Entre eso, el precio de la Honda y cierto “flechazo” me decidí por la “alita de pollo”. La verdad es que me moría de ganas por cambiar de moto. No era la crisis de los 40, tenía 36, pero casi, casi. Los primeros kilómetros los hice muy despacio, con dudas, intentando entender aquella “bicicleta”. Alucinaba con sus dimensiones y su potencia amigable. ¡Qué diferente a las 1000 de los 90! Me costaba creer que todo fuera tan suave. También me gustaba porque apenas tenía electrónica. No quiero CT’s, mapas ni ABS. Seré un cromañón pero no quiero enmascarar la realidad con tanto invento.
Por fin un día me fui solo a la zona de curvas de Hoyo de Pinares, una zona de desniveles y garrotes donde quería ponerme a prueba un poquito. Llevaba años sin rodar con una deportiva -la anterior fue una maravillosa Fazer 600- así que se me cargaron un poco las muñecas pero sabía que todo iría bien si iba paso a paso. Lo que me gustó desde el principio fueron sus dimensiones y su magnífico tren delantero, ¡qué precisión, qué confianza da! Del motor qué decir. Potencia de sobra a cualquier régimen, recuperaciones de infarto, aceleraciones explosivas... si apuras las marchas largas “te sales del mapa”.
La Honda CBR 1000 RR, compañera infinita
Pronto me di cuenta de que con este cohete noble y veloz, veinte años atrás, hubiera rodado rápido pero quizá no lo hubiera contado… Poco a poco me empecé a enamorar de la Fireblade, empezamos a charlar en marcha. Fue fácil adivinar cuál era su nombre real. Mi moto se llamaba “La Infinita”, y así quedó bautizada.
Uso la moto para casi todo: ir un par de veces a la semana al trabajo con ella, salir de curvas con los amigos, dar vueltas con mi hija de paquete muchos domingos, algún viajecito largo al año y varias tanditas de colofón. Así la hemos disfrutado los primeros años a unos 28.000 kilómetros de media anual. Como rutera me ha servido magníficamente, aunque obviamente no está concebida para viajar, pero con una mochila en el “palomar” y la paciente compañía de un amigo fuimos con ella a Magny Cours a ver el Bol d’Or y al GP de Francia en Le Mans, aparte de multitud de GGPP, concentraciones y rutas por la piel de toro.
Problemas detectados, tres. Primero, consumo de aceite inesperado -¡pensé que eso sólo pasaba antes con las EXUP!- y reconocido por Honda. Segundo, escape de origen pesado, gastón y vago. Fue cambiarlo por un Leo Vince GP Pro y se evitaron esas tres puñetas. Y tercero, y muy serio, la mediocre bomba Nissin. Por desgracia lo aprendí por las malas, una mano rota me convenció de que no eran pajas mentales, que por mucho que habíamos revisado todo, aquella bomba no iba “fina”. Daba igual sangrar continuamente, probar diferentes pastillas, pasos, latiguillos, etc... La mejor inversión es en seguridad y cuando la cambié por una Brembo RCS comencé a poder apurar con tranquilidad, sin que la maneta llegara al puño de gas en quince minutos, y eso que yo voy parao. Otro problemón, puntual imagino, fue que se me estropeó el estartor enseguida. ¡Qué chasco! Desde entonces, hace cinco años, nada, ninguna pega, sólo el mantenimiento lógico y vigilar el nivel de aceite continuamente.
299
Obviamente esta moto, como tantas deportivas, tiene más prestaciones de las que los simples mortales sabemos explotar. En el Jarama he disfrutado muchas veces notando la potencia salvaje de su tetracilíndrico subiendo alegre la rampa Pegaso apoyando el peso delante para no terminar en una rueda. Las suspensiones de origen van de fábula en casi cualquier circunstancia, pero cambié los muelles originales de la horquilla a los 52.000 kilómetros, pues habían cedido centímetro y medio. Pero, ¡ay amigos!, cuando la probé en Motorland tuve que apretar los dientes. Rodé lento, pero después de llegar en marcha al circuito, tapar la matrícula y cambiar las presiones, no quería caerme a 400 kilómetros de mi casa y sin remolque, así que rodé con margen pero pude disfrutar de la experiencia de ver en su cuadro digital el famoso “299” en la recta de atrás. Sólo me pasaban allí las “Merkel”, las BMW S 1000 RR, madre mía, ¡casi me infarto!
Próximos objetivos: decorarla como las Honda Castrol de SBK de los 90, seguir disfrutando con ella y continuar conquistando curvas en compañía de la family (Laura, Inma y especialmente mi padre) y de esos amigos irrepetibles (Julito, Eruzo, Sara, Chema, Tyto, Gusi, Antonio, Bettor, Carmelo, Yoli, Luismi, Oscar, Tomás, Marco, etc), con los que de vez en cuando nos marcamos un GP Cifuentes o un Gredos Trophy… A todos ellos gracias por alegrarme la vida. ¡Salud y gasolina!.
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