La religión Valentino Rossi y la misa perfecta

La victoria de Valentino Rossi en Assen 2017 no fue sólo la número 115.

Nacho González

La religión Valentino Rossi y la misa perfecta
La religión Valentino Rossi y la misa perfecta

Que Valentino Rossi es una religión es algo prácticamente incuestionable. Tiene sus adeptos, que se cuentan por millones. Y evidentemente, tiene sus detractores, que tampoco son pocos. Una religión que cumple ya más de 20 años de existencia, durante los cuales ha presidido 115 eucaristías en 29 iglesias diferentes, desde que ofició la primera en Brno, allá por 1996.

Por otro lado, y aunque Jerez haya adoptado idéntico sobrenombre los últimos años, desde siempre Assen ha sido la catedral del motociclismo. La única carrera que lleva disputándose dentro del mundial desde su creación en 1949, templo de peregrinación de las dos ruedas desde entonces y escenario favorito para los más grandes. Rossi incluido, claro.

Paradójicamente, un piloto de domingos como Rossi siempre tenía que celebrar la misa en la catedral en sábado. Peculiaridades de la especial idiosincrasia de la prueba que no amilanaban al italiano. Adelantaba 24 horas el reloj mental y brindaba una fiesta de ruedas y gasolina –su pan y vino particular- a sus queridos feligreses, hermanados en el amor al 46.

De las nueve misas anteriores celebradas allí, tres tuvieron un sabor especial:

  • La primera, en 2007. Desde la undécima posición de parrilla, cuajó una memorable remontada que remató con un adelantamiento a Casey Stoner para regocijo de toda su parroquia.
  • La segunda, en 2013. Tras el calvario de su particular cuaresma en Ducati, muchos dudaban de su capacidad para volver a ponerse delante de su altar y volver a hacer carne del verbo.
  • La tercera en 2015. Aquel día superó uno de sus mayores retos, batiendo en el mano a mano al joven Marc Márquez, otrora creyente suyo y ya entonces ansioso de fundar su propia religión.

Si la primera fue el éxtasis y la segunda un respiro, la tercera hizo soñar. Desde la de 2013, tardó 25 carreras en volver a ganar hasta que lo hiciera en Misano 2014. Pero desde ese triunfo en Rimini hasta la de Assen 2015, logró cinco triunfos en 14 carreras. Lograría otra más en Silverstone, resistiendo bajo el agua el ímpetu de un desatado Danilo Petrucci.

Sin embargo, cada vez se iban espaciando más sus oficios. Sólo dos el año pasado –Jerez y Montmeló- y más de un año sin recibir la comunión era mucho tiempo para su hambrienta parroquia, al tiempo que iba alimentando las ansias de crucifixión de sus enemigos.

A sus 38 años, bien podría haber colgado la casulla y entregarse a un plácido retiro espiritual como mentor de sus jóvenes seminaristas. Pero entonces estaría traicionando a la propia religión que él mismo fundó. Él vive para oficiar misas, para regocijarse en la espiritualidad que prosigue a un sermón bien rematado, a la mística experiencia que supone ver saciadas las ávidas gargantas de sus seguidores.

Cerca estuvo de consumar su eucaristía número 115 en Le Mans, pero el destino le tenía guardado otros planes. En tierras francesas cometió un pecado, y debió cumplir penitencia. Así lo hizo. Se retiró a meditar, arte que ha llegado a dominar con la experiencia. Para alguien cuya travesía en el desierto duró dos años, tal resbalón carecía de mayor trascendencia que no fuera el aprendizaje que encierra cada fallo, y al que hace tiempo decidió nunca renunciar.

No pudo ser profeta en su tierra, donde Petrucci le privó del podio. Tampoco en Montmeló, donde un año antes había presidido su (hasta ayer) última misa, la 114, en conmemoración del eterno Luis Salom.

La 115 solamente podía tener lugar en un sitio especial. Después de un año de espera, no valía una iglesia cualquiera para celebrar la fiesta de la enésima resurrección de Valentino Rossi. Una hazaña de tal calibre merecía una catedral de igual tamaño, en la que alcanzar los dos dígitos; una proeza sólo lograda por dos mitos de magnitud acorde: Ángel Nieto y Giacomo Agostini. Assen.

Nada que ver con los nueve sábados anteriores allí. El destino le aguardaba, pero para hacerle acreedor de tal gloria le puso una prueba doble. Ganar dos carreras en una. Cuando tenía ganada (o casi ganada) la primera –habiendo dejado atrás al rival de 2015-; en el cielo, se abrió una pequeña rendija. Suficiente como para dejar pasar unas cuantas gotas, haciendo surgir un nuevo rival, Andrea Dovizioso; y reanimando a otro, Danilo Petrucci. A la postre, solamente el número 9 le separaba del 10.

No tuvo respiro hasta la última chicane. Por eso, cuando la sorteo en cabeza, llegó a incorporarse incluso unos metros antes de cruzar la línea. Por fin, tras tanto tiempo de espera, volvía a elevarse y alzar los brazos por encima de su altar, apuntando al firmamento. Todos sus creyentes rugían. Por fin, a su mente volvía el silencio. La resurrección. Una más, pero distinta.

Las catedrales son para los dioses, y dicen que dios sólo trabaja los domingos. Con esas dos premisas, parece evidente la de Assen 2017 no fue solamente la eucaristía número 115. Era diferente a las 114 anteriores. Era la primera en la que confluían el perfecto cuándo (domingo) y el perfecto dónde (Assen).

Por eso, el 25 de junio de 2017 será recordado como el día en el que la religión Valentino Rossi celebró su misa perfecta.