Se lo jugaba prácticamente todo. Nueve carreras sin ganar, su peor racha desde que se estrenó con Ducati a finales de 2016. Una más que el año pasado, cuando después de comenzar el año venciendo en Qatar no repitió hasta Brno. Esta vez, en el trazado checo, Andrea Dovizioso solamente pudo ver de lejos cómo Marc Márquez se escapaba décima a décima, una representación visual de la situación del campeonato.
Había perdido Brno, no había podido recuperar Montmeló –que para colmo había dejado de ser territorio de Ducati para pasar a manos de Márquez- e incluso se había visto derrotado por Márquez en Mugello, por mucho que Danilo Petrucci hubiese defendido la honra ducatista en Mugello.
No podía perder Austria. Petrucci no estaba y Jack Miller cayó a las primeras de cambio. Solamente quedaba él para proteger el Red Bull Ring, el escenario donde ninguna otra marca conoce la victoria desde que volvió al calendario en 2017. Tres años, tres ganadores. El del año pasado, Jorge Lorenzo, veía la carrera desde casa. El primero, Andrea Iannone, contempló el desenlace de primera mano al ser doblado.
Tenía que repetir él, no había otra. Se lo jugaba prácticamente todo. No el título mundial, ese está perdido salvo milagro en forma de hecatombe para Marc Márquez. Lo que estaba en juego es algo muchísimo más importante: su estatus. Por partida triple. Reivindicar, reforzar y recordar aquello que había construido durante las dos temporadas anteriores.
Todo eso estaba en juego en el momento en el que decidió lanzarse al interior de Márquez en la última curva del Red Bull Ring.
- Número 2 de MotoGP
La sequía de Dovizioso iba más allá de las victorias. Después de Qatar, apenas sumaba un segundo puesto en ocho carreras, el logrado en Le Mans. No es que no fuese capaz de derrotar a Márquez, es que siempre había alguien más cerca del 93 que él. Primero Valentino Rossi y Álex Rins, después Maverick Viñales, Danilo Petrucci, Fabio Quartararo o Cal Crutchlow.
Se mantenía segundo en la general, es cierto. Pero no lo hacía a base de brillo, sino de regularidad. La misma regularidad que le llevó en su día a ser cuarto del Mundial con una Yamaha satélite, también la misma que resultó insuficiente para conservar su puesto en el Repsol Honda.
Un segundo y dos terceros en ocho carreras habían difuminado su figura, convirtiéndole en un candidato más al podio... y al subcampeonato. En Brno volvió a sentirse el primero del resto. La contundencia de su derrota ante Márquez era, al menos esta vez, comparable a la de su victoria sobre todos los demás. Y con la victoria en Austria, vuelve a reivindicarse y dejar patente que es el estatus de número dos actual de MotoGP es suyo.
- Número 1 de Ducati
La marcha de Jorge Lorenzo le había dejado como número uno indiscutible en Ducati. La presencia de Danilo Petrucci reforzaba la perfección: el perfil bajo de su nuevo compañero, que se autoproclamaba su escudero cada vez que le ponían un micrófono delante, dejaba patente que la marca italiana se lo jugaba todo a la carta con el número 04.
Sin embargo, tras las primeras carreras dicho estatus se vio cuestionado. Quedaba por delante de Petrucci, pero en más de una ocasión daba la sensación de ser más por alguna orden tácita de equipo que por una superioridad real en pista del doble subcampeón de MotoGP. Sobre todo cuando, después del triunfo de ‘Petrux’ en Mugello, se quedó tras Dovi en Assen renunciando a adelantarle de forma clara.
No solo eso. Ya en Austin había visto cómo el que le arrebataba el podio era Jack Miller, que por momentos empezaba a crecerse cada vez más. Sin los colores oficiales y casi una década más joven que él, Jack Miller se iba erigiendo como la apuesta de futuro en Borgo Panigale… pero en Austria, cuando había que defender el circuito más inexpugnable de la firma italiana, Miller se fue al suelo, Petrucci se hundió en la tabla y Dovi ganó. Su condición de número uno en Ducati queda reforzada.
- Rey del mano a mano
Sabe que la guerra del título está perdida. Otra vez. Por eso necesitaba una victoria parcial como el comer. En los últimos años, en la dicotomía Márquez/Dovizioso se han establecido dos realidades claras: cuando Dovi es más fuerte que Márquez en un circuito, le gana en la última curva. Cuando Marc es más fuerte que Dovi en un circuito, le gana desde la primera curva.
Lo último no se ha puesto en tela de juicio en ningún momento. La última vez que Dovizioso logró dejar atrás a Márquez en una carrera (sin caída o incidente del español mediante) fue en Sepang 2017. Desde entonces, siempre que ha acabado por delante del de Honda ha sido por cuestión de décimas. Y normalmente con mano a mano hasta el final.
Ahí es donde Dovizioso ha edificado su propio templo en MotoGP. Es el guardián de la última curva, el resquicio donde es capaz de subyugar al piloto de los récords. La derrota del año pasado en Tailandia tambaleó ese estatus, y aunque el último envite entre ambos había sido suyo en el inicio de curso en Qatar, necesitaba recordar a todo el mundo que sigue teniendo en su poder las llaves de los desenlaces igualados, que conserva el trono del mano a mano, que el escalón más alto del podio le pertenece en aquellas carreras que levantan a todos los espectadores del sofá.
Con su condición de número dos de MotoGP en cuestión, su posición en Ducati en tela de juicio y su habilidad en el mano a mano difuminada por las contundentes victorias de su oponente, Andrea Dovizioso tuvo que revindicar lo primero, reforzar lo segundo y recordar lo tercero.
Todo ello en milésimas de segundo. Con todo lo que se estaba jugando en ese adelantamiento, resulta más impresionante tanto la frialdad que mantuvo en la preparación como la precisión con la que lo ejecutó. Sobre todo porque no fue solo un triunfo más en un mano a mano con Márquez: en todos los demás le tocó defender, esta vez tuvo que atacar.
En un escenario desconocido, el de verse detrás de Márquez al empezar la última curva, se lo tuvo que jugar todo a un intento y lo completó a la perfección. El triple estatus del que goza en MotoGP nunca ha sido casualidad.