Dirigimos en esta ocasión nuestros pasos hacia una zona que nos reserva una atractiva variedad cromática, todo un privilegio para los amantes de la fotografía o simplemente para los que desean llevarse un buen recuerdo de un viaje salpicado de detalles. Acompañados de una BMW K 1300 S, contamos además con la ventaja de gozar, casi con toda probabilidad, de un clima benigno independientemente de la época del año que te acerques por estos lares. Bien es cierto que en verano los rigores del calor no son precisamente un canto de sirena, pero en general se trata de un lugar casi perfecto para los amantes de las rutas variopintas donde se entremezclan escenarios marítimos con otros serranos, todo ello aderezado por carreteras de asfalto cambiante y con más o menos tráfico en función de la cercanía de las vacaciones…
Nuestra intención es comenzar en la localidad murciana de Cartagena. Por si necesitas una excusa, la tienes en su circuito. Qué mejor ocasión para rodar en él que hacer un cursillo de los que tienen lugar en este trazado y comenzar con buen pie. Después de disfrutar en las curvas de 'la palmera' o 'la berenjena', y de pasear por la ciudad antes de la partida, comenzamos ya a rodar por carretera abierta por la N-332 hacia Cuesta Blanca y Los Ruices, donde cambiaremos el rumbo hacia el norte en busca de Las Palas y La Pinilla. La Autovía de Mazarrón nos servirá de enlace con la MU-603 para dirigirnos a Alhama de Murcia, desde donde comenzamos a atravesar el Parque Regional de Sierra Espuña.
En Sierra Espuña encontramos un amplio elenco de especies y subespecies animales, como es el caso de la ardilla de Espuña, que sólo habita en esta zona. Además, aquí se reúnen un total de 17 especies de reptiles, 8 de anfibios, 123 aves y 38 mamíferos. Un mosaico natural que enamora al viajero y que atrapa al entendido naturista que descubre un espacio lleno de vida. Todo ello enclavado entre montañas que elevadas respecto al mar entre 200 y 1.583 metros de altura correspondientes al pico de Sierra Espuña. Allí localizamos el murallón calizo de las Paredes de Leyva marcado por sus 3 kilómetros de longitud y 150 metros de desnivel, o la esbelta meseta de la Muela, enclavada a nada menos que 1.554 metros. Todo un mundo de contrastes dominado por un bosque donde abunda el pino carrasco, si bien encontramos además diferentes variedades de olmos, chopos, álamos y sauces.
Los alrededores ofrecen mucho juego en cuanto a combinaciones de rutas y carreteras. Si deseas hacer más kilómetros por la zona, no tienes más que brujulear por las carreteras del entorno tomando como puntos cardinales Pliego al norte, Alhama, de donde venimos, al este, Zarzadilla al oeste y Aledo al sur… Hacia aquí es donde precisamente nos dirigimos dejando atrás este espacio natural, y de Aledo a Totana. Es a partir de este punto cuando buscamos de nuevo la cercanía con el mar, tomando como referencia inicial la RM-3 hacia Mazarrón, si bien al poco de rodar nos desviaremos por la C-3315 en busca de Los Ruices, La Majada y Atalaya, acercándonos por Las Moreras ya casi en contacto con la costa.
El pasado minero de Mazarrón queda patente en las antiguas canteras, hoy abandonadas, que ofrecen al viajero una curiosa nota multicolor desde la lejanía, allá en lo alto. Tampoco pasa desapercibida la tradición pesquera y marinera: en el puerto encontramos amarradas las embarcaciones de pesca de bajura, así como la lonja. Muy cerca, aunque con un montón de curvas por delante, la N-332 nos conduce hacia Cabo Tiñoso y, más hacia el sur, nos acerca al Parque Regional de Cabo Cope, donde encontramos torres vigías como las de La Azohía en Calnegre y en el propio Cope, a donde llegamos a través de tortuosas carreteras a los pies del mar, en ocasiones descarnadas y de visibilidad reducida en sus cerradísimos ángulos.
Así nos encontramos con Águilas tras recorrer, a muy poca distancia de las aguas del Mediterráneo, el Golfo de Mazarrón. Curioso el dato que nos indican los lugareños al afirmarnos que aquí se encuentra el campo de fútbol más veterano de España. Así, El Rubial se codea en este sentido con estadios decanos como el de Huelva o Bilbao. Nos dicen que es porque a finales del siglo XIX y principios del XX, la economía aguileña impulsaba obras de todo tipo, animada su vez por una extraordinaria inquietud sociocultural que llevó a esta ciudad a igualarse con las más influyentes de la Península Ibérica. Por aquella época Águilas era conocida en toda Europa por contar con uno de los puertos más importantes en la exportación de minerales férreos y esparto.
La misma N-332 nos conduce siguiendo fielmente la línea costera hacia territorio almeriense. Poco después de San Juan de los Terreros dejamos el cruce con la A-332 para seguir la linde del mar, donde varias calas nos sugieren disfrutar de una hermosa vista del Mediterráneo sin apenas presencia humana… Hasta que llegamos a Garrucha. Los más viejos del lugar nos dicen que todavía hoy sigue siendo una población tranquila, al menos en comparación con Mojácar, donde se agradece el hecho de que el pueblo se encuentre separado, allá en su promontorio, de la vorágine playera de la costa donde cientos de apartamentos y chalets adosados se afanan por situarse en primera línea. Es el precio de la especulación, pero también del desarrollo económico, según algunos. Independientemente de todo ello, y si el clima acompaña, será el momento de premiarnos con un merecido baño mediterráneo.
Uno de los atractivos de esta ciudad murciana lo encontramos en la zona portuaria y, en sus aledaños, el majestuoso submarino de Isaac Peral, réplica del original inventado por este cartagenero allá por 1884, si bien fue construido en los astilleros de Cádiz y botado en el año 1888. Destaca a su vez el caprichoso aspecto del joven edificio de la Asamblea Regional, con influencias variopintas que le confieren un carácter peculiar, o el refugio-museo de la Guerra Civil, enclavado en las galerías originales de la época con capacidad para 5.500 personas.
Gran parte del patrimonio cartagenero se debe a la influencia de la situación costera y proximidad al continente africano. Así surgieron diferentes fortificaciones, castillos, baterías, torres y murallas que defendían militarmente los intereses españoles frente al asedio exterior. Destaca el castillo enclavado en la cima del monte Atalaya, construido en el siglo XVIII, la Batería del Collado de la misma época, la de Jorel y Castillitos, ambas provenientes del siglo XX y localizadas en el Cabo Tiñoso. Algunas artilladas son propiedad del Ministerio de Defensa, declaradas Bien de Interés Cultural.
La proximidad al mar y la diversidad de los pueblos que encontramos en la ruta, dotan de una curiosa singularidad a los múltiples platos locales que encontramos fruto de sus fogones. Destaca la riqueza de los productos vegetales de la huerta murciana, con ensaladas a base de pepino, ñoras con alcachofas, revuelto de verduras o a la plancha o su mezcla con pescados; guisos, caldos, potajes, arroces con caracoles serranos con conejo o caldero, también acompañado de verduras, pescados como salmonetes o doradas y postres a base de tartas fritas de calabaza, leche frita, huesos de santo…
Después de una buena ración de curvas atravesando Sierra Espuña, nos encontramos este bello municipio enclavado en la vertiente meridional del parque regional, a unos 800 metros de altura. El centro urbano nos reserva un conjunto arquitectónico monumental compuesto por el torreón árabe, rodeado de lo que queda en pie del castillo y la iglesia de Santa María. Se trata de un municipio donde la historia ha reconocido en repetidas ocasiones el valor de sus habitantes en diferentes campañas militares, como la Guerra de Secesión o la Guerra de la Independencia. Su privilegiado enclave provocó la lucha por el control de su territorio, lo que contrasta con la paz y tranquilidad que hoy se respira por sus calles.