobre hospital de Nobles donde en vez de llamar a un neurocirujano llamaron al cura. Dijo Esteban, “Ya no hay nada… nada.”
Don Luis Soriano (lo de "Don" es de la época) tomó la decisión de prohibir la participación de pilotos españoles en la Isla. La pérdida de Santi fue un golpe terrible para la creciente afición que seguía las carreras por la Hoja de Lunes o la radio. La Isla era el circuito más peligroso de un Mundial con muchos “circuitos de mala muerte.” Y cuando Ángel ganó el título en 1969 no era el Mundial de 50 cc, era el Campeonato del Mundo, punto final, sin calificativos. Un chaval de orígenes humildes había conquistado al mundo.
El motociclismo de la generación postguerra
Lo de Ángel llegaba a una generación postguerra que, antes de tener el primer 600, habían ido en Vespa y en motos nacionales. Algunos dicen que Ángel fue convertido en héroe por el régimen, que necesitaba mejorar la imagen del país, pero Ángel ya era héroe nacional. Los españoles le querían, sobre todo los pobres que vieron en “El niño de Vallecas” uno de los suyos sobre una 50 cc igual que ellos. Gracias a él, las motos salían en RTVE; gracias a él, la presencia del rey se instauró en los Grandes Premios nacionales, con todo lo que esto implicaba en aquellos tiempos. El talento, arrojo, coraje y carisma de Ángel hizo que surgiera en España un inusitado, hasta entonces, poder proveniente de la afición que hizo posible todo lo que vino después. No era el único piloto bueno de su generación…Cañellas, Grau, Busquets, Medrano, Nani González de Nicolás. el malogrado Ramón Torras y los pioneros del Mundial de los 50 como Juan Soler Bultó, Arturo Elizalde y Josep Maria Llobet. Después, Ricardo Tormo, Víctor Palomo, “Aspar"… y la locura.
Pero era Ángel quien llenaba nuestro querido Jarama, allí donde Santi ganó con la OSSA 250 en 1969. Jarama era para los que corríamos en moto en España el mejor circuito del mundo, y sigue siéndolo en los recuerdos de tantos de la generación de Ángel. Él hizo que los niños dudaran entre ser jugadores de fútbol o corredores de motos. El respeto que sentíamos los periodistas por Ángel era enorme. Daba miedo. Yo, como periodista y además extranjero, tuve problemas en llegar a conocerle, en conseguir entrevistas y me costaba entender lo que hacía en pista, porque nunca le vi hacer escapadas ni tampoco remontadas. Se metía en duelos complicados, se encontraba cómodo en peleas de grupo. Algunas veces parecía que tenía un segundo escondido, otras veces iba absolutamente al límite para mantener contacto para, después, o provocar un error de un rival o tomar riesgos enormes para ganar una carrera en inferioridad de circunstancias.
Tomás Díaz Valdés y Paco Martín, el “Cigüeño”, me llegaron a decir que no entendía sus carreras; me explicaban que Ángel no solo corría la carrera de hoy sino que preparaba las futuras. Así, cuando va sobrado no lo enseña y espera al final para atacar, y cuando va "vendido" lo esconde y el rival no se arriesga a meter la pata "como el otro día". Años después compartí cabina con Ángel y le escuchaba decir exactamente lo mismo del Valentino del principio del siglo que a Tomás y “el Cigüeño” dijeron de él unos cuarenta años antes.
Nieto, un piloto duro
Ángel no era un “simpático”, no era el amigo de todos. Era un piloto duro, daba miedo… “al enemigo ni agua”… porque sabía desde muy joven que para ocupar el lugar que quería tenía que ganar. Sus viejos rivales le temían. Sus compañeros de equipo, más. Donde ponía el ojo ponía la rueda, pero era tan rápido, con tanto coraje que, hablando con rivales suyos de la época, aprendí el significado de un concepto que no existe en inglés… "odio sano". Durante muchos años su apodo para sus rivales italianos era “el cabrón.” Esto, viniendo de pilotos italianos, es el colmo de “respeto.” Ricardo Tormo, “Aspar” y Valentino Rossi, a pesar de las diferencias en edad y generación, son pilotos “a lo Nieto”. Pilotos que, como solía decir Ángel de un crack con futuro, “tienen la mirada.” Y escuché a Ángel decir eso de Marc.
Con sus batallas ganadas, Ángel, jubilado como piloto, abrió los brazos y levantaba la vista del cuentavueltas y el ápice de la próxima curva para convertirse, primero, en director de equipo, ganando el Mundial con Emilio Alzamora, y padre y tío de velocistas, Gelete, Pablete, Fonsi… así como un gran amigo generoso, sabio, cariñoso, divertido y todavía juerguista cuando quería, capaz de agotar a Valentino, que no es fácil. Y cuando mi hijo estaba en coma, Ángel me llamaba todos los días y me animaba, me daba esperanza. Cuando volví al Mundial después de tres semanas de UCI en Zaragoza, porque había que trabajar, tenía contrato y aunque nadie me obligó, me presenté en Indianápolis. Allí Ángel me abrazó, me besó y con lágrimas en sus ojos me dijo, “tu hijo va a salir de esto.” Ahora quien llora soy yo.
Me faltaba, tal vez, el coraje de atreverme a escribir así de Ángel, porque soy extranjero y Ángel es el español más español que he conocido. Pero he leído un artículo de Emilio Pérez de Rozas que escribe a rienda suelta, y me ha dado valor para ponerme al teclado como lo hacíamos antes. Sí, sin Ángel es imposible concebir lo que es la España de 2017 en MotoGP.