Cuarto, tercero, cuarto, tercero. Son las posiciones de Maverick Viñales en la general final de MotoGP en las últimas cuatro temporadas. Visto así parece que su evolución en la categoría reina ha sido nula desde que despuntó con Suzuki en 2016, pero si algo tienen los números es que siempre requieren interpretación.
Esa interpretación empieza por el contexto: cuando Yamaha fichó a Viñales lo hizo con una base y un objetivo: la base era una YZR-M1 ganadora (Jorge Lorenzo había vencido en su despedida en Valencia) y el objetivo recuperar el título mundial. Todo empezó siendo un camino de rosas: Maverick Viñales se vistió de ‘Top gun’, se subió al avión y empezó a ganar.
Estaba el talento y el material, pero falta el periodo de instrucción. El avión dejó de ser tal y empezaron los problemas, que sumió al español en una desesperación que se tradujo en una crisis de resultados que duró más de dos años: una victoria y diez podios en 38 carreras serían unos números de ensueño para la gran mayoría, pero no para un binomio cuya unión se forjó con el título como único fin.
Lo peor no era que cada victoria fuese principio y final de una sequía, sino la sensación de estar dando palos de ciego una y otra vez, mezclando distintas directrices hasta encontrarse remando en mil direcciones distintas con un método de ensayo y error en el que cada solución conducía a nuevos problemas. Nadie sabía cómo salir de tal espiral.
Viñales tampoco, por eso lo ha tenido que aprender. Ha tenido que reinventarse, porque en MotoGP no basta con ser un piloto rapidísimo, y menos en una marca como Yamaha cuyas motos nunca han destacado por una endiablada velocidad y, por lo tanto, requieren la precisión de un instrumento musical para funcionar a pleno rendimiento.
En la marca de los diapasones, aprender a afinar es vital para alcanzar el éxito. Lo hizo en su día Valentino Rossi, lo hizo también Jorge Lorenzo y ahora le está tocando a Maverick Viñales, que además se ha topado con que Fabio Quartararo quiere superarle en el proceso de instrucción de afinación.
La llegada del galo, con su incuestionable talento y su natural simpatía, ha servido de acicate para el propio Viñales, que se ha apresurado a continuar con las lecciones y así lo ha demostrado en este 2019, donde después de un inicio para olvidar en el que le pasó de todo, ha conseguido dos victorias en las doce últimas carreras, la mitad de las cuales las ha terminado en el podio.
Es pronto para lanzar los pianos (Yamaha) al vuelo, pero sí hay motivos para pensar que dicha instrucción está llegando a su fin y que Viñales está cada vez más cerca de tener su instrumento afinado en el punto en el que lo quiere y necesita para poder volver a centrarse en lo que sí le sale de forma natural sin instrucción alguna: afinar su pilotaje y luchar por las victorias.