La forma más sencilla de abordar la escritura de una novela es la división de su argumento en tres fases: introducción, nudo y desenlace. Es el recurso más usado en la historia de la literatura, que alcanza la categoría de estereotipo dentro del género romántico. Prácticamente toda historia de amor pasa por esas tres fases. Sólo algunas alcanzan la cuarta fase, el epílogo. Dicho de otra forma: sólo algunas nos cuentan qué sucede tras la ingesta de las perdices.
Porque, no vamos a engañarnos. Lo sucedido entre Jorge Lorenzo y Yamaha estos nueve años ha sido un cuento de amor, pero no de hadas. Tan bonita como truculenta, si hubiese estado destinada a tener un cierre impecable, las letras de ‘The End’ hubieran aparecido después de Cheste 2015. Era el desenlace perfecto. Pero no, el encanto de este romance reside en su imperfección, de ahí la poesía que subyace bajo el epílogo agridulce como el que han vivido en este 2016.
Pero no conviene construir la casa por el tejado o, dicho de otra forma, no vayamos a empezar el gran premio por el warm up. Sobre todo tratándose de alguien como Lorenzo, metódico desde la FP1 hasta la bandera a cuadros dominical. Antes del epílogo, fuimos testigos de un relato de amor y épica que duró ocho años, con claros antagonistas a los que fue venciendo para conquistar el corazón de la M1.
La introducción, con Valentino Rossi enfrente, se estructuró en tres años, transcurriendo entre aprendizajes, neumáticos y muros, con Mugello 2010 como punto de inflexión. Llegó con nueve puntos y salió con medio mundial en el bolsillo. Vuelta a vuelta, fue cortejando a su M1 hasta convertirse en el rey y la reina del baile de graduación.
El nudo, con Casey Stoner y Dani Pedrosa como rivales, fue el capítulo más corto. Sólo dos temporadas en las que le dio tiempo a sentir en su paladar el amargo sabor de la derrota ante el australiano, para volver a descorchar champán en 2012 frente a su compatriota. El amor con su M1 ya era sólido…
Pero llegó Marc Márquez, y con él, el desenlace. Más joven, el 93 había seducido como nadie antes a la RC213V y le condenó al ostracismo dos temporadas consecutivas, un revés desconocido desde los tiempos de la introducción. Pero su rival se durmió en los laureles, y alcanzando un estado de simbiosis desconocido hasta el momento retornó triunfal al trono con su amada M1.
Pero en el festín de las perdices, siempre se rompe algún plato, aunque los cuentos de hadas lo omitan. En 2016, Jorge Lorenzo y Yamaha han vivido un epílogo turbulento en el que el vino parecía avinagrarse y las rosas caían mustias y cabizbajas ante el sonido de un diapasón desafinado. Hasta Cheste.
Tampoco era justo que un relato tan cargado de amor culminase con los amantes cabizbajos. Tras una árida travesía en el desierto, Lorenzo y su M1 se miraron y, ante cientos de miles de ojos, se dejaron llevar por la música para ejecutar su mejor coreografía. Pese a los malos momentos, no había duda: estaban hechos el uno para el otro. Y, en un epílogo perfecto, Lorenzo y su M1 salvaron el último baile.
LA CARTELERA DE MÁRQUEZ
Acusado de ser ‘El Guardaespaldas’ un año atrás, Marc Márquez salía con ganas de cerrar su majestuosa temporada con ‘La tormenta perfecta’ para enviar a Lorenzo directamente al preestreno de ‘The Italian Job’, pero acabó viendo desde la primera fila de butacas el ya mencionado ‘Save the last dance’. Aunque 2016 haya sido el año de Marc, el día era para Jorge.
Eso sí, el 93 –como buen alumno de Alfred Hitchcock- fue el encargado de poner suspense al cierre de la novela, que hubiera cambiado drásticamente si no llega a fallar estrepitosamente en el apagado del semáforo. Cruzó la línea de meta a un segundo de Lorenzo, mucho menos de los que perdió en su remontada.
Porque se topó ‘Una pandilla de pillos’. Concretamente, con tres de los más fieros contrincantes que uno puede tener en el mano a mano: Andrea Iannone, que también tuvo un bonito epílogo a su affaire boloñés; Valentino Rossi, cuarto en Cheste por segundo año seguido; y Maverick Viñales, que en el día de las despedidas volvió a demostrar que Suzuki ya está con los demás en todos los circuitos.
ZARCO Y BINDER, SONRISA Y ‘¡PATATA!’
Para conseguir una sonrisa natural en la clásica foto de los campeones, nada mejor que conquistar el título in extremis en el Ricardo Tormo. Eso garantiza una sonrisa de oreja a oreja durante días, y facilita el trabajo al fotógrafo. Cuando se llega con el título ya conquistado, la carrera final puede no ir según lo esperado, lo obliga al piloto a ‘posar’ para la foto.
¿Cómo se soluciona eso? Ganando también la última carrera. Es la mejor forma de acompañar la inmortalización del ‘cheese’ (‘patata’, para los hispanohablantes) con un rictus adecuado al logro conseguido. Y eso es exactamente lo que hicieron tanto Johann Zarco como Brad Binder, cada uno poniendo su rúbrica a la victoria.
Zarco maduró la carrera en los primeros compases, dejando una lucha para el recuerdo con Franco Morbidelli ante la atenta mirada de Thomas Luthi y Álex Rins, y después se largó en solitario en pos de una nueva incontestable exhibición, demostrando que nadie ha logrado con la Moto2 el entendimiento del galo saltarín.
Por su parte, Brad Binder remató la lucha cuerpo a cuerpo en un grupo reducido contra el joven Joan Mir, que certificó el trofeo de Rookie del año pese a quedarse con las mieles de la victoria. El sudafricano homenajeó a Luis Salom de la mejor forma posible: situándose junto al balear en los libros de historia de Moto3, al igualar su récord de siete victorias en un año.
"Todos los años hay un campeón, pero no siempre hay un gran campeón". La frase la acuñó Ayrton Senna, pero en el Ricardo Tormo ha quedado patente -si no había quedado ya- que en este 2016, la reflexión del mito brasileño de la Fórmula 1 no tiene cabida alguna: Marc Márquez, Johann Zarco y Brad Binder han sido unos grandísimos campeones. Dicho esto, toca cerrar el telón y preparar, a contrarreloj, el decorado de 2017. Mañana empiezan los ensayos.