Motos clásicas

La gran pasión de Steve McQueen

El actor estadounidense amó el mundo del motor, y en especial, las motos. Para él «las carreras son la vida. Todo lo que hay antes y después es espera».

Ildefonso García

4 minutos

La gran pasión de Steve McQueen

Hay tres cosas que tengo en común con Steve McQueen, compartimos el mismo amor por las mujeres, las motos y los jersey de cuello vuelto. Dicho esto, hablemos de este hombre que se convirtió en los años 60 y 70 del siglo pasado en uno de los seres humanos más famosos del planeta.
Terence Steven «Steve» McQueen nació el 24 de marzo de 1930 en las afueras de Indianápolis (EE.UU) y murió en México el 7 de noviembre de 1980. En el mundo sajón se le conoce como «The King of Cool», algo así como «El Rey de lo guapo».

Personalidad

El haber vivido una infancia de pobreza y abandono fue algo que nunca llegó a superar. Los millones que ganó como estrella de Hollywood no pudieron borrar un oscuro pasado que le persiguió hasta el final de sus días. Abandonado por su padre cuando solo tenía seis meses, su madre lo dejaría al cuidado de un tío abuelo granjero y nunca se ocupó de él. No hay fotos de su infancia que acabó cuando su madre lo envió a un reformatorio. Luego pasaría tres años en la armada, donde comenzó a enderezar su vida. Nuestro héroe era más agarrado que un tango, incapaz de dar una propina –algo casi obligado en la cultura estadounidense–. A pesar de llegar a ser el actor mejor pagado de Hollywood, los años de hambruna, pobreza y soledad le persiguieron hasta el final de sus días convirtiéndolo en un avaro compulsivo. A su hija e hijo les dio todo lo que él no tuvo, y fue siempre un auténtico padrazo.

Al ser preguntado por qué le gustaba tanto montar en moto habló del: «Olor a limpio del desierto por la mañana. A mí, si está permitido, me gusta ir a tope. Rodar con una Husqvarna 405 a 12.000 rpm, ¡es música celestial! En el campo tienes que saber leer la tierra. En el desierto te sientes vivo de verdad». Hay quienes piensan que la fascinación que tenía por la velocidad era porque ello le permitía escapar. McQueen estuvo toda su vida solo, escapando de una infancia desgraciada. El alcohol y la cocaína también supusieron otra vía de escape o, mejor dicho, de intento de escape, porque, como diría mi bisabuela: «A donde vayas, te llevas». Fuera donde fuera, sus demonios le acompañaron siempre.

La Gran Evasión

En 1964, Bud Ekins puso en pie el primer equipo estadounidense que iba a participar en los ISDT (los ISDE de la época) a celebrar en la Alemania del Este. Los componentes eran Bud y Dave Ekins, McQueen, y Coleman. Ese año la competición estuvo muy reñida y, encima, pasada por agua. McQueen estaba acostumbrado a rodar en el desierto de California, un terreno completamente diferente. Así todo en el segundo día iban líderes, empatados con el Reino Unido. «Estaba dispuesto a conseguir una medalla de oro, por lo que iba a tope. Una parte de la prueba era a través de un bosque. Iba luchando con Gills, el campeón británico, bajo la lluvia. Sufrí una caída en la que me hice un corte en la cara pero no me rompí nada. El escape estaba hecho un ocho, así que lo arreglé con la herramienta que llevaba», comentó la estrella. En el tercer día las esperanzas del equipo se esfumaron al partirse la pierna Bud Ekins y McQueen chocar contra un espectador que iba en moto y se había metido en medio del recorrido. «Esa caída me costó más que la medalla, perdí toda opción en la carrera», diría el protagonista de «La Gran Evasión».

Bud Ekins fue quien lo dobló en el famoso salto de «La Gran Evasión». El actor podía haberlo hecho, pero en Hollywood estaban preocupados con que se pudiera hacer daño. Las compañías de seguros entraron en juego e impidieron que el mismísimo «King of Cool» fuera el que diese el salto. Así que contrataron a Ekins, no solo especialista y piloto de élite, sino amigo personal de la estrella: «El salto lo hice primero a 50 mph, y finalmente a 65 mph (104 km/h), fui a tope. Comencé a volar, me acuerdo que estuve en el aire mucho tiempo, en medio de un estruendoso silencio hasta que aterricé sin problemas», comentaría Ekins años después. Conociéndole, mucha gente pensó que nadie lo había doblado, pero el mismo McQueen nunca se cansó de dar el crédito a Ekins. Este brinco en la pantalla significó de alguna manera su salto a la fama. En los años 60 y 70, el tiempo de la contracultura y la oposición a la guerra del Vietnam, McQueen encarnó la rebeldía propia de su época, sin dejar de ser un producto 100 por cien del sueño americano. El chico pobre de hogar destrozado que a base de tesón y trabajo alcanza reconocimiento, fama y riqueza.

Pasión por las motos

Su pasión por el motociclismo fue tal, que incluso las revistas lo invitaban como probador de lujo. Aquí te mostramos unos apuntes sobre sus opiniones acerca de una Montesa 250: «Pese a que prefiero las motos de 4T, las prestaciones de la 2T me han sorprendido. La Montesa es una gran moto. Los amortiguadores traseros van de maravilla y tienen cinco posiciones de ajuste. La horquilla es similar a la Ceriani, aunque quizás es un poco más rígida. Se trata de una moto con una manejabilidad muy neutra y una parte delantera ligera, que la puedes levantar dando gas. El motor sube y sube de vueltas. La Montesa te permite corregir tus errores. Un montón de moto por 800 dólares». Su empresa, Solar Productions, financió el mejor documental que se ha hecho nunca sobre el motociclismo: «On Any Sunday», donde el actor se codea con Mert Lawwill y Malcolm Smith, dos estrellas del motociclismo de la época. «La mayoría de las pelis de motos son sobre gamberros en dos ruedas. Ángeles del Infierno y cosas así, que es lo más alejado del auténtico motociclismo. La película “Salvaje" de Marlon Brando ha hecho que las carreras retrocedan 200 años», diría McQueen.

Al final de su vida decidió conocer a su padre costara lo que costara y averiguó su paradero tres meses después de que este hubiese fallecido. Aunque su madre tampoco se ocupó de él durante toda su infancia y juventud, el actor le pagó un funeral por todo lo alto, pero nunca sabremos si perdonó el abandono que sufrió por parte de dos padres con serios problemas con el alcohol. Los médicos descubrieron que tenía un mesotelioma pleural (un cáncer en el pulmón) maligno y muy agresivo. En sus últimas semanas de vida tenía una pistola en la mesilla de noche pero le confesó a un íntimo amigo que nunca se habría quitado la vida. «Mi cuerpo está roto, pero no mi espíritu». Tenía 50 años, murió con una sonrisa en los labios y la Biblia apoyada en su pecho.