Sí, queremos irnos de MotoGP. Ese es el resumen del comunicado que ha terminado con la esperanza de los corazones suzukistas de que la noticia del adiós de la marca fuese un error, o que alguien en Hamamatsu decidiese recular a última hora.
No ha sido así. La eterna novia a la fuga de MotoGP lo ha vuelto a hacer, cuando muchos todavía están digiriendo la inesperada tarta de 2020, en el que Joan Mir se proclamó campeón del mundo a lomos de la GSX-RR, veinte años después del último título de la marca en 500cc, a cargo del estadounidense Kenny Roberts Jr.
No estamos ante el hasta luego de 2011, donde parecían hacer suya la mítica estrofa de Nino Bravo que decía “me voy, pero te juro que mañana volveré”. Esta vez no hay besos ni flores. El romanticismo poético de la competición ha sido el primero en caer cuando el prosaico cinturón de la matriz ha decidido buscar el siguiente agujero para ajustarse a su ceñida economía.
Como dice el refrán: cuando el dinero sale por la puerta, el amor salta por la ventana.
Por delante, medio año de duelo. 15 grandes premios para despedirse de ese azul tan característico con el toque plateado. De Joan Mir y de Álex Rins. De Manuel Cazeaux, de Frankie Carchedi y de todos los trabajadores que el pasado lunes se toparon de bruces con la noticia. Incluso de Livio Suppo, contratado hace unos meses para comandar el proyecto.
MotoGP seguirá su curso, como (pensarán los suzukistas) las cosas que no tienen mucho sentido, que decía el otro. Para mayor dolor de los mismos, lo hará con un estado de salud formidable en lo que se refiere a implicación de marcas e igualdad competitiva. La daga más dolorosa en el corazón de los simpatizantes de la marca de Hamamatsu es la de saber que, a diferencia de la GSV-R hace una década, hoy la GSX-RR está para ganar.
En 2023, mientras las otras cinco marcas se seguirán midiendo de tú a tú con los mejores prototipos del mundo, las GSX-RR estarán guardadas en alguna vitrina y de Suzuki solamente quedarán los recuerdos. Las cenizas de ocho años de relación donde no todo fue fácil, ni mucho menos.
La primera vez acabó en fiasco: el probador Randy de Puniet la estrenó en parrilla en noviembre de 2014 en Valencia, último GP de la temporada, donde no acabó la carrera. Meses después, ya con el apellido Ecstar adherido al nombre de la marca, llegó el turno de Aleix Espargaró y Maverick Viñales, que en 2016 sería el encargado de llevarla al podio en Le Mans y a la victoria en Silverstone.
Seducido por el sonido de un diapasón, el 25 puso rumbo a Yamaha, y Suzuki decidió no prolongar el contrato de Aleix Espargaró. A cambio, firmaron a Andrea Iannone como estrella con Álex Rins como rookie para completar un proyecto prometedor. Sin embargo, cambiar las dos piezas de una tacada no fue buena idea y 2017 supuso un claro paso atrás.
Sirvió al menos para coger impulso: los dos pilotos coleccionaron unos cuantos podios y Rins terminó quinto en la general, preludio de un 2019 en el que se convertiría en el primer (y por ahora único) piloto de la marca en lograr dos triunfos en MotoGP, además de igualar el mejor resultado final: el cuarto puesto que había logrado John Hopkins en 2007.
Todo eso había dejado en segundo plano la llegada de Joan Mir, que había reemplazado a Iannone para formar un equipo totalmente español. De menos a más en su año de rookie, había puestas muchas esperanzas en que su tándem con Rins les llevará a competir con Honda, Yamaha y Ducati por algo más que un puñado de podios o un par de triunfos.
Lo que nadie esperaba es lo que pasó en 2020. En el año pandémico de calendario reducido, vacío de poder y circuitos repetidos, la consistencia de la GSX-RR se tornó en un valor seguro, y la extraordinaria regularidad de Joan Mir hizo el resto: campeón del mundo de MotoGP.
Fue en el mismo sitio (Valencia) y el mismo mes (noviembre) en el que empezó todo, seis años antes; y en el que una semana antes había logrado su única victoria del curso. Como colofón, Álex Rins terminó el curso tercero y juntos lograron también el título de equipos.
La defensa del título no fue sencilla pero sí honrosa: Mir terminó en la tercera posición final en un año complicado, donde adolecieron la falta de potencia para competir con Ducati y Yamaha. Un hándicap que han solucionado de cara a este 2022, donde tanto Mir como Rins compartían su felicidad por tener una moto para luchar por todo.
Podrán hacerlo, pero sabiendo que será la última vez. Que el año que viene vestirán otros colores y pilotarán otras máquinas. Que, en apenas medio año, en el ya frío mes de noviembre y en el Ricardo Tormo (cómo no), la luz del box del Team Suzuki Ecstar se apagará para siempre.
Allí, en la más triste, nostálgica y melancólica de las fiestas que se celebrarán ese fin de semana en el paddock de MotoGP, quizás alguien diga aquello de “siempre nos quedará Valencia”. Seguramente tampoco faltará la evocación del inolvidable 2020, puede que verbalizada con un “Tócala otra vez, Joan”.
Y así, mientras cae el telón de una bonita historia de ocho años, sordas lágrimas bajarán por las mejillas de los allí presentes, con el sonido de las copas de champagne ahogando penas y llantos al tiempo que se escucha de fondo la popular melodía de los Guns N’ Roses:
Because nothing lasts forever / and we both know hearts can change / and it's hard to hold a candle / in the cold November rain
(Porque nada dura para siempre / y los dos sabemos que los corazones pueden cambiar. / Y es difícil sujetar una vela / bajo la fría lluvia de noviembre)