A quien madruga…
La etapa de Er Rachidia Ouarzazate fue la típica marroquí: pistas, piedras y dunas. Después de un buen madrugón la «KTM Dakar Adventure» llegó a tiempo para ver la salida de motos y adentrarse un poco en el desierto para contemplar a los vehículos desenvolverse en su medio natural. Sin embargo, el relax duró poco y hubo que ponerse de nuevo en camino. La caída de uno de los integrantes del grupo retrasó un poco la salida, pero afortunadamente se pudo seguir avanzando.
Paisajes abiertos y de belleza extraordinaria se sucedían sin prisa. Las lluvias de las semanas anteriores dotaron al horizonte de tonos discretos tonos verdosos. Junto a la carretera, sin aparente rumbo, aparecían de vez en cuando niños que saludan sonrientes u hombres que parecían esperar a que pasara algo interesante mientras contemplaban pasar la caravana de KTM con indiferencia. Pequeñas poblaciones con construcciones de adobe evidenciaban que estábamos ya en el interior, donde las mujeres y burros cargan pesos imposibles y los niños caminan kilómetros para ir a la escuela. El sol, cegador, no calienta en enero pero arruga las pieles y envejece pronto al pobre, que, si lo brinda la ocasión, no duda en convidar a té a los viajeros. Hospitalidad y tradición.
En Ourazazate, ciudad en toda regla, no falta la visita de rigor al campamento del rally. Sin embargo, su aspecto es algo más desolado que en la anterior etapa debido a las numerosas bajas que ha habido y a que las motos dormían a pie de especial porque era etapa maratón y no había asistencia. En el centro de la urbe esperaba un merecido descanso y masaje en el hotel.
De vuelta
El seguimiento de la carrera terminó en Ouarzazate y desde allí, por pistas, fuimos en busca de Ait-Benhaddou una majestuosa kashba que lleva un milenio desafiando al desierto. Sus formas de adobe mantienen un carácter altivo de fortificación y, en su interior, las estrechas y empinadas callejuelas te hacen retroceder en el tiempo sin remisión. Se puede ascender en burro hasta lo más alto y maravillarse con la panorámica del valle donde se encuentra.
Para llegar a Marrakech hubo que atravesar de nuevo el Atlas que esta vez se mostraba más escarpado y con desfiladeros de vértigo en la margen derecha de la carretera. Los habitantes de las poblaciones por las fuimos pasando asaltaban la vía para vender fósiles y minerales. El tiempo apremiaba y había que llegar al destino antes del anochecer. Así fue. La entrada a Marrakech, como siempre, fue un caos. Ciclomotores, carros, taxis y vehículos destartalados se entrecruzaban constantemente tejiendo una trenza que recorría toda la ciudad.
La esencia de Marrakech se puede encontrar en la Plaza de los Muertos. Jemma el Fna, su nombre en árabe, destila vida por todos sus rincones con encantadores de serpientes, saltimbanquis, cuentacuentos, puestos de dulces, zumos y caracoles…que la convierten en una visita obligada. Si continúas andando, te adentras en el zoco donde puedes encontrar de todo, absolutamente de todo, si te pierdes por sus miles de callejones. Olor a especias y a cuero invaden todo este dédalo en el que sus incontables puestos hacen las delicias de los turistas y habitantes de la ciudad. Al caer el sol el zoco cierra sus puertas y la ciudad se sumerge en la magia de la noche. Sus más de trescientas mezquitas llaman a la oración.
Para regresar a España se subió hasta Casablanca por carretera nacional para allí coger la autopista hasta Tánger. El viaje llegaba a su fin y todos los integrantes de la KTM Dakar Adventure asumieron que la realidad y la rutina diaria iba a volver a sus vidas, pero eso sí con un brillo diferente en la mirada porque «no hay nada más exquisito que esperar una aventura, y nada que serene tanto como vivirla».