Es domingo y en la ciudad de Baltimore (Maryland, EEUU), una de las 24 más grandes de Estados Unidos, eso equivale a todo menos a un tranquilo día. Helicópteros de policía sobrevuelan sus avenidas y se escuchan sirenas de policía aquí y allá mientras en las aceras de algunos puntos estratégicos numerosos y nutridos grupos de baltimoreños se arremolinan deseosos de que comience el show. No tienen que esperar mucho... Sin saber muy bien desde dónde, pronto van apareciendo desde parques y callejones 50, 100, tal vez 200 motoristas en motos de cross. He aquí la razón de tanta sirena, ya que para llegar a los puntos calientes, previamente han debido escapar al cerco policial, curioso ensayo general o calentamiento para el espectáculo que después vendrá. Una auténtica y loca marabunta de acróbatas tan inconscientes como hábiles haciendo kilométricos caballitos entre el tráfico mientras huyen de la poli.
Nadie conoce a ciencia cierta el origen de este fenómeno ni cuándo las motos de cross comenzaron a proliferar en un ambiente tan lejano de su hábitat, pero algunos hablan de dos décadas atrás. Una versión es que fueron los camellos de barrio los que recurrieron a ellas como una forma de huir de la policía de forma ágil mientras hacían sus negocios y pronto los más hábiles correos de la droga pasaron al lado exhibicionista y con ellos llegaron los espectadores. Sin embargo, ellos lo niegan y dicen que es la policía quien la ha ideado para ensuciar su imagen… Lo cierto es que los domingos se han convertido en un quebradero de cabeza para la policía, que incauta alrededor de 800 de estas motos al año, sin que sirva de mucho. Tampoco las reformas legales acometidas tras la proliferación de accidentes han tenido éxito: puedes tener una moto de cross, pero te pueden emplumar simplemente por pillarte echándole gasolina. Como es lógico, no es fácil conseguir que estos acróbatas ilegales accedan a hablar, pero tras una serie de pesquisas llegó el mensaje esperado de Steve: «Este domingo a las 4 en Druid Hill Park, pero corres el riesgo de que te arresten. Todo lo que nos rodea es ilegal, tú mismo». A sus 36 años, Steve es uno de los más veteranos miembros de los Wildout Wheelie Boyz, uno de los grupos con más trayectoria de la «cofradía de las 12 en punto», en alusión a sus tremendos caballitos, y acude a la cita. «Hace años solíamos montar en los parques, pero los policías no dejaban de incordiarnos, así que tomamos las calles donde es más difícil que puedan jodernos. ¿Por qué no nos vamos al campo? Pues porque la mayoría de estos chavales son demasiado pobres como para siquiera alquilar una furgoneta». Mientras hablamos, la calle comienza a llenarse de curiosos y «pilotos». La mayoría de ellos con Honda, porque como dice Steve «puedes pasar de cambiarle el aceite y nunca fallan. Además, en las Kawas y Yamahas hay que quitar el depósito solo para cambiar la bujía. Una mierda».
Los chicos no tardan en lanzarse a las grandes avenidas de cuatro carriles haciendo caballitos a una mano, o sin ellas, con pasajero… o hasta bebiendo una lata de cerveza mientras sortean el tráfico con la moto acercándose a la posición de las 12 en punto. Desde la acera, la afición disfruta, y la «cantera» emula a sus héroes sobre bicicletas o pequeñas motos. Viéndolos sin ninguna protección salvo su gorra de pandillero, no parece posible evitar pensar que algo malo está a punto de ocurrir a cada nueva acrobacia en esta especie de versión motorizada de los gladiadores romanos. Me acerco a un chico con la pierna escayolada. Se llama Freaky y me explica que es por una caída la semana pasada y que no estará recuperado hasta dentro de un año. Aprovecho para preguntarle por qué participa en esto y me responde que es una forma de liberarse del estrés. «No tenemos otra cosa que hacer. Simplemente salimos a la calle y lo hacemos. Y no me dirás que no es divertido». Y es cierto, no puedo. Pero no todo el mundo disfruta de esta fiesta dominical del caballito. Delante de su casa, una mujer joven mira con recelo la escena junto a su niño pequeño y me hace señas para que me acerque. Se llama Lisa y lo que ve cada domingo frente a su casa no le gusta, y con motivos: «la semana pasada alguien disparó a mi casa y la bala rompió el cable de la tele. A ver, no odiamos a estos chicos. El problema es la gentuza que atraen. Se pelean, dejan todo lleno de basura». Acaricia la cabeza de su niño: «Es mi hijo. Le encanta sentarse en la puerta de casa a ver, pero después de lo del otro día, no le dejo salir». Decido preguntar a Steve por la gente que piensa como Lisa. Él no presenció los disparos y lo pone en duda. «Tenemos más seguidores que gente en contra, pero siempre habrá gente que ve una multitud y quiera verla desaparecer», aun así no es ajeno ni insensible a lo que los vecinos opinan: «sé que a veces los sacamos de quicio, pero ellos saben perfectamente lo que hacemos y dónde lo hacemos».
Steve niega guardar en su casa las motos de otros colegas, pero reconoce que la poli le ha seguido alguna vez con la esperanza de encontrar el sitio donde las guardan. «Me siguieron una vez cinco coches de policía secreta. Como si yo llevara encima 50 gramos de coca o hubiera matado a veinte tíos. Y que no te pillen, porque te rompen los morros y después te destrozan la moto… te rajan las ruedas». Las palabras de Steve se cortan en seco. Parece que la poli viene en camino y se produce la diáspora entre una nube de humo de 2T. En menos de 30 segundos la avenida queda desierta, o casi. Un chaval, en lugar de huir, avanza hacia ellos en dirección contraria. Cuando está cerca de ellos se marca un jaco y pasa entre las patrullas soltando una mano como un cowboy. Para cuando los policías quieren reaccionar, el chico ya se ha esfumado. Afortunadamente para la policía los motoristas se han replegado a sus guaridas secretas. Pueden respirar tranquilos… por hoy. Me marcho con las palabras de Steve aun resonando en mi cabeza: «Comparado con Philadelphia o Nueva York (Nota de la R: donde también proliferan este tipo de barbaridades), los chicos de Baltimore tiene de lejos mucho más estilo. Tenemos a los más chulos». Pone énfasis en sus razones echándose mano a la entrepierna: «es cuestión de esto. De demostrar lo que tienes».