La VFR era una moto buena para rutear pero también un poco «tragona» y se quedaba corta frente a las «R» más modernas. La decisión final la tomé regresando de Lanteira, mi pueblo. El cojinete de la rueda delantera de la VFR dijo basta, aunque llegué al destino de milagro. Entonces pensé: «es una señal» y comencé la búsqueda. Buscaba algo más moderno, ágil y rápido. Tenía la cabeza loca porque no quería sacrificar la comodidad en exceso, ya que mis salidas eran más de tiradas largas que de ir y volver en el día, así que mis opciones estaban entre: CBR1100XX, Thunderace, Hayabusa y ZX-9R, que por aquel momento estaba renovada, con 40 kg menos que el modelo anterior y 143 CV.
Como podéis imaginar, elegí la Kawa, aunque antes me tocó escuchar los típicos comentarios de «¿Una Kawasaki, pero tú estás loco?». En el concesionario la tenían en un pedestal, con focos iluminándola. Era la joya de la tienda y me enamoré nada más verla. Me subí allí mismo y, ¡madre mía! Menuda diferencia con la VFR750. La posición más deportiva pero nada radical, no se veía una «rompeespaldas» y mucho más ligera en parado, así que me la imaginé en marcha... y me puse nervioso. Después de negociar un precio por la VFR750 y llegar a un buen acuerdo, a principios de octubre de 1998 ya era mía.
Mucha más aceleración, agilidad, velocidad punta y encima más cómoda para hacer salidas. La primera impresión fue genial. Era enérgica, rápida y con muy buena frenada. Devoradora de kilómetros de autovía y de carreteras convencionales. Además, no había tanto control por parte de la DGT. No hacen falta más comentarios. Digamos que era habitual alcanzar la zona roja del marcador.
Entonces parecía que no llegaban nunca los fines de semana, los puentes y las vacaciones. Más aún cuando conocí a mi actual esposa, que le chiflan las motos. Era escaparse lo más lejos que permitiera el bolsillo y el tiempo. Y por la velocidad no había ningún problemas, más loca que ella… Aprovecho para mandar un besote a mi «bicho».
La actividad aumentó gracias a internet. Me hice asiduo a un foro y allí conocí a gente de mi zona y de toda España. Viajes a los Grandes Premios, «calçotadas» , «cargoladas», etc. Hice algunos de mis buenos amigos allí, como Gerard o Bernie; y otros con los que sigo en contacto a través de Facebook (Goldito Fundidor, Colly, Marmota, Picachu, Raton Colorao, Goose...).
También hice alguna incursión en circuito y ahí es donde te das cuenta de que es el mejor sitio para correr y buscarle las cosquillas, no la carretera. Llegué incluso a comprar una parcela en Montmeló, saliendo de la Moreneta, sin más consecuencias que una estribera rota y el pedazo de intermitente original. A día de hoy todavía lo pienso y no me lo creo, ni un arañazo más. Ha sido la única vez que ha tocado suelo… bueno y un recto en la carretera de las Llosas, a un campo de alfalfa con caída final, prácticamente en parado. Me enganché tanto al circuito que después de aquello me compré una ZX-6R primero y más tarde una ZX-636R de segunda mano, pero eso son otras batallitas…
«Overhaulin»
A los 134.000 km, en agosto del 2011, y con la ayuda de un buen colega, contactos y un pedazo de taller en casa (no es un pirata, monta y desmonta motos por hobbie), decidí hacerle una «operación rejuvenecimiento». Cambié cadena de distribución, tensor y patines. Vamos, abrir el motor. Y ya que lo abrimos, me gasté un poco más y cambiamos algunas cosas que os detallo a continuación: casquillos de bancada y bielas, segmentos de pistón (empezaban a perder aceite), una prueba de estanquidad de culata, (perfecta, limpiar y lista), juntas del bloque motor, limpiar de carbonilla y dejar perfectos la cabeza de los pistones, limpieza de todas las piezas, reglaje de válvulas, bujías… y limpiar mierda, mucha mierda que había acumulada. Y ya que estábamos, pues le cambiamos aceite y muelles (Öhlins) y retenes de las horquillas, que ya tocaban.
Todo este «Overhaulin», como lo bautizamos, es poco habitual de hacer en un taller o concesionario oficial por el elevado coste de las piezas y la mano de obra (se van 15 días aproximadamente). Nosotros lo hicimos a nuestro ritmo («sin prisas, Goose, cuando vuelvas del trabajo te pones, que el 1 la necesito para ir al curro»), entre algunas cervezas y muchas risas. Entre piezas y estrés ocasionado al «coleguita» se fue a unos 1.200 euros.
En definitiva, una moto que me ha dado muchas alegrías y también más de un susto. En realidad los sustos te los buscas tú mismo. En los más de 200.000 km hemos pasado de todo, calor y frío intenso, agua, granizo e incluso alguna nevada. Ahora se ha convertido en mi vehículo para ir a trabajar, a unos 100 km de casa. Lo más gratificante del día es cuando me espera el peque de 3 años a la puerta del garaje y grita «brooom, brooom… quiero subir a la Ninja». Saludos y ráfagas.