Viaje en moto por la Isla de Borneo

Viajar en moto es siempre un placer, y más si el viaje tiene lugar en un destino tan excitante como en la Isla de Borneo.

Texto y fotos: Iñaki Malco

Viaje en moto por la Isla de Borneo
Viaje en moto por la Isla de Borneo

Todos los viajes, aunque no nos percatemos, tienen su origen en una necesidad. A veces podemos explicar esa necesidad y otras veces, a pesar de sentirla, no sabemos explicarla. La mía, simplemente, fue tan instintiva como natural. No sentí nada y aún no puedo explicarlo pero para cuando me di cuenta estaba enfrascado en este viaje en moto por la Isla de Borneo como consecuencia de un impulso que me vino ojeando un mapa de la zona. A los impulsos e instintos hay que prestarles atención, así que en dos meses ponía rumbo a Malasia.

La entrada a la isla se realiza inevitablemente vía Kuala Lumpur. Hay otras opciones, pero la más económica y variada se ofrece desde allí. No es mala opción pasar dos días allí aclimatándote, pues la diferencia horaria, térmica y de humedad entre Borneo y Europa es terrible, y la capital es, de algún modo, un punto intermedio entre origen y destino. Además es una gran urbe por descubrir. Al margen de sus Torres Petronas, la vida a ras de suelo es un ejemplo de la diversidad cultural de su sociedad, donde las comunidades china, india o malaya, conviven sin mayor complicación, y con ello, sus religiones, bien distintas pero respetuosas las unas con las otras. Esto es una constante en todo el país. Muy recomendable.

Pero hemos venido a montar en moto, así que volamos hasta Kota Kinabalu y nos hacemos con nuestra moto para los próximos 10 días: una Demak DTM 200 cc de fabricación malaya y patente china, que a primera vista se me antoja un tanto pequeña. Pero el alquiler de motos en la isla no da muchas opciones, esta es la mejor posible y no estamos en disposición de protestar, así que, ¡a rodar!

Montando en moto por Malasia

Salimos de Kota Kinabalu en dirección a Kota Belud, una pequeña ciudad al norte, que nos sirve de excusa para dar un paseo vespertino antes de llegar a Ranau. Desde aquí se inicia la ascensión al Monte Kinabalu, el pico más alto del sudeste asiático, el cual acometemos en dos días, haciendo noche en el refugio de Laban Ratal. Veo amanecer desde su cumbre y las vistas una vez ha amanecido son algo difícil de igualar. A 4.100m de altura todo se ve distinto; proporción y perspectiva, desaparecen y lo único que allí reina es una bellísima singularidad y la sensación de estar en otro planeta.

Pero hay que volver a la tierra y continuar con nuestro camino, ahora tomando la carretera AH150 en dirección a Sandakan, la ciudad más importante del este de la isla. Para ello atravesamos una zona deshabitada a lo largo de 150 km, en la que tampoco hay gasolineras. En Telupid nos abastecemos de combustible, incluso en botellas extra, pues el depósito de nuestra amiga no tiene fondo suficiente para esas distancias, y arrancamos.

La carretera discurre por improvisados cortafuegos asfaltados que atraviesan inmensas masas forestales e interminables plantaciones de palma. Transitamos durante kilómetros parapetados por esa vegetación sin cruzarnos con ningún vehículo y la sensación de estar en la nada no tarda en aparecer. Era lo que esperaba. No así la descarada fauna que aparece y desaparece cuando el ruido de la Demak DTM se les acerca y los cadáveres de aquellos que no pudieron escapar de alguna rueda más rápida que ellos. Aves, jabalíes y hasta algún cocodrilo de aproximadamente metro y medio aparecen en los arcenes. Ahí es cuando hablo con mi amiga y le pido que no se pare, por favor, pues tal vez su ruido nos mantiene a salvo... Y me hace caso. Menos mal.

Sandakan es una ciudad pesquera y no tiene muchos atractivos en su casco urbano. Al igual que Kota Kinabalu, fue destruida durante la liberación aliada en junio de 1945, por lo que salvo el templo budista de Puu Jih Shih y la casa de la filántropa británica Agnes Keith, cuenta con poco para ver. Eso sí, a las afueras se encuentra uno de los atractivos más grandes de toda la isla, el Centro de Rehabilitación de Orangutanes de Sepilok y es punto de parada obligada. Allí se pueden contemplar ejemplares en casi libertad, la gran mayoría crías huérfanas que son educadas para su adaptación al medio para posteriormente ser liberadas en la jungla.

Entramos en un parque natural con la moto

De Sandakan hasta Kinabatangan, su parque natural ofrece bellos paseos en motora y visitas a escondites de todo tipo de animales. Un zoológico natural donde el avistamiento de los animales no está garantizado pero tal vez ahí resida su encanto.

Deshacemos nuestros pasos y retomamos la carretera hasta Ranau, por supuesto rellenando depósito y botellas. Tras pernoctar en Jungle Jack Backpackers, retomamos la ruta, esta vez en dirección a Tambunan, tomando una ruta alternativa que pone a prueba a la Demak DTM. Y cumple, es ligera y los caminos de piedra le sientan de maravilla. Un disfrute de 50 km off road.

De Tambunan continuamos por carretera secundaria hasta Keningau y de allí hasta Menumbok, ciudad costera, puerto de embarque hacia la isla de Labuan y final de nuestra ruta. Esta isla es zona franca, libre de impuestos y desde allí se pueden tomar ferries hasta los principales puertos del área, incluido alguno hacia Bandar Seri Begawan, capital del Sultanato de Brunei.

Han sido 1.400 km de ruta, durante los cuales he advertido que la parte malaya de Borneo es la gran olvidada dentro del conjunto del país. Durante siglos ha sido la principal fuente de ingresos, gracias a sus ingentes recursos naturales. Desde gas a petróleo, pasando por la industria maderera y la productora de aceite de palma, situadas a la cabeza de sus sectores dentro de Asia. Pero mientras los recursos salían de la isla, las inversiones no llegaban y, aunque esa situación se está revirtiendo poco a poco, aún son visibles, o mejor dicho invisibles, los signos de ese olvido sobre todo en la falta de infraestructuras.

Pero también ahí radica el encanto de esta isla, virgen en todos los sentidos. Algo que colma las expectativas que genera antes de aterrizar allí, al menos en mi caso. No esperaba carreteras perfectas, no esperaba continuos cascos urbanos, tampoco gasolineras cada pocos kilómetros, ni tan siquiera la posibilidad de utilizar mi tarjeta en el más pequeño de los comercios. Como buen viaje que fue, mis expectativas se vieron cumplidas y superadas.

Borneo es un territorio donde todavía hay tribus aborígenes que viven en «longhouses», igual que hace siglos. Las tradiciones siguen vivas y no son mero folklore. Sus gentes regalan sonrisas, la naturaleza se mezcla con quien la visita sin vallas ni protecciones y la sensación de peligro solo se ve superada por la de libertad. Algo que probablemente cambie en corto espacio de tiempo. Pero siempre podré decir, si algún día ocurre, que la conocí sin maquillajes ni artificios. Llena de instintos. Al natural.

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