Mucho antes de que las gorras y camisetas con dorsales invadiera cada Gran Premio, antes de que los aficionados tomaran colores y nombres por bandera, ya hubo auténticas estrellas en el Mundial de Motociclismo. Desde 50cc hasta las 500cc, siendo quizás Geoff Duke el primer gran héroe que vio nuestro amado deporte.
Pero durante todos estos años ha habido pilotos que, al margen de cuáles fueran sus resultados o de si conseguían el título o no, se ganaban a la afición gracias un pilotaje que bien podríamos calificar de artístico, por su complejidad y belleza. Valga como ejemplo las imágenes que regalaba Gary McCoy sobre la Yamaha Red Bull o el tipo protagonista de este artículo, el siempre afable y dispuesto Randy Mamola.
Randy, que cumplió 57 años hace dos semanas (¡felicidades atrasadas!), no pudo hacerse con el título de campeón del mundo aunque sí puede decir que tiene cuatro subcampeonatos (el de 1980, 1981, 1984 y 1987), acabando tercero en dos temporadas (1983 y 1986). Aunque sus mejores años los pasó al manillar de la Suzuki RG500 del Heron-Suzuki, actualmente se le recuerda tanto o más por haber sido el encargado de desarrollar el proyecto de Cagiva a finales de los años 80 y por el show que ofreció a los aficionados al mismo tiempo. Y mucha culpa de que todavía le tengamos en mente vestido de rojo la tiene las fotografías que circulan por la red.
Randy no tenía problemas de gomas, eran derrapadas delibradas.
Llegaba como piloto líder, como referencia de un equipo con Álex Barros y Ron Haslam empeñado en hacer una máquina que fuera capaz de ganar un gran premio. A su llegada, la Cagiva C587 era aún un proyecto en el que trabajar pero con el que consiguieron su primer podio (sobre el asfalto mojado de Spa) para la marca italiana en una época donde se Pirelli era todavía el proveedor de neumáticos oficiales.
Lo cierto es que Randy no pasaría sus mejores años con la bala roja pero, al menos, nos dejó grabado en las retinas imágenes tan impresionantes como la que encabeza este artículo. Se trata del Gran Premio de Brasil de 1988 en el circuito de Goiania (ahora Autódromo Internacional Ayrton Senna), años antes de que los de Varese ficharan a Eddie Lawson para los años 90. ¿Producto de la bestia mecánica de dos tiempos? Sí y no. Más que resultado del empeño del californiano por ir rápido, hay que debérselo a la voluntad de dejar con la boca abierta a la afición.
En carrera, como veréis en el vídeo, Randy se permitía el lujo de mirar hacia atrás después de cada cruzada pero un despiste en una de ellas se transformó en una salida por orejas que acabó con el show Mamola.