Si hay un piloto cuyo final de década no ha podido ser más opuesto a su inicio, seguramente ese piloto es el suizo Randy Krummenacher. En aquel ya lejano 2010 terminó noveno en 125cc, el mejor de los nueve años que pasó en el paddock de MotoGP, pero solamente fue realmente protagonista en la única carrera que no acabó, y no por algo positivo.
Sucedió en Aragón. Allí, tiró a Marc Márquez en la primera vuelta y fue descalificado por ello, complicando la remontada del de Cervera. Se pensaba que podía haber dejado sin título al 93. Después lo ganó y quedó en anécdota, pero tristemente mucha gente se quedó con aquel incidente a la hora de recordar a Krummenacher, que al año siguiente saltó a Moto2, donde pasó cinco años sin pena ni gloria.
Quedarse sin sitio allí fue lo mejor que le pudo pasar. Tras 145 carreras y un solo podio (tercero en Montmeló en 2007), dejaba atrás el campeonato en el que todo el mundo quiere correr. Tenía 25 años y se había estancado por completo. Reinventarse no era una opción, era una obligación.
Lo hizo en un campeonato tan atractivo como Supersport, con una moto tan ganadora como la Kawasaki ZX-6R, con una estructura tan sólida como el Puccetti Kawasaki y con un marrón tan grande como compartir box con Kenan Sofuoglu, amo y señor de la categoría. La cosa no pudo empezar mejor: ‘Krummenator’ ganó en su debut después de la caída de su compañero.
Fue su único triunfo del curso, pero logró un par de podios más y se hizo fijo en el top 5 para acabar el año tercero. Con el impulso saltó a Superbike y no salió bien, así que regresó en 2018 con Yamaha, que había pasado a dominar una categoría en la que Sofuoglu había dejado un tremendo vacío de poder.
Segundo en Australia, victoria en Tailandia: no había duda, era su sitio. Otro podio más y un sinfín de quintos puestos para acabar cuarto. Era su sitio, sí, pero tampoco parecía ser suficiente para ser campeón. Siempre había tres o cuatro nombres delante de pilotos que parecían más talentosos, más rápidos, mejores. Como su nuevo compañero, el díscolo Federico Caricasulo.
Con 29 años, había aprendido a persistir. A seguir trabajando de forma incansable por el sueño de ser campeón del mundo. Y llegó 2019. Si en doce temporadas corriendo a nivel mundial había conseguido siete podios, duplicó el número en las siete primeras carreras del año con cuatro triunfos y tres segundos puestos.
Mucho más regular que Caricasulo y en ocasiones tan rápido o más, Krummenacher consiguió cerrar –no sin problemas- el título mundial. El sueño de toda una vida, como él mismo lo describió. Un sueño que se ha tenido que trabajar hasta la extenuación para ir más allá de lo que todo el mundo le decía que no conseguiría. En 2020 se llevará el 1 a MV Agusta y empezará de cero: un nuevo sueño que trabajarse.