No sé si volveremos a ver a un piloto disputando 400 grandes premios en el Mundial de Motociclismo. Es posible: al ritmo que sube el número de carreras por temporada será más ‘fácil’ que alguien vuelva a llegar a semejante cifra.
De momento solo lo ha hecho él: Valentino Rossi. Más allá de filias y fobias, un tipo único e irrepetible. Seguramente esta ante su peor año y, sin embargo, conserva la motivación intacta para salir como una exhalación y darse el gustazo de liderar las primeras vueltas en su carrera número 400, haciendo soñar a la marea amarilla congregada en Phillip Island.
Después, la inexorable ley del ritmo le fue llevando hacia atrás hasta cruzar la meta en octava posición, el puesto más repetido de la temporada. Muy lejos del primer puesto, el más repetido en toda su carrera deportiva. Su declive, por más que él se esfuerce en contradecir al paso del tiempo, está llegando. Ni de golpe ni de forma lineal, pero está llegando.
El año pasado le vimos acariciar la victoria 116, y este año la caída de Marc Márquez en Austin le puso la miel en los labios, hasta que Álex Rins se la quitó. Desde entonces no ha vuelto al podio, y nadie sabe si volverá. Lo puede hacer, por supuesto, pero quizás sea la primera vez en la que no está claro que vaya a conseguirlo. Márquez deja muy poco al resto y la juventud viene pisando fuerte, lo que hace que cada vez sea necesaria una carambola mayor para esa victoria 116.
Si no llega, no pasará absolutamente nada, o nada más que el tiempo. Mientras muchos hombres afrontan la crisis de los 40 comprándose una moto, Rossi la burla sin bajarse de su burra para demostrar, a 350 por hora, que aunque sus huesos no sean los de antes su espíritu sigue siendo el mismo de aquel niño que se plantó en la parrilla de Shah Alam el 31 de marzo de 1996.
Hace tanto tiempo que es una leyenda viva que su obsesión por perpetuarse solamente se entiende desde el puro amor a lo que hace, de su inquebrantable fe en que volverá a subirse a lo más alto del podio.
Los mitos, que saben que lo son, son así. Lo son porque disfrutan lo que hacen y se reinventan las veces que haga falta para seguir disfrutando, incluso cuando sienten que sus mejores días ya no están por venir. Como Joaquín Sabina, que después de varios discos más discretos de lo habitual, decidió hacer una gira llamada ‘500 noches para una crisis’ basada en los temas de su mejor disco, ’19 días y 500 noches’, publicado un cuarto de siglo atrás.
Rossi tiene 19 días para una esperanza y, de momento, 400 noches para una crisis. Dentro de 19 días (y una noche), Rossi se subirá a la Yamaha 2020, la moto en la que ha depositado sus expectativas para seguir riéndose del paso del tiempo.
Seguirá mirando al futuro pero lo hará con la tranquilidad de saber que, el día en el que finalmente decida decir adiós al motociclismo de competición, habrá dejado en el pasado más de 400 noches para una crisis: la de sus seguidores cuando MotoGP siga sin él. Pero, hasta entonces, a seguir añadiendo noches. ¿Llegará a 500? Yo lo dudo, pero si algo he aprendido es que apostar contra las leyendas es mal negocio.