“No estoy loco, estoy reloco por vos.
No estoy cuerdo, es el recuerdo de tu voz”
Marc Márquez no está loco, está reloco por su Ducati Desmosedici GP25, o GP24.5, según se mire. Desde que se vistió de rojo apenas ha perdonado un par de sesiones sin mayor importancia. Se ha llevado todo lo que de verdad cuenta: victoria, sprint, pole y vuelta rápida tanto en Tailandia como en Argentina.
Como si los últimos cinco años no hubiesen existido, el de Cervera ha reanudado su meteórico viaje por los escalones de la historia del motociclismo, como si aquel día en Jerez no hubiese frenado en seco el calendario, apagando la risa en los espejos y llenando de desvelos las noches del ocho veces campeón del mundo.
Ahora resulta inevitable preguntarse qué hubiese sido capaz de hacer en las cinco temporadas anteriores, pero eso ya poco importa. Ahora lo único importante es lo que tiene por delante, que no es otra cosa que el título de MotoGP 2025 entre ceja y ceja.
Quedan 20 grandes premios, insiste el propio Marc. Una verdad como un templo, tan grande como la sensación de que su principal rival vuelve a ser él mismo. La manifiesta superioridad exhibida tanto en Chang como en Termas de Río Honda, unida a la madurez demostrada en ambas carreras tras los contratiempos de la presión primero y una pequeña colada después, evidencia que vuelve a ser el piloto más rápido de la parrilla. Y ahora, además, tiene la mejor moto.
A sus 32 años, Márquez vive probablemente el momento más dulce de su carrera. Seguramente más que aquel 2014 en el que inició el curso con diez victorias consecutivas, por una sencilla razón: por aquel entonces todo le venía dado, y eso suele hacer valorar menos las cosas buenas.
El cielo sabe mejor cuando has vivido en los infiernos y, como guinda de ese pastel rojo que está paladeando despacio, tiene a su hermano Álex Márquez al lado también el podio. Ya en Tailandia hicieron historia al ser los primeros hermanos en ocupar los dos escalones más altos en la historia de la categoría reina, y les gustó tanto que en Argentina repitieron.
Marc sabe que Pecco Bagnaia volverá por sus fueros, que Jorge Martín regresará hambriento y con una Aprilia que funciona, que las Honda están llegando, que Pedro Acosta se muerde las uñas por el paso hacia delante de KTM que le devuelva a la zona noble y que Fabio Quartararo será temible cuando Yamaha acabe encontrando el rumbo
En definitiva: sabe que estos momentos de felicidad no serán eternos, y precisamente por eso los está disfrutando como nunca. Está haciendo algo muchísimo más trascendental que acumular victorias y batir récords, como el de igualar las 90 victorias del eterno Maestro Ángel Nieto para convertirse en el piloto que más veces ha hecho sonar el himno de España en toda la historia del Campeonato del mundo.
Está creando recuerdos.
Las fotografías dándose la mano con su hermano tras cruzar la línea de meta separados por apenas un segundo ya no se las quita nadie. La instantánea de su padre dividiéndose en el parque cerrado para intentar abrazar a sus dos hijos podría presidir perfectamente el comedor de la casa paterna durante décadas.
Ver a sus aficionados volviéndose relocos con sus victorias después de cinco temporadas de apoyo incondicional, esperando con infinita paciencia y tratando de mantener la cordura ante la falta de seguridad de saber si esos momentos volverían a llegar alguna vez. Ahora puede guardar el recuerdo de sus voces al unísono celebrando el adelantamiento de la victoria y chillándole de puro éxtasis al verle en lo más alto del podio.
Los fragmentos en cursiva pertenecen a la canción 'Relocos y recuerdos' de Luis Ramiro (o la parafrasean).