El comienzo de la etapa fue duro, llevaba mucho tiempo sin montar en moto, el buen tiempo brilló por su ausencia, las carreteras se hacían interminables... Pero pronto pude reaccionar y disfrutar de los países que me esperaban. Perú me ganó por la amabilidad de su gente, y Bolivia por la belleza de sus rincones.
Recorrido: 4.364 km
Tiempo empleado: 9 días
Cada vez que entras en un país nuevo con la moto, expiden un documento de importación temporal por 90 días, periodo máximo que podía estar en ese país. Esta vez había excedido el plazo y la sanción rondaba los 1.800$. Por teléfono intenté ampliar dicho plazo pero fue imposible. Así que decidí solucionarlo cuando volviera a Ecuador para continuar con el viaje.
Siete días de trámites, papeleos, incluso la contratación de un abogado para intentar arreglar la ampliación de la importación temporal de ''Linda''. De los 1800 dólares que en un principio era la multa, se quedó en 26.
Por fin ''escapamos'', con la documentación en regla cruzamos la frontera. El desierto fue una vez más mi compañero de ruta. Esta vez sí me detuve varias veces corriendo el riesgo de que me atracaran. Tenía que descansar. La temperatura marcaba 36 grados con 34% de humedad.
Un comienzo difícil
En las primeras etapas cruzando Perú sufrí mucho. No sé si fue el tiempo que llevo sin montar en moto (tres meses), la falta de forma física ya que no he tenido tiempo los últimos meses de ir al gimnasio, o que el día me vino mal. La verdad que los primeros 137 km fueron terribles, llegué a pensar que no podría terminar la ruta del día marcada. No podía evadirme de la moto, mi gran ventaja en los viajes. Mi cabeza estaba 100% metida en la moto y eso agota muchísimo. Me dolía la espalda, el brazo izquierdo comenzó a quedarse dormido, me pasaba las noches renegando de que sonara el despertador... no se, las cosas no estaban bien para nada. Esta tercera etapa que parecía muy ''light'' se estaba haciendo interminable.
Siguiente etapa de setecientos durísimos kilómetros, mucho calor, nada de humedad, me dolía todo... y seguía en la ruta. Las ruedas de mi moto apuntaron desesperadamente a la ciudad de Trujillo. No me lo pensé dos veces, ''Linda'' y yo teníamos que descansar. Estaba agotado y no sabía por qué. Al final conseguí dejar de quejarme y poner rumbo con energía.
Lima ¡que horror! Cruzar la Panamericana por la ciudad de Lima es, con mucho, la carretera más peligrosa de los 8 países que he recorrido. Casi una hora tardé en cruzar Lima.
El GPS me indicaba en todo momento la hora estimada de llegada según la velocidad que llevo. Marcaba las 7 pm y eso comenzaba a ser un problema ya que sería noche cerrada. Necesitaba cruzar Ica antes de que anocheciera, es una ciudad congestionada por el tráfico con una vía que la cruza muy peligrosa y muy oscura. ''Linda'' marcaba los 120 km/h de crucero, tampoco era cuestión de reventarla después de 1.000km sin rechistar. Las horas se echaban arriba, el sol bajaba, nubes negras que lo tapaban y más oscuridad de la deseada. Corre ''Linda'', corre.
Cruzamos Ica con las últimos minutos de luz y de pronto, la noche nos envolvió. Reducimos la velocidad y ahora sólo era cuestión de aguantar. Tranquilo, nada cansado y con el ánimo que me caracteriza. Solos, ''Linda'' y yo por aquellos desiertos de arena que tanto me impresionan y tanto me fascinan. Cuando me vine a dar cuenta ya que estaba entrando por la ciudad de Nazca, el destino final de esa etapa.
La gente de Perú es verdaderamente encantadora. Al llegar la hotel de Nazca como no tenía espacio en la cochera (garaje), me dejaron meter la moto por recepción hasta la sala de reuniones. Disfrutar del ambiente en la noche de Nazca es de las pocas cosas que se deben experimentar. Una calle principal, restaurantes y puestecitos a los lados, al fondo la plaza de armas.
Carreteras interminables
Camino de Cusco, la carretera comenzaba mal, parecía un suplicio, un reto a mis brazos y a los amortiguadores de ''Linda''. Baches uno tras otro, arena, curvas terribles, camiones por la izquierda, la jornada prometía ser bien ''entretenida''. El GPS marcaba marcaba 600 km de distancia, pero a la velocidad que circulaba iban a ser más de 10 horas. Llanuras interminables y mucho frío. Si las cosas siguen así tendré que ponerme las protecciones de frío y lluvia, pensé.
Kilómetros y kilómetros dando saltos sobre ''Linda. Por favor, que aguante me repetía una y otra vez. Las pendientes no paraban, ya el altímetro se marcaba 2.500 m sobre el nivel del mar. Un corte en la carretera que significaba mucho tiempo parado. Una cola inmensa de vehículos que adelanté y me coloqué el primero. Aproveché para ponerme los protectores de lluvia y frío, el día estaba terrible en cuanto a la temperatura. Después de media hora de espera, proseguimos el camino. Pueblecitos que cruzamos y paisajes como salidos de los libros de hadas. El altímetro sobrepasa los 4.000 m de altitud. Con razón tengo un frío terrible. El cielo está encapotado y bien negro. Al fondo las nubes descargando y nos encontramos en medio de la ruta. Sin un lugar para resguardarse, ''más solos que la una'' y con muchísimo frío. Lo estaba pasando mucho peor que en el paso de Jama.
Las horas pasaban, los pueblecitos que cruzaban parecían abandonados. «Linda» seguía luchando por alcanzar la meta. Una gasolinera fue la parada obligada. La lluvia nos acompañó por el camino. Continúo la ruta y de pronto «Linda» se para. Arranco y noto que vibra más de lo normal... Resultó que en la gasolinera habían decidido echarme queroseno, sí como lo oyes. Tan pronto como vi otra gasolinera, reposté con la idea de ir diluyendo el queroseno.
«Linda» parecía rodar mejor y los temblores desaparecieron. Por fin leo los carteles de Cusco. Había pasado 12 horas en la moto. Pero algo empezó a ir mal de nuevo, el embrague se rompió y tuve que sacarme las castañas del fuego en una gasolinera, sin luz, para poder repararlo. Cusco, una ciudad maravillosa de origen Inca y con un sabor peruano que brota por sus poros, preparada para el turismo y con unos restaurantes fantásticos que te harán olvidar tus penas. Nuevo día y casi sin darnos cuenta, estamos llegando a la frontera con Bolivia. Temprano en la mañana, rodábamos sobre los Andes. El altímetro marcaba 3.500 m de altitud y nosotros felices.
Mucha gente andando a «ninguna parte» por la orilla de la carretera. Las mujeres vestían los trajes típicos de la sierra. Faldas amplias de colores, trenzas largas, sombrero y camisas de manga larga, una chaqueta para abrigarse y medias altas. Era curioso contemplarlas dirigiendo un rebaño de ovejas, vacas o llamas sin ni siquiera la ayuda de un perro.
¿Lago o mar?
El viaje continuaba y era el turno de visitar el gran Lago Titicaca, el lago más alto del mundo navegable, a 3.800 metros de altitud y allí aparece «un mar». Recorriendo cientos de curvas y una carretera perfecta, llego a la ciudad de Juliaca, lindo nombre. Espera, ¿qué es eso? Las mismas sensaciones que cuando vi el salar de Salinas Grandes en Argentina. ¡Un manto de agua en las montañas! Contemplar el gran lago me deja sin palabras, no puedo defi nirlo. El mar en medio de las montañas. Llamar al Titicaca lago es muy atrevido. Espectacular, inmenso, atractivo... La gran meta del viaje ya la contemplaban mis pupilas. Ahora sólo toca regresar. Hoy dormiremos en Puno. Una ciudad a orillas del lago, con un paseo precioso bordeando el agua.
También tiene iglesias, una catedral divina, plaza de armas, calles peatonales, etc. Sabía que al día siguiente iba a ser mi despedida de Perú. Cruzaría la frontera a mi querida Bolivia. No podía irme sin deleitarme con el plato típico de esas alturas: Un buen «cuy». Un roedor, mitad rata mitad conejo, sin rabo, con orejas chiquititas, pero de sabor exquisito.
Continuaba la ruta y de pronto, un ruido impresionante de la parte de atrás de «Linda». Me bajo temblando, temiendo una rotura importante. Observo a «Linda», la prolongación del guardacadenas trasero se había desprendido y estaba entre los radios de la rueda. La pieza quedó destrozada, así que la desmonté, el cubrecadenas en su sitio y ahora vuelta a «organizar» a «Linda» con sus maletas.
Por fin, Bolivia
Casi sin darme cuenta llego a la última ciudad peruana, Yunguyo, y así a la frontera Perú-Bolivia. De pronto alcanzo la orilla del Titicaca. Allí tocaba cruzar en las barcazas que tienen para ese propósito. Increíble que no se hundan. De poco calado, cuadradas y con motores fuera borda de ¡40 caballos! Buses, camiones… todo cruza por allí.
Por fin, tras una hora de atasco comienza a aligerarse el tráfico. Una autopista de cuatro carriles es la entrada a La Paz. Esta cuidad es muy curiosa y llamativa. Está rodeada por montañas altísimas, la carretera de entrada baja rodeándola hasta la parte más baja.
Si esta ciudad es un espectáculo en el día, no puedo explicarte lo que es en las noches... Espectacular, de verdad, una ciudad que parece un portal de Belén, y en estas épocas previas a la navidad, aún más adornada. Bolivia siempre vivirá relacionada con las plantaciones de coca. Aquí vemosen los mercados cómo se vende la hoja de coca para mascar. Hacen una bola de hojas, la ponen en la boca, en el cachete, le agregan bicarbonato para que no se amarga y comienzan a mascar una y otra vez.
El día fue largo, no por los kilómetros o las cosas que he hecho, sino por el sobre esfuerzo por la gripe. Miramos el cuentakilómetros de «Linda» y marca 4.000 km. Esta etapa estaba planeada para realizar 8.500 km. Falta más de la mitad, «Linda» tiene el cable del embrague «tocado» y puede romperse cuando menos lo esperas, los rodamientos de la dirección destrozados y la gripe que tengo me tiene mermado de fuerzas.
Así pues, tomo la decisión de seguir el viaje hacia Santa Cruz. Allí dejaré la moto y volveré tranquilo a España. Esta tercera etapa se quedará a la mitad. He tenido la gran suerte de disfrutarla desde el primero al último día. Durante todo el viaje evité mirar al calendario. Malas noticias, estamos en La Paz y el avión sale dentro de cinco días. Continué la ruta. Una curva tras otra, subidas y bajadas y para colmo en malas condiciones. Comienza el calor y yo con el traje con todos los forros…
Ya veo a lo lejos la ciudad de Cochabamba. Tranquila, ordenada y sobre todo, fácil de orientarse. Sin titubeos, me meto en la ciudad, un calor de verdad. Por fin el hotel, subo a la acera y la gente me mira extrañada, ya sé que no es costumbre en estos países que las motos se suban a la vereda (acera). Cuando me bajo, «Linda» con un charco de líquido debajo y aún sigue cayendo...
Ya dentro del parking vuelvo a mirar debajo de «Linda» y olía a gasolina. Haciendo memoria de los últimos pasos del viaje caí en la cuenta de que en la gasolinera seguramente me habrían llenado el depósito de más. Así que intenté deshacerme de la gasolina que sobraba.
Tengo que reconocerlo, Bolivia me tiene enamorado. Sus gentes, el paisaje, las costumbres, incluso la comida me fascinan. Un país lleno de contrastes como nadie imagina. Un país totalmente desconocido. Después de casi un mes por el continente americano, nuevos amigos y metas conseguidas, toca regresar a casa. Mentalmente voy haciendo inventario de todas las cosas que tengo que traer para la siguiente etapa. Qué curioso... aún no he terminado esta tercera etapa y ya estoy organizando la próxima...
Gana un viaje por la Costa de California
Recorrer la Costa de California es otra de las grandes travesías soñadas por muchos motoristas. WD-40 sortea un viaje valorado en 7.000 euros para que puedas cumplir este sueño y participar es muy sencillo, sólo tienes que entrar en este enlace y hacer clic con el ratón donde pone PARTICIPA.
Mucha suerte.