Durante los últimos meses de la temporada 2023 del Mundial de MotoGP, donde los tripletes se encadenaban y el descanso -físico y sobre todo mental- brillaba por su ausencia, el español Jorge Martín se atribuyó el estatus de piloto más rápido de la clase reina en ese momento. Una afirmación que generó controversia al ser entendida por parte de la afición como soberbia.
Más allá de las consideraciones personales de cada persona sobre la forma de ser del madrileño, hay una cosa indiscutible en ese enunciado: que era verdad. Durante un largo y decisivo tramo de la temporada, no había nadie más rápido sobre el asfalto que el piloto que cabalgaba sobre la Ducati Desmosedici GP23 morada con el número 89 en el carenado.
El fin de semana en Misano parecía ser el punto de inflexión que podía cambiar el signo de un título mundial que Pecco Bagnaia había encarrilado bien. Sin embargo, el durísimo vuelo sufrido por el italiano en Catalunya abrió una rendija y por ahí asomó el ojo de Martín, que llevaba ya tiempo esperando al otro lado de la puerta esperando su oportunidad.
Ganando el sprint y la carrera de San Marino desde la pole, el del Pramac empezó a agrandar la grieta con el objetivo de hacer un butrón y llevarse el botín. Mientras el renqueante Bagnaia se afanaba en minimizar las pérdidas, Martín cogía impulso y volaba desde el viernes. Fluyendo como nunca antes sobre la Desmosedici, todo le salía fácil. Quizás hasta demasiado.

Inevitablemente, se implantaba en algunas mentes lo sucedido un lustro atrás en Moto3, cuando pasó de un 2017 donde logró nueve poles y una sola victoria a un 2018 de increíble dominio en le que cosechó hastsa siete victorias y, por supuesto, el título mundial. Esta vez, ya en MotoGP, venía de un 2022 con cinco poles y ninguna victoria...
Las poles salían solas y los sprint se convirtieron en su fortín. Es como si el formato se hubiese inventado para él: un reparto de puntos donde primaba la explosividad sobre la gestión, el punto fuerte de su rival. La balanza se había inclinado de tal forma a su favor que no poca gente empezó a tallar su nombre en la placa del trofeo.
Era el más rápido y tenía grandes premios de sobra para dar la vuelta a la tortilla y proclamarse campeón. Si se hubiesen introducido las variables en un simulador, el título hubiese sido suyo en un altísimo porcentaje de las veces. Sin embargo, había otras variables en juego, como la experiencia en esas lides o la gestión de la presión.
Al final se le escapó. En las seis últimas carreras dominicales solo pisó el podio una vez, y así es sencillamente imposible sostener un mano a mano por el título ante Bagnaia, que revalidó su corona. Por su parte, Martín se queda con el número 2 mundial -que no es moco de pavo- y con una lección aprendida: ser el más rápido no siempre es suficiente.