El equipo de moto y motero tenía que ser el mismo que utilizo en los inviernos españoles, sin accesorios especiales. La incertidumbre de que una buena nevada me mandara para casa sin llegar al objetivo, una vez más, me parecía de lo más interesante. Así las cosas, puse mi BMW (con más de 427.000 kilómetros) a punto en Dasmoto Bizkaia, calcé unos Metzeler Karoo Street (M+S) y el 15 de abril arranqué hacia el norte. No quise que cruzar Europa fuera un mero trámite así que, aunque avanzaba rápidamente por la autopista, iba parando en Roubaix, en el Kapelmuur de Flandes (lugares míticos para los ciclistas) e iba “cazando” faros, una de mis aficiones (o excusas para arrancar la moto). Que si el de Bremerhaven, el de Kiel o el de Hanstholm.
Y así llega uno al norte de Dinamarca, al faro Rubjerg Knude. Cuando pasé hace años por aquí era famoso porque las dunas lo estaban cubriendo por completo. Ahora lo es porque, para evitar que desapareciera, en 2019 se trasladó el faro (de 60 metros de altura y 650 toneladas de peso), 70 metros tierra adentro sobre unos raíles, a 12 metros por hora. Con la emoción de subir al faro se me hizo tarde y llegué a Hirtshals para coger el ferry que me llevara a Noruega por los pelos que no tengo. Tuvieron que pedir permiso para dejarme embarcar, pero embarqué. Única moto a bordo.
En poco más de dos horas desembarco en Kristiansand. Empieza la vida a 80 km/h, empiezo a ver nieve, señales de tráfico con alces, lagos helados y hoteles con sauna. Mientras tanto, 2.500 kilómetros al norte, en Nordkapp, la temperatura no subía de -1 ºC y las carreteras permanecían blancas. Bueno, todavía faltaba mucho para llegar hasta allí y el tiempo podía mejorar.
Mi segundo día en Noruega empezó con una buena nevada que cesó cuando arranqué la moto. Apenas había tráfico pero la carretera se mantenía bastante limpia. Hay muchos coches eléctricos por aquí y también muchos que aún llevan ruedas de clavos. Pero motos… motos no hay. Llego a la iglesia de madera de Borgund, construida en la era vikinga sin utilizar un solo clavo y con figuras de dragones como guardianes. Oscura. Espectacular.
Por la tarde el GPS me indica que gire por una carretera muy secundaria, limpia, pero que transcurría entre taludes de nieve de más de un metro de altura. Durante muchos kilómetros apenas me crucé con ningún vehículo y no había pueblos, ni grandes ni pequeños. Así las cosas empezó a nevar fuerte. Me quedaban 120 kms hasta destino, unas dos horas. De vez en cuando había alguna placa de hielo que cubría todo el asfalto durante unos metros y la salvaba porque iba a muy baja velocidad. Llegué a una gasolinera sin gasolina (ella, yo tenía algo aún) y la reserva aguantó justo hasta la estación de servicio que había frente a mi hotel, al que llegué sudando a pesar de la nieve y el frío. Fueron dos horas de mucho estrés.
Cené a base cordero duro y caro con zanahoria, dura también, y me quedé sin ver auroras boreales a pesar de que había un 35 % de posibilidades de verlas. A pesar de todo, estaba muy contento de estar allí en aquel momento. Ya lo creo.
Al día siguiente me dirigí hacia la famosa carretera de los Trolls aunque ya sabía que estaba cerrada. La había recorrido hace 12 años cuando vine después de un viaje por Islandia. Aquella vez no vi la célebre señal de “precaución trolls” y en esta ocasión, la carretera estaba cerrada justo en ese punto, en la famosa señal. Por supuesto, no me crucé con ningún vehículo, el paisaje era espectacular, el momento, para grabarlo bien en la memoria. Pero como empezó a nevar decidí ser práctico, hacer la foto que me faltaba y volver por donde había ido. Frío, pero contento.
Carretera del Atlántico
Algunos kilómetros más tarde, después de pasar por una rotonda en medio de un túnel de 25 kms, llegué hasta la “carretera del Atlántico” que también conocía pero que siempre merece la pena, a pesar de que cuando no llovía, nevaba. Qué maravillosa obra de ingeniería, cuánto talento, cuánta imaginación, cuánto arte. Después de recorrerla dos o tres veces llegué a Kristiansund, pequeño pueblo pesquero. Paré en el puerto junto a la estatua de Klippfiskkjerringa que homenajea a las mujeres que trabajaron en los acantilados de la ciudad. Sin duda un lugar mágico.
Se acercan dos señores que se interesan por mi viaje. Uno de ellos me pregunta si noto que el aire es muy puro allí. Inspiré hondo… Y realmente lo notaba. Me hizo sentir tan bien que aunque tenía previsto continuar bastantes horas más, aquel día decidí parar la moto, quedarme allí a respirar aire puro, descansar y disfrutar del lugar.
En esta época del año en estas latitudes el sol se pone a las 21 y amanece a las 5 pero las noches no son oscuras, sino crepusculares.
Ya de día visito el interesante fuerte de Kvakvik, de la II Guerra Mundial, el mejor conservado de los fuertes costeros, con sus minas, torpedos y demás accesorios bélicos. Aunque hace mucho frío, hoy es domingo y se nota porque me encuentro con muchos moteros, que deben ser lugareños puesto que no llevan maletas.
Cuando llego a Trondheim luce un día soleado y 8ª Primavera noruega. Visito la catedral de Nidaros, una de las más interesantes de todo el país, cuya fachada principal, rica en ornamentos, es sencillamente espectacular. Muy cerca se encuentra Gamle Bybro, el puente más famoso de la ciudad que tiene unas vistas impresionantes puesto que las viviendas de ambas orillas presentan un colorido muy llamativo. Después de callejear un rato más por Trondheim y empaparme de su agradable ambiente, sigo hacia el norte y llego a la región de Nord-Norgue. Esto ya va sonando serio. Veo un coche de policía con radar por primera vez en los casi 2.000 kilómetros que llevo en el país. Por desgracia, no sería el último.
Tras visitar las cascadas de Laksforsen (un poco decepcionantes pero sirven para romper la monotonía de la tarde) llego a Mo i Rana donde tocaba la pernocta. Justo al sur del Ártico. A pocos kilómetros de levantarme me adentré en las tierras en las que al menos una vez al año el día dura 24 horas y otras tantas la noche, medio año después. Crucé el paralelo septentrional de la tierra, crucé el Círculo Polar Ártico. Para celebrarlo el termómetro marcaba -7,5 ºC. Había muy, muy poco tráfico y algunos renos cruzaban por la carretera. Me gustan mucho estos hitos geográficos. Era emocionante estar allí.
Seguí mi ruta hacia el frío norte y como las tablas de mareas me eran benévolas decidí desviarme para visitar Saltstraumen donde se encuentra el Maelstrom más grande del mundo, el remolino marino más intenso del planeta, corrientes inmensas que chocan entre sí. El Nautilus de Julio Verne se las tuvo con ellas, pero prefiero no hacer spoiler. Me acerco a Tranoy para visitar su imponente faro rodeado de melancolía, con las hermosas islas Lofoten al fondo, en las que pasaría ya, la noche.
El siguiente par de días transcurrieron entre las Lofoten y las vecinas Vesteralen. Aquí la temperatura es un poco más templada y el termómetro se para entre 4 y 6 ºC y durante mi visita no dejó de lucir el sol. Todo un regalo de la naturaleza. Las Lofoten son misteriosas desde el primer kilómetro. Montañas nevadas que surgen desde el mar de manera abrupta, lagos helados, renos, de vez en cuando algún alce resguardado en los bosques boreales y muy poco tráfico. Un sueño.
Las recorro desde Lodingen hasta Ä y vuelvo repitiendo gran parte del trayecto. No importa. Las poblaciones son pocas y pequeñas, hay secaderos de bacalao por cualquier parte, visito un museo vikingo bastante prescindible, el campo de fútbol de Henningsvaer (uno de los más bellos del mundo por su ubicación) y llego hasta el faro de Andenes con una sonrisa que no me cabe en el casco. Allí me encuentro con una pareja de españoles que está haciendo el mismo recorrido que yo, en autocaravana, pero en orden inverso, así que acaban de estar en Cabo Norte. Desde Honninsvag han tenido que ir en un autobús por el hielo…
Más tarde me para la policía por exceso de velocidad. Iba a 88 km/h cuando el límite estaba en 60. Me explica que pasar de 86 implica retirada del carnet en el acto. Le cuento que he visitado más de 60 países y que siempre he sido muy respetuoso con la cultura y las normas de cada lugar y le debí caer bien porque consultó por teléfono con su jefe y rebajó mi velocidad a 85. Podía seguir mi viaje que la multa (de casi 1.100 €) me llegaría a casa.
A ritmos más prudentes voy abandonando la taiga boscosa para acceder a la tundra polar, en la que no crece árbol alguno. El azul del cielo es diferente en estas latitudes. Más claro e intenso. Llego a Tromso, capital del Ártico y rápidamente quedo impregnado por el ambiente de tan singular lugar. Me encantó pasear por sus calles, frías para mí, primaverales para ellos. Fantástica la biblioteca, el bar de hielo, la catedral… Inaudito Tromso.
El día siguiente, 25 de abril, avanzo con decisión. El paisaje está totalmente nevado pero la carretera está limpia. Bien entrada la tarde llego al fiordo de Porsangen, el mar se coloca a mi derecha por primera vez en el viaje y llego a Honninsvag. Son más de las 8 de la tarde y me decido a intentar llegar a Nordkapp sin esperar un día más. Voy encontrando barreras abiertas, algún quitanieves y algún tramo helado que paso con tiento. Y al final llego al ansiado final: a Cabo Norte.
Disfruto de la puesta de sol en total soledad. Todo un privilegio. Sobredosis de aire puro. La moto se queda atascada con el hielo junto al monumento. Aparece un coche que me ofrece su ayuda en forma de pala. Menos mal. Duermo en Honninsvag, me baño en un jacuzzi entre la nieve y por la mañana vuelvo a Nordkapp. Hay más gente. El ambiente es distinto pero lo disfruté.
Ya de vuelta visito el antiguo Ice Bar que ahora es Christmas House, una tienda de preciosos regalos. La regenta una pareja de españoles que me ayudó mucho hace 14 años, cuando no había tanta información en el bolsillo. Más de 3 horas de agradable conversación y emprendo la marcha hacia Gamvik, un par de fiordos al este, 404 kms.
Nordkapp es el punto septentrional de Europa al que se puede llegar por carretera, pero es una isla (se accede por un túnel). Gamvik es el punto más al norte de la Europa continental, mucho menos conocido, mucho más estimulante. Llego al final del día, después de una nevada de más de 2 horas que me ha tenido muy preocupado. Pero llego.
Por la mañana visito el cercano faro de Slettnes, todo un símbolo. Y ahora, ya sí, avanzo irremediablemente hacia el sur. La vuelta a casa la hago por Finlandia. Hace más frío, dado que el viento que proviene del océano templa un poco la temperatura en Noruega. Pero no en Finlandia.
Arrivo a Rovaniemi para volver a cruzar el círculo polar ártico, aunque ha desparecido casi toda señal que lo indique. Eso sí, ha crecido desmesuradamente todo lo relacionado con Santa Claus. Una decepción. Y avanzando, avanzando, llego a Helsinki y empiezo a quitarme ropa de abrigo. Me encanta esta capital. Tanto que perdí el ferry que me llevaría hasta Tallín.
Desde Estonia, al igual que a la ida, se trataba de cruzar Europa con pocas distracciones, aunque sí algunas como Kaunas, Breslavia (y sus simpáticos enanitos), la iglesia de madera de Vang, (en Polonia, trasladada desde Noruega en el siglo XIX) o como la impresionante biblioteca de la abadía de Wibligen, en Alemania.
Y a partir de ahí, cuando solamente quedaba autopista, falló el alternador de mi querida BMW con sus 438.000 kilómetros. Tocó acercarse a un concesionario y como la avería requería mucho tiempo, volé desde Stuttgart a casa y, mientras escribo esta crónica, sigo esperando a que el seguro repatríe la moto para repararla en mi taller de confianza.
Un final un tanto amargo que no consiguió enturbiar un viaje maravilloso que me llevó hasta el confín septentrional de Europa. Con nieve y con sol. Como yo había soñado.
Datos de interés
Viajar a Cabo Norte con buen tiempo ya no tiene mucho misterio. En la práctica no hay fronteras, no hace falta cambiar moneda y el móvil funciona como si estuvieras en casa, al mismo precio, por lo que no requiere demasiada preparación. Basta con llevar el DNI, el carnet de conducir y el certificado internacional de seguro (antigua carta verde).
Aunque Dinamarca, Noruega y Polonia tienen su propia moneda se puede pagar cualquier cantidad en prácticamente cualquier lugar con tarjeta bancaria. No vi moneda local en todo el viaje. Gestioné todos los alojamientos a través de Booking, a veces hoteles, en ocasiones los cada vez más habituales apartamentos privados. Es frecuente que se permita la llegada hasta las 12 de la noche. Muy interesante.
No reservé con antelación ningún ferry, me bastó con presentarme en el puerto. A mí me quita mucho estrés no tener una hora fija de llegada a ningún lugar. Es recomendable viajar en los meses más cálidos. Muchos menos problemas, mucha menos magia. Pero yo volvería en abril.