Cuando el Sheriff irrumpe en el Saloon, se hace el silencio. La tensión invade la estancia y todos los presentes esperan un gesto o una palabra que les dé una pista de lo que va a suceder a continuación. El primer paso que les indique si va a ser una noche de fiesta o si van a tener que desenfundar sus armas para poder volver a casa.
Cuando Marc Márquez irrumpió el jueves en el Circuit of the Americas, se hizo el silencio. La tensión se podía cortar y todos los presentes estaban esperando su reacción. Todavía guardaban sus retinas la imagen del duelo perdido mucho más al sur, en la lejana Argentina. Todos querían saber si el Sheriff motorizado de Texas mostraría algún signo de debilidad después de lo sucedido.
No tenían ni idea de qué iba a suceder el domingo cuando el 93 cruzase las puertas del Saloon, de su Saloon. Cualquier chispa podía desencadenar un incendio, o una tormenta eléctrica. Las incógnitas devoraban a las certezas. No había en la parrilla de COTA un solo vaquero que no estuviese con el arma cargada y listo para desenfundar en cuestión de milésimas.
Las puertas empezaron a abrirse y todos miraban al número 93, cuya figura se dibujaba en segundo término tras lo sucedido el día anterior, en el que la chispa ya amenazó con prenderse. Por suerte, otro talentoso vaquero como Maverick Viñales optó por apagarla. Tres posiciones, dictaron las instancias superiores en un intento de ejemplarizar con el propio Sheriff.
Demasiadas cuerdas se habían ido tensando, y hubo quien pidió poco menos que cerrar una en torno a su cuello. Nunca antes había estado tan cuestionado. No por su velocidad y pericia al desenfundar, siempre fuera de toda duda. Se ponía en duda su limpieza en la contienda, su laxitud a la hora de interpretar las leyes no escritas en los duelos sobre dos ruedas. Y, por ende, su placa.
Porque no vale con ser el más rápido para hacerse respetar. En Texas, Márquez no tenía que demostrar su velocidad. Tenía que mostrar mano izquierda. Dicho de otra forma, liderazgo. Esta vez, su sonrisa trataba, en vano, de ocultar la seriedad de la enorme procesión que rugía en sus entrañas. Bajo la repetición del mantra de la fidelidad a sí mismo, asomaba una lectura entre líneas de preocupación, incluso de culpa.
No la culpa de las barbaridades que tuvo que escuchar las dos semanas antes, sino la culpa de dar pie a dichos dimes y diretes. La sanción del sábado corroboró la presión que se cernía sobre los jueces del condado, que no iban a pasar ni una.
Si se endurecen los castigos, sólo hay una forma de evitar sentarse en el banquillo de los acusados: no intervenir en ninguna acción susceptible de ser sometida a juicio, ya sea público y banal o privado y vinculante. Eso, en el motociclismo, sólo tiene un camino: la soledad.
Poner tierra de por medio desde el primer momento y dejar atrás, a la vez, a los rivales y al ruido. Al maldito ruido. Ruido de ‘aficionados’ que se envuelven en banderas… que confunden la afición con la sordidez de sus cavernas.
Por eso se fue lejos. No cruzó el primero la puerta del Saloon, ni llegó el primero a la barra. Lo hizo Andrea Iannone. El italiano llegó a hacer el amago de pedir primero; pero Márquez, sin hacer ni un solo ruido, fue el primero en vaciar el vaso, y pedir otro. Nadie osó romper el silencio. Hubo, quizás, algún leve murmullo en una mesa lejana, pero para entonces Márquez ya estaba lejos.
Por su mente pasó realizar una exhibición. La franja de los 10 segundos. Hacer algo de ruido, una vez burlados los límites de la nueva justicia. Se contuvo. No era un día para darse un tiro al pie. Era un día para ganar en silencio. El escenario se prestaba para ello. Así lo hizo.
Una exhibición memorable para seguir demostrando que es el Sheriff del Saloon, del circuito, del condado y del estado de Texas. No hubo duelo al atardecer, ni un solo disparo.
La escenografía de la victoria de Márquez en Texas es la de un duelo sin pistoleros, con el otro ingrediente típico del momento álgido de un ‘western’: la bola de polvo que atraviesa lentamente el desierto entre los contendientes. En inglés hay hasta una palabra para eso: ‘tumbleweed’.
En Austin, Márquez no quiso ser pistolero, sino tumbleweed. Al fin y al cabo, en los duelos suele caer uno al suelo. Un tumbleweed siempre avanza, ajeno a los duelos. En silencio. Justo lo que necesitaba Márquez: ganar un duelo sin tener que desenfundar y devolver el silencio a MotoGP.