Turismo: Polonia en moto

Este país del este de Europa es un gran desconocido, pero ofrece muchos alicientes para quien quiera visitarlo a lomos de una moto.

Texto y fotos: R. H./I. G.

Turismo: Polonia en moto
Turismo: Polonia en moto

Era el 25 de mayo de 2013. Nos encontrábamos en Alemania y teníamos cinco días de vacaciones para montar en moto. Así que todo estaba resuelto, ¿verdad? Pues no, nada de eso. La climatología no estaba para bromas. Había un frente bautizado con el nombre de «Dominik» que amenazaba con aguarnos (nunca mejor dicho) las vacaciones. La semana pasada el aguafiestas se llamaba «Christoffer».
Mi amigo Andreas y yo estábamos un poco deprimidos, no podía ser que el mal fario fuese a echar por tierra nuestros planes de realizar un viaje en moto disfrutando de una climatología propia de finales de mayo.
Estudiando las isobaras y demás descubrimos una posible «ventana» cerca de la ciudad libre de Dánzig (Gdansk en polaco). Así que nuestro objetivo era visitar esta región de Polonia. Dánzig es la sexta ciudad del país y antes había formado parte de Alemania. Tras el final de la II Guerra Mundial pasó a estar bajo la administración del Ejército Rojo y más tarde fue integrada en Polonia. En esta ciudad se encuentra el famoso astillero donde se fundó el sindicato Solidaridad.


El 27 de mayo, tras sobrevivir a la caída de unos siete millones de litros de agua, fuimos capaces de llegar a la frontera con Polonia. Una vez que el cielo nos dejó empapados de arriba abajo, las nubes salieron corriendo y por fin pudimos ver el sol. Polonia nos recibió con algunas placas que ponían: «accesorios eróticos», «compramos su coche»… En nuestra primera parada para repostar gasolina pagamos 1,32 euros por el litro de combustible. Luego nos daríamos cuenta que en las carreteras interiores el precio era todavía más barato.

Euros, ¿sí o no?

¿Habría que cambiar dinero? Decidí que no haría falta pues Polonia es parte de la Unión Europea y allí se puede pagar con euros sin problemas, ¿verdad? Así que planeamos la ruta en el navegador, optando por la opción de «ruta más corta». A lo largo de la frontera, los primeros kilómetros los recorrimos rodeados de casas con carteles que ponen: «club», «bar», «drink»… Tras haber puesto en el navegador la opción de «ruta más corta» nos llevó por una pequeña carretera llena de baches. Por estos lares el asfalto sufría por la nieve, el agua, y la especie de arena que se echa para deshacer la nieve. Encima, la maquinita nos obligó a atravesar el centro de varias poblaciones. Unas obras en la ciudad de Stettin nos hicieron perder 40 minutos. Había un buen número de coches bastante perjudicados, otros tenían las suspensiones rebajadas y casi todos llevaban una enorme antena. Paramos a echarnos un pitillo y Andreas me dijo: «En la próxima vida seré vendedor de antenas en Polonia. Seguro que a los 25 años ya soy millonario».

Continuamos avanzando y a 40 km nos encontramos una aldea con una mezcla de arena y cantos rodados, sin aceras. En el supermercado del pueblo solo hablaban polaco, lo que era normal, claro. Lo que nos descolocó es que solo admitían divisas del país, nada de euros. Algo que se iba a repetir a lo largo del viaje. Andreas ya estaba saboreando su helado y no teníamos con qué pagar. Sí, deberíamos haber cambiado antes. El termómetro marcaba 28º C, sentíamos que nos empezábamos a pelar como cebollas debido al caliente sol del Este de Europa.
Habíamos empezado nuestra aventura con una chaqueta con tres forros, ahora nos sobraba todo. Y mucho más caliente se iba a poner el ambiente… pues apareció «ella» por una callejuela. Piernas como las de Gisele Bundchen, trasero en forma de manzana, melena al viento, ausencia de sujetador, y solo con un vaporoso «top». Lo mejor eran los pantalones, con la decoración de la bandera estadounidense, que de ajustados parecían ir tatuados. La pierna izquierda con las estrellas y la derecha con las barras. Los pájaros dejaron de cantar y las ramas de los árboles se quedaron quietas. De pronto mi corazón empezó a fallar. No, hasta ahora nunca había pensado en casarme con esta diosa de 20 años y formar una familia con 83 churumbeles. «¿Estás bien?», me preguntó Andreas, mientras me zarandeaba. En esto nuestra diosa se subió en un SUV y desapareció tan deprisa como había venido.

El «Sahara polaco»

Continuamos con nuestro camino en dirección a Koszalin, mientras éramos «atacados» por multitud de camiones envueltos en una nube que no se sabía muy bien si era polvo, humo o un poquito de todo. El panorama es amplio y variable con bosques salvajes, colinas y enormes granjas. Estábamos cerca de la región de Pomerania que significa «situada junto al mar». El camino hacia la villa de Darlowo es muy probable que no haya cambiado mucho en los últimos 300 años con sus perros, cabras y gallinas vagando por las calles sin aceras. Darlowo nos pareció un buen lugar para pasar la noche.

A la mañana siguiente desperté con un terrible dolor de cabeza. Mi encuentro con la bebida nacional polaca, el vodka con naranja, había tenido sus consecuencias. En el bar donde estuvimos la noche anterior tenían 21 variedades diferentes, aunque también se toma puro. Por todo ello no estaba seguro de si lo que veía era real o producido por el vodka: en el tejado de un edificio de cuatro plantas trajinaba un paisano en pantalón corto y chanclas. Sin cuerda, arnés, casco o ningún otro tipo de medida seguridad. Andreas pareció leer mi pensamiento cuando me dijo: «Sí, no estás soñando, yo también veo lo mismo».
Nuestro siguiente destino era el parque nacional Slowinski, que es conocido como «el Sahara polaco». Para ello decidimos seguir costeando por la región de Pomerania y pasamos por parajes muy rurales donde nos topamos con hombres acarreando leña y mujeres echando una mano en las labores de la tierra. Por estos parajes la vida es absolutamente rural. Mientras en otros lados la gente se protege del frío con prendas técnicas provistas de Gore-Tex y demás inventos tecnológicos, y vive en hogares con ventanas con triple aislamiento. Algunos polacos se enfrentan al enorme frío de su país casi a pecho descubierto.

A finales de la tarde llegamos al pueblo de Leba. Para ir a visitar «el Sahara polaco» se nos había hecho demasiado tarde. Este parque natural no se puede recorrer con ningún coche y además está cerrado durante la noche. Una cosa difícil de entender porque la verdad es que en ese paraje no hay nada que puedas echar a perder o destrozar. Solo hay arena, un increíble océano de arena que ocupa una superficie de 550 hectáreas con dunas que llegan a los 40 metros de altura. Si alguna vez has visitado el Sahara te podrás hacer una idea de lo que decimos. Al día siguiente, con todo nuestro equipamiento motero, visitamos las dunas. Una tarea en la que sudamos de lo lindo.
Nos sorprendió una tormenta. El viento hacía remolinos con el humo que salía de las chimeneas. Cerca había unos árboles inmensos que parecían guardar todo el lugar. Estaba a punto de ponerse el sol, por lo que nos alojamos en una pequeña posada. Allí el plato típico eran las sopas: de nueces, de tomate con pasta, de patatas, de remolacha… Todas deliciosas y absolutamente frescas. Alimentos tradicionales directos de los frutos que da la tierra. La cocina era sencilla pero suculenta. Pescado, carne, huevos, leche, verduras y frutas se preparaban sin demasiada sofisticación.

Al final vimos que todos los seres humanos somos iguales y aspiramos a lo mismo: un hogar agradable y una barriga llena. Bueno y quizás también un vaso de vodka… al menos por estas tierras.