En ocasiones un simple gesto, desgastado por el uso, como es franquear una puerta, acaba trasladándote a otro mundo. Uno en el que las reglas de juego no son las convencionales, un mundo ni mejor ni peor, pero sí muy diferente, auténtico, con un encanto especial. Ésa es precisamente la sensación que sientes cuando te asomas al taller que estos dos hermanos madrileños utilizan para aislarse del mundo y reunirse con las caprichosas hadas de la inspiración. Como buenos artistas, su virtud es saber escucharlas, interpretar sus deseos y dejar que ellas sean las que guíen sus manos, la mayoría del tiempo desprovistas de todo útil mínimamente tecnológico, para extraer de lo basto, la joya que se oculta en su interior. Las admirables piezas que son capaces de realizar empleando los medios más tradicionales y artesanos, acaban siendo el alma de sus obras de arte rodantes que hoy aquí puedes ver. Originales y esenciales, como todo lo hecho a mano.
En realidad esta facultad, tan simple para el que la tiene como inalcanzable para la mayoría de nosotros es lo que diferencia a los Delgado Bros de ti y de mí. Punto. Pero, al mismo tiempo, nos une a ellos un rasgo común: nos apasionan las motos y esa sensación de libertad que estos benditos caballos de metal son capaces de transmitirnos. Quizá esto último sea lo que les hace más cercanos, más normales y fáciles de comprender, porque de veras que no responden al prototipo de escultor o artista “especialito", que siempre te esperas. Todo lo contrario. Normales, dentro de su peculiaridad. Dos chavales que hace no tanto jugaban en las orillas de un arroyo cercano a su casa, de nombre Valtorón, o recorrían sus alrededores sobre una Rieju Marathon. Nada fuera de lo común.
No creas, hubo un tiempo en el que los Delgado, tampoco sabían de ese don que los hace especiales, y si bien daban rienda suelta a sus dos facetas de forma disociada, alterna, desconocían de lo que eran capaces de hacer si las unían. Afortunadamente para nosotros, Pablo y Carlos, Carlos y Pablo, un buen día se enteraron de que en Cartagena había unas carrera de resistencia de clásicas, -siempre les han apasionado las motos con fecha de nacimiento rayana en las suyas propias y han ido atesorándolas en su garaje-, y decidieron ir para allá con su Honda CB900 Bol d’Or. Ésa fue la primera llamada de su particular musa, una que además de alas viene pertrechada de casco y gafas tipo aviador, y que les lanzó, como si de un juego se tratase, a la aventura que hoy nos ocupa: la fabricación de estas café-racer tan auténticas y distintas al resto.
Los inicios
Inicialmente, se pusieron manos a la obra para fabricar con fibra de vidrio un colín y algunas piezas que le dieran a la Bol d’Or el necesario toque de moto de resistencia, lo cargaron todo, y para allá que se fueron con su amigo Fede, tercer integrante del equipo en aquella ocasión. Volvieron envenenados del ambiente que conocían de forma tangencial, versados como estaban de las artes de restauración de las motos que verdaderamente les atraen, las japonesas de los setenta y ochenta. Y se pusieron manos a la obra con sus primeros proyectos, las Latina 400 y 900, pero afrontándolos de una manera diferente. Esta vez no iban a seguir los patrones convencionales y limitarse a restaurar, a dejarlas lo más cercanas posible al estado con el que salieron de la cadena de montaje. Sentían que lo que debían hacer era redirigir, reciclar los conocimientos sobre fundición y tratamiento de superficies con los que se ganaban la vida desde 1995 para crear, de la forma más artesanal posible, unas moto diferentes, únicas, con alma propia. Así, metidos en faena en el sancta sanctorum de su taller, la fragua, comenzaron verter coladas y coladas de aluminio sobre los moldes que previamente habían fabricado manualmente, a base de arcilla y escayola. Se ríen si les hablas de clay; hasta recurrir a él les parece una concesión a la modernidad del todo innecesaria. Prefieren ceñirse a lo conocido, a lo que dominan. Imbuidos del espíritu que han mamado desde niños gracias a la influencia de su padre, el polifacético artista
Rafael Munyor, huyen como de la peste de los modos de hacer actuales. ¿Diseño 3D? «El nuestro también es digital, de nuestros dedos, y la arcilla te permite poner y quitar también, teniendo siempre a la vista el resultado final».
Les muestro orgulloso nuestra aventura particular, LaMoto2, y alucinan por lo extraño del artefacto y les llama la atención que esta moto tan rara haya surgido de un proyecto colaborativo en el que quien ha querido ha aportado su granito de arena, pero en el fondo parecen más atraídos por lo diferente del diseño, por el fondo, que por el procedimiento de simulación 3D y mecanizado robotizado seguido para lograrlo. Para ellos, el camino también cuenta, y mucho. Y en su caso, el procedimiento, es lo que hace de sus Valtorón, un producto genuino e inconfundible.
Dominadores de los sistemas más ancestrales para la consecución los más variados acabados finales, pátinas o efectos que se te pueda ocurrir para embellecer una superficie metálica, los chicos de Valtoron despliegan todo su repertorio de forma magistral y con un gusto exquisito. Ninguna de sus motos peca de exceso de elementos que pueden llegar a empalagar como son los pulidos, o los aligerados a base de piezas taladradas. Y mira que en este asunto es complicado saber cuándo parar. Ahí radica otra de sus virtudes, saber cuándo es suficiente. También en este aspecto son unos auténticos maestros.
La Latina 400, La Latina 900, La Calafat 900 (versión en aluminio de la Bol D’Or de la que hablamos antes y con la que corrieron en Cartagena), La Jarama 1000 (ésta basada en la Z1000 con la que también han corrido en resistencia), La Bomba 500 (una impresionante 2T), La Loma… poco a poco y tras incontables horas de mano de obra, de quitar de aquí, de poner allá, de pulir, ajustar y bruñir, fueron fluyendo los modelos que hoy engrosan su gama, nunca con idea de comercializarlos, sino por el simple hecho de colmar sus inquietudes. Todas ellas, distintas entre sí, pero con una estética tan característica, dada por las piezas de fundición, que se hace obvio que han salido de la misma hornada. Un dato curioso sobre el proceso, y que al mismo tiempo te servirá para hacerte una idea de cómo son estos artesanos, es que el aluminio que utilizan para fundir esta especie de armaduras medievales con forma de colín, tapa lateral, depósito de combustible, etcétera, proviene de llantas de coche destrozadas. Un reciclaje que Pablo me cuenta con un toque socarrón. Y así, entre colada y colada, y sin más publicidad que la que se fueron fraguando poco a poco, boca a boca, en el un tanto arcano mundillo de los amantes de las personalizaciones, llegó el pasado Mulafest, un interesante cajón de sastre hecho salón al que los organizadores, Hot Bikes, quienes ya conocían sus motos de otras concentraciones más modestas también orquestadas por ellos, les convencieron para mostrar in situ su forma de trabajar y presentar a concurso su última y más ambiciosa obra: La Bestia. Un dragster sobrealimentado y con la piel fundida “de una pieza". Puro aluminio de colín a cúpula. En juego, una plaza para el Mundial de Constructores. Y, mira tú por dónde, ganaron. ¿Te extraña?
Pieza clave
En esto que parece un juego, y en cierto modo lo era, no estaban solos ni mucho menos. El objetivo, como ya hemos mencionado anteriormente, era fabricar estatuas vivientes, y todas ellas, desde la primera a la última, lo están. De ello se encargan las expertas y diestras manos de otra de las piezas de este puzzle maravilloso, Alfonso Jiménez, más conocido en el mundillo como «Poncho». Expiloto en los 80, reconvertido luego a mecánico de figuras como David García, D’Antín o Norick Abe y aquella mítica YZR500 de Antena3, fue carne de paddock del Mundial de Velocidad durante años hasta su retirada de este alocado e intenso trajín de MotoGP a finales de 2002. Desde entonces, su negocio, el taller AJM Motor que regenta en el mismo pueblo donde radica Valtorón, Valdetorres del Jarama, ha constituido su forma de vida, y estas motocicletas, una de sus vías de escape. Una forma inmejorable de escapar de la rutina cuando nuestros protagonistas necesitaban poner a punto una de sus motos o se atrancaban con algún problema mecánico.
Con «Poncho» dando rienda suelta a sus conocimientos, las creaciones de Pablo y Carlos, cobraron vida y todas ellas funcionan como deben, como se espera de ellas. Actualmente, este grupo de entusiastas están enfrascados en varios proyectos: un kit para valtoronizar una Harley-Davidson y la moto con la que pretenden dar la campanada en la cita del Mundial de Constructores que se celebrará en otoño bajo el paraguas del Salón Intermot de Colonia.
Ni ellos mismos saben dónde les puede llevar este viaje en el que se han embarcado, ¿fabricar motos exclusivas por encargo? Quizá, ¿por qué no? Pero tampoco se agobian con ello. Lo importante en todo esto es seguir dejando fluir la magia, mantenerse fieles a la esencia de su obra, a lo que les distingue del resto de la homogeneidad reinante. Un homenaje al trabajo manual, tan devaluado después de décadas de motos producidas en serie, fabricadas como churros, soldadas por desalmados robots incapaces de insuflar en sus obras esa pasión y la vida que estos artesanos son capaces de transmitir a sus motocicletas. Vulcano frente a los bits. Un duelo perdido, probablemente, pero apasionante y digno de admiración.