No, el titular no está al revés. Después de que Jonathan Rea haya cerrado 2017 avasallando a todos sus rivales rumbo a su sexto doblete de la temporada, confirmándose como el mejor campeón de la historia del Mundial de Superbike, son bastantes las voces que se alzan asegurando que Jonathan Rea necesita ir a MotoGP porque el WorldSBK se le queda pequeño.
Una visión romántica de conjunto lleva a situar a Rea en la máxima categoría de los prototipos, bajo la premisa de que no tiene rivales entre las motos de serie. Una visión romántica fruto del ‘motogepecentrismo’ que asola a un amplísimo porcentaje de los aficionados al motociclismo, especialmente en territorio español.
Recuperando la racionalidad, lo cierto es que Jonathan Rea no tiene ninguna necesidad de ir a MotoGP.
Que le gustaría intentarlo con una moto de garantías es cierto. Que lo necesite, no.
No lo necesita porque Rea está feliz en el Mundial de Superbike, que le hace sentir como en casa, y en el Provec Kawasaki de Guim Roda y Pere Riba, donde ha encontrado no una segunda familia, sino la extensión de su familia, que le acompaña de circuito en circuito: su mujer Tatia y sus dos hijos pequeños: Jake y Tyler. Y eso es todo lo que necesita.
Porque gana, gana y vuelve a ganar. Tuvo que tragar mucho polvo en Honda para renunciar a la fiel compañía del champán. Desde que se vistió de verde no ha hecho sino ganar una y otra vez. En este sentido, las estadísticas son completamente demoledoras.
Pese a todo, Rea no es un campeón cegado por los focos. Sin llevar una vida de asceta, ni mucho menos, es mucho más factible encontrarle en una barbacoa en el jardín que en los claroscuros de la discoteca de moda.
Por eso tampoco necesita beber del glamour de MotoGP, ni le seducen los cantos de sirena de la cobertura mediática si la oferta no viene acompañada por una cobertura mecánica. Lo ha dejado claro por activa y por pasiva: no va a ir a MotoGP a luchar por meterse en el top ten. Porque si es uno de los mejores pilotos del mundo es por su carácter ganador.
Rea sabe perfectamente que el nivel del Mundial de Superbike es altísimo, que no es, ni mucho menos, una segunda división de MotoGP. Que se lo pregunten –por ejemplo- a Stefan Bradl, un piloto capaz de subir al podio de Laguna Seca en categoría reina y que en Superbike no es capaz de domar una Honda CBR1000RR que en los últimos años solamente ha sido capaz de llevar asiduamente a la victoria un piloto: efectivamente, Jonathan Rea.
Tras aquello, llegó a Kawasaki y, desde entonces, no ha dejado de apabullar a Tom Sykes, el piloto ante el que todos se plegaban cuando superaba a pilotos tan emblemáticos como Max Biaggi, Carlos Checa o Marco Melandri. Sykes parecía ser ‘el elegido del WorldSBK’, pero en los tres últimos años no tiene más bagaje que un subcampeonato… fruto de la magnanimidad de Rea. ¿Ha empeorado Sykes? No, se ha encontrado compartiendo box con uno de los mejores pilotos del mundo.
Parece así evidente que no, que Jonathan Rea no necesita ir al Mundial de MotoGP. Por mucho que soñemos con verle medirse con Marc Márquez, Andrea Dovizioso, Maverick Viñales, Valentino Rossi, Dani Pedrosa y Jorge Lorenzo, él no tiene esa necesidad.
La necesidad, si es que la hay, es de MotoGP. MotoGP sí empieza a necesitar a Jonathan Rea, aunque ninguno de sus portavoces vaya a reconocerlo jamás ante los micrófonos. ¿Y por qué? La respuesta corta es muy sencilla: si es la máxima categoría del motociclismo de velocidad, allí tienen que estar los mejores del mundo. Y Rea lo es.
Rea es una absoluta leyenda del motociclismo. Seguramente, el mejor piloto británico desde los tiempos de Barry Sheene. Para colmo, cada año pilota mejor, más rápido, más seguro. Gana más y falla menos. Compite solamente contra sí mismo y no deja de ganarse. Así se generan los mitos.
Dado que para 2018 no había en MotoGP ninguna vacante lo suficientemente suculenta como para tentar a una leyenda en activo como Rea, la única solución que han encontrado es legislar contra él, cortarle las alas para que no continúe con esta superioridad que dicho campeonato no conocía, y que recuerda a la exhibida por Mick Doohan en la era final de 500cc.
Está por ver cómo funcionará el mecanismo para pararle. Quizás minimice su dominio, pero por ahora cuesta pensar que vaya a evitar que, si no sucede nada extraño, Rea encadene su cuarto título mundial de Superbike el próximo 2018. Para eso prácticamente tendrían que darle una Supersport.
Si, en efecto, de una tacada Rea es capaz de ganar a sus rivales y a la nueva ley pensada para frenar su dominio, la necesidad de llevárselo por parte de MotoGP se tornará en urgencia. Si quiere seguir proclamándose de forma unívoca como la primera división de la velocidad sobre dos ruedas, no puede darle la espalda a uno de los mejores pilotos.
Ya cuando estaba en Honda, se podía intuir que el nivel de Rea era superior al de sus rivales, y en cuanto ha tenido una moto a su altura ha despejado cualquier duda. Una, dos y tres veces. Arrasando al ‘elegido’ Sykes, y probando que no es cosa de la Kawasaki, ya que sin él, Chaz Davies y Ducati llevarían tres títulos seguidos.
Seguramente, 2019 será la última oportunidad de MotoGP para desfacer un entuerto que ya tiene visos históricos. No por el bien de Jonathan Rea, sino por el de MotoGP. Seguramente, a comienzos de 2018 empiece el baile de equipos y pilotos, con casi todos los contratos expirando a final de temporada y con las motos ganadoras quedando, de entrada, libres.
Allí, quien quiera tener a uno de los mejores pilotos del mundo, tendrá que saber moverse. Por lo general, a cualquier piloto que esté en otro campeonato, para convencerle de llegar a MotoGP basta con tentarle. Con Rea no será suficiente, porque no lo necesita. A Rea habrá que seducirle, porque es MotoGP quien necesita a los mejores. Rea lo es, y las dos partes lo saben.