El Barón Rojo, una moto propulsada por un motor de avión.

Frank Ohle, un ingeniero mecánico de 51 años, ha diseñado una locura sobre dos ruedas: una moto propulsada por un motor de nueve cilindros, procedente de un avión. Ohle la ha bautizado como «El Barón Rojo».

Texto: Ildefonso García/R.H. Fotos: R. G.

El Barón Rojo, una moto propulsada por un motor de avión.
El Barón Rojo, una moto propulsada por un motor de avión.

Recibimos una llamada a la redacción algo inusual: «¿Queréis probar una moto con nueve cilindros?». ¿Se trataba de una pregunta trampa? No, no nos estaban tomando el pelo. Nos esperaba una unidad propulsada por un motor en forma de estrella (radial) de nueve cilindros procedente de un aeroplano. Antes de colgar nos dio una última información: «Traed un buen equipo de seguridad, pues el motor podría explotar».  Nos encontramos con Frank Ohle en un amplio aparcamiento, con los brazos cruzados, las piernas bien plantadas en el suelo y una mirada amenazadora. El ingeniero mecánico de 51 años lleva una camiseta negra con la leyenda: «El Barón Rojo - 30 victorias en el aire». Al elegir un motor de avión para esta moto tan especial, tampoco llamó mucho la atención que Frank Ohle decidiese bautizar su creación como «El Barón Rojo». Un aparato con el que ya ha ganado algunos premios en salones de motos custom, siempre en la categoría de «mejor ingeniería». Si tantos premios ha cosechado, y encima por sus dotes de ingeniero, nada debería pasar, pienso para mis adentros, intentando que la situación no me sobrepase. Frank, en cambio, no está por la labor de tranquilizarme: «Podría suceder que el motor no aguante. Nunca se ha rodado con la moto. En el intento anterior se rompió. Además, hay que tener cuidado, porque la distancia libre al suelo es mínima. En este aspecto desde luego me he equivocado. A izquierdas roza la pata de cabra. Además, el cambio es muy tosco, una caja procedente de una Harley-Davidson, pero seguro que aguanta. No hay pedal de freno trasero. Todo se controla con la maneta derecha, lo único que tienes que hacer es apretar fuerte».

Bueno, pues la cosa tampoco es para tanto, pienso. Da la impresión que Frank sabe lo que hace. «¡Ah, se me olvidaba! No te había hablado del radio de giro, o más exactamente, de la ausencia de él. Tienes que tener mucho terreno alrededor, tenlo siempre presente. He vuelto a meter la pata con las cotas de la dirección. Este artilugio es, más o menos, conducible», me explica su creador.  «Más o menos conducible». ¿Qué demonios significa eso? ¿Podría el señor Frank Ohle ser un poco más claro en sus comentarios, sobre todo antes de subirme encima de «El Barón Rojo»? El fotógrafo y un servidor seguimos al constructor a una especie de almacén. Frank aparta una lona y deja pista libre para «El Barón Rojo». «Se mueve con dificultad en parado» nos previene el atrevido ingeniero, mientras le quita la pata de cabra y empuja su creación para que le dé el sol de primavera.  Los transeúntes se paran en seco, los pájaros dejan de cantar y nuestro fotógrafo es incapaz de cerrar la boca. Le preguntamos que cuántas horas ha invertido en esta locura. «¿Horas? Más bien digamos que 20 meses bien aprovechados». Frank se pone con parsimonia el casco y mientras tanto nos va explicando los secretos del «Red Baron».

Lo primero es el origen de la planta motriz. «Un motor en forma de estrella no se encuentra a la venta en cualquier sitio», nos comenta Frank, por si no lo supiéramos. El de estas fotos lo consiguió en Australia. La empresa Rotec de Melbourne se dedica a trabajar con motores en estrella de siete y nueve cilindros. «Cuando les llamé por teléfono, lo primero que me preguntaron es que para qué avión quería el motor. Cuando les dije que era para una moto la persona que estaba al otro lado de la línea telefónica colgó el teléfono. Pensó que le estaba vacilando». Tras muchas conversaciones telefónicas y después de que Frank hubiese enviado 18.000 euros a Melbourne, se pusieron en las Antípodas a trabajar en su motor radial de nueve cilindros. «Cuatro meses después el cartero llamó al timbre: ‘Tengo un paquete para usted. Es un poco grande y necesito que me eche una mano». El propulsor de nueve cilindros pesa 130 kg y mide de ancho 90 centímetros. Frank se acaba de poner el casco abierto: «Cuando abrí la caja, casi me caigo de culo», nos dijo el aguerrido constructor.  No es de extrañar que un motor de avión esté configurado de tal manera que se pueda volar con él. En la parte delantera está la hélice y detrás el carburador. «No hay ningún tipo de transmisión o algo que se le parezca que dé movimiento a la rueda trasera». Esta característica fue uno de los mayores retos de todo el proyecto. Frank abrió el motor entero y alargó el cigüeñal. Aunque esta acción trajo otros problemas asociados, así donde iba el carburador de 40 que alimentaba a los nueve cilindros, ahora salía el árbol motor. «Soldé una caja alrededor y puse el carburador en un costado», dice su creador con seriedad. Hasta no poner en marcha el motor, no se sabía si realmente el carburador, colocado de esta manera, iba a ser capaz de alimentar al propulsor.

«Lo mejor es que os apartéis», nos previene Frank con una sonrisa, quien aprieta dos botones, echa un vistazo alrededor, y la máquina se pone en marcha. De pronto dejamos de ver, en un abrir y cerrar de ojos desaparecen Frank, «El Barón Rojo» y el mundo a su alrededor. Una gigantesca nube azul nos envuelve y se va extendiendo a nuestro alrededor. «Oh, me he olvidado de cerrar el conducto del aceite». Las culatas tienen un sistema de tubos que les aportan aceite, y claro, si el propulsor está parado mucho tiempo, todo este aceite se viene para abajo. Si da la casualidad que una de las válvulas de los cilindros de abajo está abierta, entonces puede entrar aceite en la cámara de combustión. Así que antes de poner el motor en marcha, hay que accionar un mando que vacía el aceite extra que hay en el sistema. «Responde muy bien al gas», comenta Frank mientras los nueve cilindros resoplan como si fuesen un dragón mitológico. «Lo mejor es que te pongas el mono y veas si puedes darte una vuelta».

El mono de cuero es de primera calidad y debe protegerme incluso en caídas a 250 km/h, según el fabricante de la prenda. Mientras me siento a los mandos pienso si el mono será capaz de resguardarme de un trozo de pistón volador. Delante de mí los nueve cilindros, abrazados por un brazo circular, atruenan a los que están a nuestro alrededor. «Ten cuidado. ¡Que no te pille la transmisión primaria!», me dice Frank con una sonrisa. De la transmisiónprimaria hasta la cadena se encarga una enorme correa dentada. Todas las piezas se mueven de manera libre, al aire, sin ninguna protección. El asiento está a solo 630 mm del suelo y no cuenta con amortiguación, mientras que el manillar se encuentra en una posición natural. La palanca del cambio tiene un aspecto bastante rústico. Meto primera, suelto la maneta de embrague y ¡allá voy! Con dificultad se pone en marcha el «Barón» de 350 kg. La verdad es que casi no hay rastro de los 150 CV de potencia y los 120 Nm de par. El motor solo empuja a partir de medio régimen. Los frenos también requieren un periodo de aprendizaje y dar la vuelta con este aparato es una tarea que lleva su tiempo.  Una vez en marcha «El Barón Rojo» sorprende de forma positiva. El reparto de peso es radical (60/40), lo que pone en aprietos a la rueda delantera. Para mover el manillar quizás no habría venido mal una dirección asistida, aunque puede que sea simplemente que el amortiguador de dirección está demasiado duro... Este artilugio tiene un sensor de inclinación «integrado», pues la pata de cabra roza enseguida. Ocho grados y ya estamos arañando el asfalto. Tras dos o tres km para cogerle «el tranquillo», me dispongo a ver cómo acelera de 0 a 100 km/h.

La vetusta caja de cambios de procedencia Harley-Davidson apenas puede copar con el enorme propulsor de nueve cilindros. Meto la segunda, intento que entre la tercera y de repente la caja de cambios emite un horrible crujido. «Lo que pensaba», dice Frank por lo «bajini», «no se le pueden pedir milagros a una caja que en Ebay me costó 350 euros». El técnico se acerca a su obra y resume la situación: «Una nueva caja de cambios y una pata de cabra más alta. Luego se podrá ir a tope...». Los curiosos deben estar pensando lo mismo que yo: ¿cómo demonios se puede tener una idea tan «calenturienta»? Frank se rasca la barba y dice: «No tengo hijos y me sobra el tiempo para cacharrear. Mi novia me entiende y mi cabeza está llena de grillos». Me quito el casco y, por última vez, me doy una vuelta alrededor del «Barón Rojo». Frank se lo ha hecho todo, desde la pipa de dirección, hasta el chasis o la transmisión. ¿Qué será lo siguiente? El «hacedor» se ríe, se da la vuelta lentamente y dice: «Una máquina del tiempo. Así que viajaré al pasado y arreglaré lo que he hecho mal en el “Barón”». Espero que me lleve a mí también al pasado, a ver si puedo corregir algunos errores que he cometido en mi vida...