Durante los últimos cinco años, habrá gente que se haya aficionado a MotoGP sin conocer absolutamente nada de su pasado reciente. Fans que se han enganchado al calor de jóvenes talentos como Fabio Quartararo, Pecco Bagnaia, Jorge Martín o Joan Mir, por citar a los cuatro campeones más recientes.
Caras nuevas que se han ido introduciendo en el imaginario colectivo al tiempo que transcurría la línea argumental paralela de Marc Márquez y su heroico viaje por volver a lo alto después de un calvario de lesiones. Es decir, seguramente crecieron sabiendo quién era Marc Márquez, pero sin haber podido disfrutar de su ‘prime’ en pista.
Es más, con suma probabilidad, gran parte de esa incipiente afición a MotoGP leyó el nombre de Marc Márquez más veces precedido de las palabras ‘el nuevo’ -en referencia al alumbramiento de una nueva estrella que le reemplazase- que apelando a las hazañas del propio 93, que se pasó años condenado entre la oscuridad de los quirófanos por y la penumbra de la mitad de parrilla.
Por eso, en una época de consumo rápido y de héroes de usar y tirar, hubo quienes se afanaron en la búsqueda de un nuevo Marc Márquez como si el auténtico Marc Márquez hubiese colgado el casco.
Y es cierto que poco le faltó para claudicar, desesperado entre las cicatrices físicas del bisturí y las emocionales de la RC213V que tanto le dio y que a punto estuvo de quitarle hasta la ilusión.
Así que, consciente de que su empecinamiento en obtener un resultado distinto sin cambiar de medios le estaba destruyendo a nivel físico y mental, decidió darse una última y drástica oportunidad: cambiar Honda por Ducati.
Porque lo bueno de tocar fondo es que puedes empezar tu nueva vida desde los cimientos.
Es lo que hizo: aceptó la oferta del Gresini Racing para cimentar la segunda parte de su carrera deportiva. Quizás sin la explosividad de aquel imberbe que entró en MotoGP como un elefante en una tienda de Swarovski, pero con el talento innato para ir en moto todavía intacto y, sobre todo, con la experiencia del que lo ha perdido casi todo y sabe que todo lo que llegue será bienvenido.
Paradójicamente, el hecho de haber dibujado en su mente la idea de la retirada le llenó de paz, y en Gresini encontró una nueva familia en la que no solo le recibieron con los brazos abiertos, sino que además lo hicieron sin la exigencia de ganar que tenía antaño, tanto impuesta como autoimpuesta.
Allí pudo equivocarse tranquilamente las veces que lo necesitó, porque estaba disfrutando del proceso de volver sentirse competitivo y, sobre todo, porque desde el primer momento en el que se subió a la Desmosedici supo que el problema nunca había sido él.
En ese momento, se liberó de las toneladas de presión que había llevado durante años a la espalda, siendo el salvador de la marca más laureada de la historia.
En ese momento, supo que su historia en MotoGP tendría que escribirse en dos tomos distintos; y que el primero ya estaba terminado, aunque el final no fuese feliz.
Tenía ante sí la maravillosa oportunidad de reinventarse a sí mismo. De coger todo lo bueno y de mandar pa’ fuera lo malo. Ahí volvió a soñar a lo grande y, como hacen las leyendas, transformó el sueño en un plan: vestirse de rojo Ducati.
Así, con una GP23 que estaba lejos de la GP24 (algo que parecía claro durante 2024 y quedó cristalino en los test de 2025), empezó a marcar las diferencias como hiciera una década atrás. Fue reconstruyendo su propia confianza a base de sensaciones y resultados, con el Gran Premio de Aragón como prueba irrefutable del retorno de su mejor versión.
Tres victorias, diez podios y el tercer puesto final hubiese sido un resultado negativo para el viejo Marc Márquez, aquel que entendía la competición como un sistema binario en el que todo lo que no es ganar es perder. Ese era el viejo Marc Márquez.
El nuevo Marc Márquez es distinto.
Ha sido capaz de conservar el núcleo del viejo Marc Márquez y lo ha ido dotando de esas virtudes que solamente se adquieren a base de tiempo, experiencias y disgustos. Se ha armado de paciencia para dejar fluir su pilotaje por los cauces exactos, después de años intentando forzar más allá de los límites: los de la moto y los suyos. Podría llamarse Marc Márq-zen.
Pero no. No se ha cambiado el nombre, porque el nombre de Marc Márquez sigue infundiendo temor en el resto de la parrilla. Incluidos los nuevos gallos del corral que, mientras se disputaban los títulos, miraban de reojo qué estaba haciendo el 93, conscientes de que algún día podría volver. Y lo ha hecho, hambriento de victorias y títulos.
Mientras todos buscaban al nuevo Marc Márquez en otras caras, Marc Márquez ha demostrado que solo puede haber un nuevo Marc Márquez. Y se sigue llamando Marc Márquez.