Para finales de noviembre lo teníamos todo atado: los ferrys hay que reservarlos con mucha antelación, tanto el de Santander, como el de Liverpool, (nosotros salimos desde Heysham a unos 140 km al norte de Liverpool) al igual que los camping. Esta fue nuestra última opción ya que después de enviar muchos mails para un «Homestay» (los dueños de las casas te alquilan una habitación, una opción muy económica), solo recibía respuestas con la misma palabra: «full» (completo).
Con la R1 preparada, el 31 de mayo salimos mi novia y yo desde Sevilla por la Autovía de la Plata, nuestro destino: Santander. Antes hicimos noche en Salamanca.
Durante este trayecto, en uno de los descansos entrando en Béjar, no paramos en muy buen sitio porque al tiempo de quitarnos los cascos ya teníamos a nuestro lado una furgoneta de la Guardia Civil: «Chiqui, ¡nos van a multar!». Pero para nuestra sorpresa, el Guardia Civil: «¿Está todo bien? ¿Necesitáis algo?». No sabía qué contestar, es más, ¡hasta nos dejaron hacer una «pirula»! Y es que si de algo nos hemos dado cuenta en este viaje, es que la gente te ayuda en lo que puede, aunque sea un Guardia Civil. No seremos tan malos los moteros...
De Salamanca a Santander el paisaje había cambiado y dejó de ser una monotonía. Lo peor, el fuerte viento, lo mejor, ningún mosquito pegado en la visera. Después de llegar a Santander, informarnos del «check-in», comer algo y darnos una vuelta por la ciudad… Llegó la hora de embarcar. La moto la aseguraron con una cincha al suelo y antes de que la moto se mueva parten el «patacabras».
Una vez el barco empezó a moverse, me empecé a sentir como si llevara cuatro whiskies en el cuerpo y es que una cosa es hacer 1.000 kilómetros en moto y otra muy diferente montarse en un cacharro que no para de moverse. A los diez minutos ya me estaba tomando la primera pastilla anti-mareos que curiosamente compré para mi novia, sin pensar que ella es de Las Palmas de Gran Canaria y no era su primer ferry...
«Vacaciones en el mar»
El trayecto es largo, unas 19 horas hasta Plymouth que pasamos con los monos puestos, ¡récord Guiness! Bueno, solo nos superan los de las 24 horas del Bol d´Or.
«Una vez dejas la moto en la bodega, ya no se puede bajar», nos decía una chica de la tripulación, medio en inglés medio en francés. «Cariño, menos mal que llevamos debajo el térmico, por lo menos para dormir», le dije a mi novia. Ella me miró con cara de: «Si ya te lo dije». En estas 19 horas nos dio tiempo, aparte de tomarnos nuestras primeras pintas, a conocer a un grupo de conciudadanos, a un par de amigos, Rubén y Jaime, que viajaban juntos desde Granada en una BMW, al igual que dos hermanos madrileños, todos iban al TT.
A la hora de dormir las butacas parecían muy confortables: «Chiqui, ¿por qué todo el mundo está durmiendo en el suelo?». A la media hora de estar sentado, las butacas parecían un aparato de tortura. En ese momento comprendí por qué los billetes valían doscientos euros largos más baratos que los de los camarotes.
Las olas eran de tres metros, las pintas, la butaca…: ¡Como en «Vacaciones en el mar»! El trayecto del ferry mereció la pena por los amigos que hicimos y con los que coincidiríamos a lo largo del viaje y de los cuales nos llevamos muy buenos recuerdos.
El 2 de junio sobre las 14h el ferry llegó a Plymouth. Ya habíamos hablado con nuestros paisanos para hacer juntos algunos kilómetros, ellos iban a Liverpool directamente, nosotros hicimos noche en Birmingham. Los madrileños vinieron con nosotros. Los primeros metros por la izquierda fueron un poco extraños, sobre todo en cruces y rotondas, pero lo más chocante fue cuando entramos en autopista,
«¿Cuál es el carril rápido? A ver si vemos a algún camión», pensé. Mientras, unos íbamos por el del centro, otros por el derecho. Al poco vimos un camión por el de la izquierda e instintivamente las siete motos a por el carril derecho. La siguiente duda no tardó en asaltarnos: ¿cuál será el máximo en autopista?
Pues a seguir al mas rápido. Y es que allí o van a 170 km/h o a 100 (por el carril rápido). El que va a 100 km/h no se quita ni a la de tres.
Hay que tener cuidado porque los radares allí van por tramos, sin contar con el típico coche en la cuneta y sus ocupantes con su «pistolita» en mano. Las autopistas allí parecen la SE-30 en hora punta y hay que estar atentos, porque cuando menos te lo esperas se forma un atasco de kilómetros, da igual que sea entre semana.
Con los sevillanos haríamos 19 horas más de ferry, más de 200 kilómetros por autopistas inglesas y en la última gasolinera en la que paramos, mi novia les hizo una buena pregunta: «¿Nos presentamos?». Y así nos despedimos de ellos.
Después de hacer noche en Birmingham, salimos hacia Heysham, (ciudad de John McGuinness) desde donde salió el ferry que nos llevó a Douglas. Allí ya empezamos a sentir un poco los nervios.
¡Un barco lleno de moteros! El trayecto dura unas dos horas y media, sale más o menos por el mismo precio que el de Santander, unos trescientos euros largos para dos personas y una moto. Dentro del barco empezamos a ver por primera vez las tres piernas de Steam-Packet Company. Eso ya emociona. Estaba lleno de pantallas donde televisaban los entrenamientos del TT, ¡una pasada! Además te dan un librito con los horarios de las carreras, carreteras cortadas, etc. La organización, un diez.
Desembarco en «La Isla»
Lo más emocionante fue ver la Isla de Man acercándose a lo lejos, es algo increíble, parece sacada de un cuento. El mar estaba calmado y la gente se agolpaba en las barandillas. A medida que nos acercábamos la inquietud era mayor, sobre todo al ver en vivo y en directo la famosa torre medio sumergida que sale en los vídeos del TT.
Salimos del barco con la sonrisa de oreja a oreja, entonces nos dimos cuenta de dónde estábamos: Ella Vannin. Así llaman allí a la isla, hasta el nombre es bonito.
Recorrimos todo el paseo marítimo, le dimos dos vueltas. Había decenas de motos aparcadas por todos sitios y un ambientazo increíble. Subimos por una calle que daba a la recta de meta, donde teníamos reservado además del camping, un pack con todo montado a nuestra llegada: tienda, mesa, sillas, colchón, etc.
Más arriba, en un cruce, nos encontramos con la carretera cortada, estaban con los entrenamientos. Esperamos allí a que pasaran las primeras motos. A los pocos minutos empezamos a escuchar un motor a lo lejos, revolucionado a tope y cuando pasó a nuestro lado... Nos quedamos los dos mirándonos alucinados:
«Cariño, ¡no puede ser!», decía ella, «¡Pero esta gente está flipada! ¿Has visto el bordillo y esos cubos de basura? ¡Y el muro!». No se nos quitaba la sonrisa de la cara