La Suzuki GSX-R 1000 era una de las grandes favoritas para llevarse la victoria en su categoría e incluso en la final, a la vista de los resultados obtenidos en comparativas previas. Sin embargo, un pequeño defecto en su amortiguador trasero, que perdió efectividad a medida que pasaban las tandas, la relegó hasta el último puesto de las «mil» japonesas. Y es que las motos han de aguantar hasta el final, cosa que la Suzuki GSX-R 1000 no consiguió hacer en esta ocasión.
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En los primeros compases de la prueba, antes de perder «fuelle», se reveló muy eficaz frente al crono, con dos pilotos realizando sus mejores tiempos a sus mandos.
Su motor es un prodigio en todos los sentidos. De tacto agradable, ofrece una entrega de potencia constante y muy contundente a cualquier régimen, mucho más dulce que la Kawasaki, por comparar con el otro extremo. Además, tiene a su favor su buena respuesta ante la menor insinuación al puño del gas, que transmite a la rueda trasera toda su fuerza cómo y cuándo tu quieres. El sistema antibloqueo del embrague es igualmente de los mejores de su categoría, lo que termina por redondear el buen comportamiento de su propulsor.
Hasta el momento de que su amortiguador comenzase a dar muestras de fatiga, la Suzuki GSX-R 1000 mantuvo el tipo en la pista de forma notable. Estable, ágil y con una ergonomía muy acertada, es de las motos más fáciles de pilotar entre las superbikes japonesas. Algo muy similar a lo que le ocurre a su hermana de 600 cc. Cuenta con el sistema de control de potencia SDMS, en el que como podréis imaginar, siempre mantuvimos la posición donde desarrollaba la máxima potencia.
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SUPERBIKES JAPONESAS
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