Ha pasado casi una década desde la última vez que Valentino Rossi y la Yamaha YZR-M1 formaron la simbiosis perfecta. Corría el año 2009 y el italiano festejaba su séptimo título de la categoría reina en nueve temporadas, el noveno en total contando los de categorías inferiores. Desde su llegada a Yamaha, llevaba cuatro títulos en seis años; algo que la marca no había conseguido desde que Eddie Lawson (1988) y Wayne Rainey (1990, 91, 92) lograron cuatro en cinco años.
Lo que vino después es de sobra conocido: la lesión de 2010, el título para Jorge Lorenzo, el exilio a Ducati y el retorno a la que el italiano considera su casa. Han pasado cinco años y medio desde entonces y el rendimiento de ‘Il Dottore’ ha tenido un sinfín de altibajos: desde un 2013 o un 2017 bastante discretos hasta tres subcampeonatos seguidos, con un punto álgido como 2015 donde rozó el décimo con la yema de los dedos.
Sin embargo, da la sensación de que Rossi y Yamaha nunca han vuelto a ser ese binomio perfecto que fueron en 2004, 2005, 2008 y 2009. Por momentos han estado cerca, han alcanzado una conexión realmente interesante. Pero no la perfección que demuestran otros binomios como Marc Márquez y la Honda RC213V o Andrea Dovizioso y la Ducati Desmosedici.
El propio Rossi se expresaba en ese sentido: “Estoy dando el máximo pero no basta", declaraba tras finalizar cuarto en el Gran Premio de la República Checa, donde lo dio todo pero no pudo plantar cara a las Ducati y a la Honda, que acabaron con la racha de doce podios seguidos de Yamaha.
Sencillamente, la moto no le acompañó. Rossi está en un estado de forma increíble, pero la moto no. Y da la sensación de que su estados se entrecruzan: cuando la Yamaha va como un tiro, a Rossi le falta algo (como al inicio de 2017, cuando no llegaba al nivel de Maverick Viñales); y cuando es Rossi el que va como un tiro (en este 2018 está siendo claramente el mejor piloto de la marca), es la M1 la que no encuentra el sitio.
Lo más cerca que han estado de la perfección en el segundo periplo de Rossi en Yamaha fue ese 2015, pero la realidad es que la simbiosis de la moto era mayor con Lorenzo (siete victorias del español por cuatro de Rossi), y que si acarició el título fue por una mayor regularidad, no por una mayor velocidad. Es decir, en su mejor temporada de la última década, resulta que no llegaba a exprimir la M1 tanto como su compañero.
Y al revés: en los años que –desde su retorno- fue la mejor Yamaha, Honda ha estado por delante. Sirvan los subcampeonatos de 2014 y 2016 en los que Márquez estuvo muy lejos, o este 2018, en el que de momento está sucediendo lo mismo y en el que ya parece increíble que esté por delante de las Ducati oficiales en la clasificación general.
Por eso, es normal la frustración de Rossi. Está en un momento de forma envidiable a sus 39 años, y tiene dos años y medio por delante para intentar perseguir el sueño del décimo. Y aunque ganarlo o no ya es casi secundario: lo que Rossi quiere es sentirse capaz de pelear de tú a tú con Márquez; y eso pasa por tener una moto realmente competitiva: una M1 con la que volver a formar un binomio perfecto.