Franco Morbidelli, el lenguaje de la victoria

En momentos así, la estrategia se queda en box. Sobre la moto solamente quedan la adrenalina y el talento.

Franco Morbidelli se defiende de Jack Miller
Franco Morbidelli se defiende de Jack Miller

La forma de decidir al campeón en la práctica totalidad de los campeonatos de motociclismo, con un sistema de puntos que permite decidir títulos antes de la cita final, propicia con gran frecuencia carreras en las que el ojo del espectador se debe dividir entre la lucha por la victoria y la del posible/s campeón/es. En ocasiones es la misma, en otras no.

Resulta extraño: dar por bueno un sexto, séptimo u octavo, por ejemplo. En un deporte donde todo se reduce a llegar antes que nadie a la meta, se antoja casi antinatural. Pero es lo que hay y se asume, porque es lo más justo. Una cosa no quita la otra.

En el Circuit Ricardo Tormo sucedió exactamente eso. Las matemáticas daban tal cantidad de opciones a Joan Mir que no necesitó arriesgar más de la cuenta en busca de una victoria, ni tan siquiera de un podio. Podía ver pasar los números alrededor de su cabeza y lo hizo a la perfección para ser campeón, haciendo que las cámaras se volviesen a él mientras por delante sucedían muchas cosas.

Lo cierto es que durante buena parte de la carrera no sucedieron demasiadas, más allá del avance de Álex Rins, que pasó por encima de las KTM hasta encontrar como techo la cuarta plaza, regalo de un Takaaki Nakagami que se cayó al pasar a Pol Espargaró, que a su vez firmó el tercero. Delante, Jack Miller. Delante de este, Franco Morbidelli.

Franco Morbidelli coge metros sobre Jack Miller y Pol Espargaró
Franco Morbidelli coge metros sobre Jack Miller y Pol Espargaró

El italo-brasileño había sido el más rápido en los libres, tenía un ritmo increíble y para colmo se había hecho con la pole, por lo que cuando consiguió salir bien y ponerse en cabeza, costaba pensar en un escenario alternativo a una clara victoria como las que había logrado en el primer paso por Misano y en el segundo paso por Aragón.

Jack Miller tenía otros planes. Esta vez, su gran posición en parrilla no obedecía exclusivamente a su talento para volar a una vuelta: había ritmo detrás. Mejor incluso que el de Morbidelli, al que no concedió más distancia que los 1,2 segundos que les separaban al término del duodécimo de los 27 giros. Desde ahí comenzó una batalla a la décima donde si el de Yamaha conseguía añadir una, el de Ducati replicaba en el giro siguiente descontando dos.

Las matemáticas hicieron su trabajo y el destino les esperó en la última vuelta, en la que entraron separados por una décima. Así, mientras todas las miradas se clavaban en el séptimo clasificado, al que por un día le tocó renunciar a su propia esencia en busca de un bien mayor, Franco Morbidelli y Jack Miller se entregaban al instinto más primario del motociclismo: cruzar la bandera a cuadros antes que nadie.

Daba igual que uno tuviese opciones de campeonato y el otro no. Cuando apenas quedan unas cuantas curvas para el final, meter la moto en el hueco es una obligación. Algo innato para cualquier piloto de MotoGP. Al fin y al cabo, es lo que les ha llevado allí.

Miller no puede reprocharse nada: lo intentó absolutamente todo. Se buscó los huecos, pero siempre encontró réplica. Que el plan de navegar en solitario rumbo a la victoria no hubiese surtido efecto esta vez quedó en la categoría de anécdota cuando Franco Morbidelli puso en marcha el plan B.

Franco Morbidelli y Jack Miller ofrecieron una última vuelta impresionante
Franco Morbidelli y Jack Miller ofrecieron una última vuelta impresionante

En momentos así, la estrategia se queda en box. Sobre la moto solamente quedan la adrenalina y el talento para canalizarla, para bailar sobre los límites de la física sin sobrepasarlos. Daba igual que ocho segundos por detrás otro piloto estuviese enterrando sus opciones de título.

En esos momentos, no existe el lenguaje de la pizarra, que le avisaba de que venía Miller, ni mucho menos el lenguaje numérico: ni el de las hojas de tiempos, que indicaban que el australiano tenía un pelín más que él, ni por supuesto el de la calculadora, porque no había absolutamente nada que calcular. Cualquier código descifrable por los cinco sentidos salta por los aires.

El único lenguaje que entiende un piloto que se enfrenta a un cuerpo a cuerpo en la última vuelta con la primera posición en juego es el lenguaje de la victoria. Un lenguaje que Franco Morbidelli conoce a la perfección, que ha ejercitado en las categorías por las que ha pasado y que en MotoGP está empezando a dominar de forma temible, tanto en el dialecto del solitario como en el del mano a mano.

Lleva tres en las últimas ocho carreras, ha igualado las de su compañero Fabio Quartararo y, en Portimao, no buscará el subcampeonato. Sencillamente buscará ganar.

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