Un lugar en la historia

GP de Turquía. Diario de un GP.. Acabamos de aterrizar el Turquía para asistir al tercer GP de la Temporada. De la mano de Juan Pedro de la Torre nos introducimos en las calles del paddock para registrar las primeras impresiones del Gran Premio.

Un lugar en la historia
Un lugar en la historia

Ya estamos en Estambul, en Turquía, la tercera cita de esta temporada. Simplemente por el hecho de venir a esta extraordinaria ciudad, ya merece la pena la celebración de un Gran Premio en estas tierras, porque Estambul es, sencillamente, excepcional. No he visto un sitio más mágico y embriagador que la ciudad de Estambul. Aquí se ha escrito la historia. La antigua Constantinopla, la capital del nuevo imperio romano de Oriente, cuya caída bajo el cerco otomano de Mahomet II en 1453 puso fin a la Edad Media y abrió un nuevo periodo en la historia. Y ahora nos encontramos en este lugar maravilloso.

Viajando a sitios así da mucha menos pereza hacer las maletas. Cuando me voy de viaje, mis hijos me piden que me quede en casa. Miguel, el mayor, que ya tiene cinco años, hasta se enfada. La noche antes de viajar me despido de él, y mientras le arropo le recuerdo que volveré pronto -aunque esté un par de semanas fuera de casa-, aprovechándome de esa maravillosa falta de la noción del tiempo que tienen los niños. Y, con solemnidad, le encomiendo la tarea de cuidar de su madre y sus hermanos durante mi ausencia. -Recuerda que mientras yo esté fuera, tú eres el hombre de la casa –le digo. Y me mira con orgullo, satisfecho de que recaiga sobre él tan alta responsabilidad. Su infinita curiosidad le lleva a acribillarme a preguntas sobre mi viaje. Y yo le cuento mis aventuras viajando de un lado al otro del planeta. En Reyes le regalamos un globo terráqueo que se ilumina, y así, sobre el terreno, descubre dónde estamos nosotros y dónde Malasia, Australia, Japón o Turquía. Para ayudarle a comprender que viajo a diferentes y lejanos lugares, juego con sus imágenes infantiles. Australia es el país de los canguros, le digo; en Malasia vive Sandokán; en Qatar, Aladino… Y así busco una conexión con sus conocimientos.

Con sólo tres años, Miguel ya se sabía de memoria las primeras estrofas de «La canción del pirata» de José de Espronceda. «Con diez cañones por banda/ Viento en popa, a toda vela/ No surca el mar, sino vuela…». No le fue difícil aprenderla, porque a Miguel le apasiona el mundo de los piratas. Por eso, cuando el Mundial viaja a Turquía y yo pongo rumbo a Estambul, Miguel sabe exactamente hacia dónde se encaminaba su papá: «Asia a un lado, al otro Europa/ Y allá a su frente Estambul».

Tercera edición

Éste es la tercera edición del Gran Premio de Turquía, así que ya sabemos movernos con soltura por el complejo tráfico de Estambul. Pero cuando el «Continental Circus» llega por primera vez a un país, es habitual encontrar sorpresas e imprevistos. Algo tan sencillo como localizar el hotel, tu residencia durante los próximos cuatro o cinco días, es a veces una empresa muy complicada. Nosotros nos alojamos en Uskudar, en la orilla asiática del Bósforo, en un hotel acogedor pero de aire extraño, con toques bizantinos, y una decoración recargada, con ese peculiar concepto del lujo que existe en el mundo árabe. Ahora llegar a Uskudar es pan comido. Pero la primera vez fue algo más complicado, realizando una completa excursión de un lado al otro de la gran urbe, porque Estambul es una ciudad gigantesca. La agencia de viajes nos preparó un itinerario, pero sin mucha convicción.

-Vuestro hotel está en Uskudar, en el lado asiático, nada más cruzar el puente –nos dijo-. Lo mejor es que sigáis las indicaciones de este mapa. Y no os preocupéis porque, la verdad, os vais a perder igualmente.
Nos hizo gracia. Tampoco será para tanto, pensamos. En la salida del aeropuerto hay un semáforo. Tras él, un gran panel indica: Ankara. Pero nuestro libro de ruta nos marcaba otro camino; Ankara era un destino todavía lejano.
-Mira, dirección Ankara, que está en el lado asiático. Ése es el camino-, indicó acertadamente Jose.
-Ya pero aquí –corregí yo, con la precisión de un experto copiloto/navegante- nos indica que debemos desviarnos a la derecha. Según este papel, tenemos que tomar otros desvíos antes de llegar al de Ankara.
Así pues, en vez de seguir hacia delante, como indicaba el sentido común, giramos a la derecha, perdiendo a los pocos metros de haber iniciado nuestro viaje, la senda correcta, y adentrándonos en un laberíntico recorrido por los arrabales de Estambul. No nos alarmamos excesivamente puesto que, más tarde o más temprano, encontrábamos una referencia que nos animaba a seguir despreocupadamente hacia delante. Pero hubo un momento en que nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado. La carretera nos llevó al borde del mar, avanzando en paralelo a una legión de petroleros y grandes mercantes que aguardaban frente a la entrada del Bósforo, el lugar donde va a morir el Mediterráneo antes de dar sus aguas al Mar Negro. Eché una rápida ojeada al mapa de la agencia de alquiler de coches, y comprobé que la autopista estaba lejos, muy lejos de nuestro camino. Seguimos adelante con la terquedad de quien se resiste a reconocer su error. Nos volvimos a detener en un semáforo, y antes de que nos diéramos cuenta, aprovechando el descuido de nuestro debate sobre el camino a seguir, un muchacho comenzó a lavar el parabrisas de nuestro coche. Bastante teníamos con localizar la ruta correcta como para intentar hacer ver a un adolescente que busca unas monedas que no queríamos que nos limpiara el parabrisas. Busqué en mis bolsillos y no encontré otra cosa que un par de euros. Curiosamente, un euro tiene un parecido asombroso con una libra turca, y cuadruplica el valor de ésta. El muchacho recibió la propina con satisfacción, pero después vino a pedirnos explicaciones, descontento al descubrir una moneda extraña y, aparentemente, inútil. Ni le presté atención. Mi vista estaba clavada en lo que se alzaba frente a nosotros. Estábamos salvados, pensé.

-Mira –dije-. La historia nos contempla. Estamos ante las murallas de Constantinopla.
Y así era. Frente a nosotros se alzaban unos poderosos muros. Verifiqué que también aparecían en el mapa, hice una rápida comprobación del camino que tomaban, y descubrí con satisfacción, que en paralelo a la muralla discurría una avenida que iba a dar con la ruta perdida, con la autopista de Ankara.
-Gira a la izquierda tras el semáforo, y recuperaremos la dirección correcta -le dije.
Jose me miró convencido de mis palabras. Por detalles como éste, y por mi buena memoria para reconocer los lugares cuando me pongo en el rol del copiloto, me llama JPS.
En esta ocasión no nos hemos perdido. Hemos ido directamente del aeropuerto al circuito, con el bueno de Raúl Romero, el propietario del equipo BQR, todo un personaje sobre el que habría que escribir su historia, un relato que hablaría de pasión, de entusiasmo, del gusto de hacer lo que más te satisface. Hoy no hay mucho que hacer en el circuito, aparte de asistir a la rueda de prensa y reencontrarte con caras conocidas que no veías desde hace cuatro semanas. Pero aunque en apariencia sea un día sin muchas complicaciones, no será extraño que terminemos tarde… una vez más. Nos hemos marcado como objetivo cenar en Estambul, y por eso debemos agilizar todas nuestras gestiones, porque a partir de mañana sabemos que no tendremos tiempo, y será imposible cruzar el Bósforo y disfrutar de una buena cena o un relajado paseo por la ciudad.