Maverick Viñales ha pulsado al fin el botón de mute, haciendo así desaparecer de una vez el icono del altavoz tachado que había instalado sobre su propia mente durante todo al año (y parte del anterior), y que filtraba así su discurso bajo una capa de políticos eufemismos. Ya no: por fin ha llegado de forma nítida.
Desde su fichaje por Yamaha, Maverick Viñales vivió una ascensión meteórica a los cielos de MotoGP, con dos victorias seguidas y una tercera en su quinta carrera… y el desierto. Desde entonces, podios ocasionales y mucha frustración acumulada. Frustración en pista por no poder exprimir todo su potencial con la YZR-M1, y frustración ante los micrófonos por tener que acallar las voces que se abrían paso en su mente.
Primero en forma de susurros, tan sutiles como un e-mail que se cuela en una bandeja de entrada. Después, diversas voces disonantes (neumáticos, electrónica…) y, finalmente, un clamor al unísono. Durante todo este 2018 se le ha notado la rabia contenida cada vez que le han puesto un micrófono delante, pero eso parece haberse acabado ya.
¿Y qué pasa con Valentino Rossi? Pues sencillamente que, si bien comparte la frustración del gerundense en pista, el italiano se desenvuelve con muchas más tablas ante los micrófonos, aprovechando toda oportunidad para lanzar un mensaje a Yamaha y tomándoselo con más filosofía, al menos en lo que respecta al plano mediático. ‘Il Dottore’ siempre ha sido un maestro en esas lides, precisamente donde la bisoñez de Viñales se hace más acusada.
Rossi es capaz de abstraerse de todo el ruido que rodea al paddock y enfocarse en su objetivo. A sus 39 años está completamente de vuelta y no le tiembla la voz al intentar sacudir las sillas de los capos de Yamaha para que se pongan manos a la obra y revertir la situación. Todo lo contrario que Viñales, que siempre se enrocaba bajo el mantra de la confianza en su marca.
Sin embargo, al ser preguntado por Izaskun Ruiz en el micrófono de Movistar sobre qué ha permitido a Johann Zarco ser segundo a 68 milésimas de la pole mientras él se veía relegado hasta la tercera fila en Motegi, ha desactivado el silencio: “El motor".
Lo ha dicho con la voz firme y a un volumen normal, pero se ha oído como un grito sordo. El oxímoron de lo sucedido en los últimos meses: no lo decía pero se le escuchaba perfectamente. Tampoco se ha quedado ahí, reconociendo que probó otro que le gustó, pero que finalmente se tuvo que contentar con ese.
El motor está sellado hasta Valencia, pero sus labios ya no lo están. Parece haber comprendido que ser político ante los micrófonos es necesario, pero que eso no pasa por callárselo todo. Más bien consiste en seleccionar qué información compartir y cuál guardarse para sí.
Como dice el viejo refrán: se dice el pecado, pero no el pecador. Viñales no ha señalado ni culpado a nadie, porque tampoco es preciso buscar culpables. Hay que buscar soluciones, sobre todo pensando en 2019. Y la solución siempre ha estado sobre la mesa: el motor.
El único componente que no admite reacción durante el curso, el que sin hacer ruido (metafóricamente) es capaz de hipotecar temporadas. Y mejor gritarlo ahora que tener que pasarse todo 2019 con el 'mute' puesto.