El motociclismo puede ser el deporte más bonito del mundo y, a la vez, el más cruel. Igual que sucede con casi todas las frases hechas, funciona porque es verdad. Tanto como que la vida te puede cambiar drásticamente de un año a otro, o que en la primera carrera del año no puedes ganar casi nada… pero sí lo puedes perder casi todo.
Enea Bastianini es la prueba de que absolutamente todas estas cosas son verdad.
Campeón del mundo de Moto2 en 2020 y rookie del año de MotoGP en 2021 -con la Ducati más obsoleta de la parrilla-, comenzó la temporada 2022 con ganas de comerse el mundo devorando de un bocado la carrera inaugural en Qatar. Con una Ducati del año anterior y en las filas del Gresini Racing, donde las lágrimas por la muerte del gran Fausto seguían frescas.
La Bestia se había convertido en el príncipe de Ducati, que le hizo sitió en el equipo oficial para un 2023 en el que arrancaba la temporada dispuesto a elevar el 23 al cielo de MotoGP y el que salió volando fue él sin tener ninguna culpa. Un error de Luca Marini acabó con la Bestia saltando por los aires y rompiéndose el omóplato.
Dos años marcados por la primera carrera.
En 2022, el triunfo en Lusail fue el preludio de un curso fantástico, con hasta cuatro victorias, seis podios y el tercer puesto final, amén del trofeo de mejor piloto independiente.
En 2023, la caída en el Sprint de Portimao fue el prólogo del desastre, con prácticamente media temporada en blanco.
El año pasado no estaba en ninguna quiniela al título y se apuntó él solito en la lista. Este año era uno de los grandes candidatos en todas las apuestas y su nombre se borró en menos de dos vueltas.
Algo que, además de arruinar su temporada a título individual, acabaría imposibilitando al Ducati Lenovo pelear por el título de equipos, que irá a manos del Pramac.
Durante este 2023, Bastianini parecía haberse abonado al refrán que reza que a perro flaco todo son pulgas. Tras perderse cinco grandes premios retornó, sobre todo con la idea de ir adaptándose a la GP23, ya que cabe resaltar que él venía de la GP21; y que, mientras que salto de la GP21 a la GP22 fue importante (basta con recordar los problemas de Pecco Bagnaia a principio de curso y los problemas de los pilotos que eligieron el motor de la GP22), el de la GP22 a la GP23 había sido mucho más suave.
Así, se planteaba ya un año duro. Sin ninguna opción real en la general, lejos de estar al 100% y con una moto que todavía no entendía bien. Decidió tomárselo con calma y adoptar un perfil bajo, instalándose en el cierre del top 10 en las carreras y sprints que terminaba. No era donde quería estar, claro. Pero era parte de un proceso.
Sin embargo, el destino le tenía guardada otra broma pesada. En la primera curva de Catalunya, donde ya el año pasado hubo lío, un fallo suyo desató el caos y se llevó por delante a otras cuatro Ducati. La paradoja es que eso pudo salvar la vida de Pecco Bagnaia; ya que, en la siguiente curva, el vigente campeón sufrió un duro high side y fue atropellado por Brad Binder. Los demás pudieron esquivarle, un milagro que en parte se debió a la presencia de cinco pilotos menos de la zona alta, lo que había creado un hueco ya de entrada entre unos pilotos y otros.
Mientras todo el mundo contenía la respiración con Bagnaia, su compañero resultaba ser el peor parado: fractura del maléolo tibial de su tobillo izquierdo y una fractura del metacarpo del dedo índice de su mano izquierda.
Seguramente lo peor fue la afectación mental. Él mismo expresó en Instagram su desconsuelo y su desesperación: “Crees que has tocado fondo y no es así”, se lamentaba la Bestia para, acto seguido, insuflarse ánimo a sí mismo con una sencilla reflexión: como no puedes volver atrás, solo te queda una opción. “A la mierda, ¡sigo hacia delante!”, sentenciaba.
Además del domingo en Catalunya, tuvo que ver por la tele las tres citas siguientes. Cuando se personó en Indonesia, había disputado cinco carreras dominicales en 14 grandes premios. Quedaban seis para el final, la temporada estaba totalmente perdida.
Al menos eso parecía.
Consiguió acabar tres carreras consecutivas por primera vez en todo el año y, tras un fin de semana de descanso que le permitió recuperarse de un triplete ya de por sí extenuante para un piloto en plenitud física, se presentó en Sepang. El escenario donde un año antes había logrado su último podio, cuando Bagnaia le batió en la última vuelta.
El viernes no pudo meterse en Q2, lo que invitaba a pensar en otro fin de semana difícil transitando en la zona media del pelotón. En Q1 se metió por algo más de una décima, con el segundo mejor tiempo por detrás de Fabio Di Giannantonio, la ‘Cenicienta’ de Ducati desde el pasado curso.
Nada hacía pensar que, minutos después, destaparía el tarro de las esencias para colarse en primera fila por detrás de Pecco Bagnaia y Jorge Martín. Era el primer aviso: estaba de vuelta.
Aun así, las reticencias eran obvias y coherentes. Una cosa es sacarse una vuelta de la manga por puro talento, y otra trasladar ese rendimiento a un esfuerzo de mayor duración.
El segundo aviso tardaría apenas unas pocas horas: después de una mala salida, Bastianini fue escalando posiciones hasta situarse cuarto a rueda de Bagnaia, que a su vez tenía delante a Martín. Sin opciones para el campeonato, Enea quiso tender una mano a su compañero y a todo su equipo, devolviendo así la confianza depositada en él. Se quedó a la rueda de la otra Ducati roja y saboreó el cuarto puesto como el más dulce de los chocolates.
Sobre todo, porque el fin de semana no terminaba ahí. Y todo el mundo sabe que el tercer aviso es el definitivo.
Quedaba la carrera del domingo y, ahí ya sí, Bastianini volvía a estar en las quinielas. Solamente vio pilotos delante en la arrancada: tanto Bagnaia como Martín llegaron delante a la primera curva, pero entraron en el juego de apurar más que el otro y se fueron largos. Él, sin mirar lo que hacía nadie más, dibujó la curva por su sitio y superó a ambos sin filigranas.
Le vieron en meta. Desde ahí, la Bestia controló a un Álex Márquez que fue víctima de su propia paciencia y gestionó a la perfección la renta, las gomas, los nervios y la emoción hasta cruzar la bandera a cuadros, cuando ya sí estalló de júbilo.
Estaba de vuelta. Como siglos atrás, cuando el heredero de la corona tenía que hacer un largo viaje para forjarse en combate y demostrarse merecedor del cetro de mando.
El príncipe Enea Bastianini ha retornado. Igual de rápido, pero más maduro y, por tanto, más peligroso. Y que nadie se fíe del buen rollo con el rey Bagnaia. Ha vuelto para asaltar el trono.