Andaba yo “tan tranquilo" trasteando por la web de Motociclismo cuando Pepe Burgaleta, el director de la revista, me pregunta si me gustaría probar una Honda HRC, a lo que accedo de inmediato, incrédulo de mí. Es entonces cuando sin vacilar me entrega las llaves de la MSX125 cuya conexión con el departamento de carreras de la marca japonesa se encuentra en la matrícula, con las letras HRC a continuación de los cuatro números de la placa. Una vez más, me la había colado, y si he de ser sincero, lo último que me apetecía en ese momento era tener que estar un mes conviviendo con una moto que, en ese momento, no sabía a quién le podría servir. Resignado y repleto de prejuicios, bajé al garaje para echar un vistazo a mi nueva compañera e, increíblemente, esbocé una sonrisa. No sé si es porque siempre fui el más bajo de mi clase del colegio, pero el caso es que fue subirme en la Honda MSX125 y empezar a caerme bien. El color amarillo le viene como anillo al dedo, y eso que no soy muy amigo de los colores llamativos, pero dejaré a un lado los aspectos estéticos, que son siempre subjetivos, y me centraré en las impresiones tras casi 30 días a los mandos de ella.
Es pequeña, muy pequeña, la “Hondita" pero no ofrece el tacto de una minimoto, es una moto real que simplemente “no ha crecido". La sensación en marcha es peculiar, pues su posición de conducción te mantiene erguido (al menos para alguien como yo que mide 165 cm), pero no ves nada a tu alrededor, por lo que te sientes como Aladino en una alfombra mágica. Y algo de mágica tiene, porque a pesar de su tamaño los conductores en sus coches te terminan viendo, algo que me preocupaba mucho al principio. Eso sí, a la inversa la cosa cambia, pues en todo el tiempo que he estado con la moto no he logrado colocar los retrovisores a mi gusto. No he sido capaz de evitar el ángulo muerto y verificar quién está justo detrás de mí al mismo tiempo. La forma redondeada de aquéllos dificulta y se echan de menos unos de forma rectangular.
En la visibilidad ayudan las dos luces de posición delanteras (los intermitentes) que van siempre encendidos con una tenue pero llamativa luz naranja que no duda en brillar a tope cuando se pulsa el botón del indicador de dirección. Impecable es el acceso, por cierto, a todos los botones de la piña, especialmente al del claxon, que no te puedes imaginar el poderío que tiene. El sonido que emite su escape, por el contrario, es mínimo, ni siquiera cuando apuras las marchas en busca de avanzar entre el caótico tráfico de la capital, hito que resulta más o menos sencillo gracias al reducido tamaño, lo que permite llegar con facilidad a la primera línea de parrilla del semáforo. Como su aceleración, además, es bastante contundente (siempre que no te salte alguna marcha), mantener la posición hasta la siguiente luz roja es por lo general coser y cantar, por lo que los temores a ser engullido por algún coche desaparecen pronto. Esto, en lo que se refiere a ciudad, si sales a una vía rápida, la cosa cambia, pues no has terminado de apurar el carril de aceleración que ya estás buscando una quinta marcha que nunca existió. En una autopista de circunvalación con límite de 90 km/h cubres el expediente (he alcanzado puntas de 110 km/h de marcador), pero con el motor rozando la zona roja (8.000 rpm) y, todo hay que decirlo, sin apenas vibraciones.
Pero seré justo, pues la moto no se ha diseñado para circular por la autopista y sí para hacerlo en ciudad, aunque, en seco, pues en mojado sus neumáticos Wee Rubber y su frenada sin ABS y con un disco trasero on/off no deja lugar para las florituras. El freno delantero, en cambio, sí que me ha gustado bastante, lo mismo que la horquilla. El problema, por tanto, lo tenemos detrás, por lo ya comentado del freno y por un amortiguador duro y de reacciones secas que hace rebotar en los cada vez más frecuentes baches de las calles madrileñas. No creo que Honda estuviera pensando al realizar esos reglajes en la posibilidad de llevar un pasajero, pues simplemente no cabe. El asiento, muy duro igualmente, es más que suficiente para una persona pero insuficiente para dos, y eso que cuenta con el reglamentario asidero para el acompañante, que molesta un poco en marcha.
¿Dónde la dejo?
Por cierto, debajo del asiento (se quita fácilmente con la misma llave de contacto aunque la cerradura se encuentra en un lateral) encontramos un pequeño hueco para las herramientas y la documentación. No hay espacio para llevar un antirrobo, aunque tampoco lo habría usado demasiado. ¿El motivo? Uno de disco no se puede colocar porque el bulón no entra por los minúsculos agujeros de ninguno de los discos. En cuanto a una cadena o a uno de tipo U, pues como no lleves una mochila para guardarlo dentro no tienes manera de transportarlo. Este tema me planteó un quebradero de cabeza el primer día que fui a dejarla en la calle, pues mi temor era el de que, aunque le pusiera un candado, un par de personas podrían coger a pulso la moto y meterla en el maletero de prácticamente cualquier turismo. Yo mismo probé a meterla en mi coche y cabe de sobra. Menuda ventaja, es la primera vez que llevo una moto a casa y puedo dejar la moto sin apurar el hueco con ninguno de mis vecinos, incluso dejándola delante o detrás del coche.
Te echo de menos
Precisamente, el que aparca la furgoneta a mi lado me preguntó el otro día que qué tal era la moto “esa rara" con la que me había estado moviendo las últimas semanas. “No es rara –le respondí- es bajita". Y te aseguro que si lo que buscas es una moto divertida, ágil, efectiva y con un consumo ridículo (poco más de dos litros a los cien kilómetros), cómprate una MSX125, pues sus defectos, que los tiene, no pueden con sus virtudes. Y al recordar a mi compañera amarilla no pude evitar sonreír como lo hice el primer día que la vi, pues a pesar de los sustos que me diste en mojado, siempre te recordaré como la montura que más fácil me lo ha puesto para moverme entre los coches en una ciudad tan complicada como Madrid. A día de hoy me pregunto si los mismísimos ingenieros de HRC de verdad no han tenido nada que ver en el desarrollo de la misma.