Desde Málaga a Turquía

He vivido un gran y largo viaje que tenía ganas de hacer desde la época de la universidad. Comenzamos en Málaga, llegamos a los Balcanes, y regresamos. Toda una experiencia, llena de contrastes. Un viaje muy recomendable.

Patricio Ladman

Desde Málaga a Turquía
Desde Málaga a Turquía

Salimos de Málaga tres motos en dirección a Alicante en busca de la cuarta moto. Al día siguiente partimos hacia Barcelona previo paso por Calpe. Hinchaditos y rellenitos nos subimos a las monturas hasta el puerto de Barcelona para coger el ferry de las 22:15 h.
Llegamos a Civitavecchia y continuamos directamente a Roma. A partir de aquí empezamos realmente el viaje, estábamos los ocho reunidos y conociéndonos literalmente porque algunos nos saludábamos por primera vez. Cuatro de nosotros seguíamos hasta el Mar Negro y los otros cuatro se separaban al final del recorrido por Albania para ir a Croacia. Ramón y Rocío (padre e hija), Jesús y Adelina, el que escribe y Bea, Javier y Pilar, que era nuestro GPS.

De Bari llegamos al puerto de Durres cruzando en ferry el Mar Adriático. El camino por Albania, sobre todo a la salida del puerto, fue muy complicado porque estaban construyendo la autovía que va hacia el sur por la costa. Los días anteriores había llovido con lo cual había barro, charcos, coches, camiones, máquinas viales y nosotros, todos queriendo no embarrar los vehículos y pasar.

Además de ser de dos sentidos, algunos giraban a izquierda o derecha sin señal, hasta te podías encontrar con vehículos de frente que se habían saltado la mediana, gente cruzando y caminando. Una verdadera organización de lo desorganizado.
La carretera hasta Berat no estaba bien porque había tramos de tierra y asfalto. El casco histórico de la ciudad de Berat fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008. Es una de las ciudades más antiguas de Albania, nos podemos remontar a poblados entre 2.600-1.800 a. C. Así como cerámicas del siglo 7 y 6 a. C.

Después de tomarnos unas cervezas mirando el casco antiguo, a la vera del río Ossum nos dirigimos a Vlore por Fier para pasar la noche. Al llegar al destino, no teníamos hotel. Paramos en una cafetería pedimos a unos camareros que nos recomendaran un hotel., hicieron una llamada y en 10 minutos vinieron a recogernos. Espectacular la gentileza albanesa. Era imposible comunicarnos, por lo tanto lo hacíamos por señas y el cansancio que traíamos pudo con nosotros.

De Vlore otra vez a la carretera que nos llevaría hasta Gjirokastër. En el camino nos encontramos con una ruta que te cortaba el suspiro. El acompañante podía ir relajado disfrutando de las vistas mejor que los que conducíamos porque en una de esas curvas nos encontramos con un buey que ocupaba la mitad de la calzada.

Nos dimos un baño en el Adriático y continuamos a Sarande para almorzar y llegar antes de que se hiciera de noche a Gjirokastër. Era importante llegar de día porque lo único que teníamos reservado era el ferry ida y vuelta Barcelona-Civitavecchia y el hotel de Roma. A pesar de tener el viaje planificado, donde parábamos a dormir dependía de cómo nos fuera, estado de rutas y otros imprevistos que pudiesen ocurrir.

Almorzamos en Sarande frente a la isla griega de Corfú. Camino a Gjirokastër pasamos por un paraje donde algunos se bañaron en una vertiente, conocida como «El Ojo Azul», de agua fría a 10º C que emerge formando un pantano. Llegamos a Gjirokastër, otra ciudad de las más antiguas y su casco histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2005. Tiene una rara arquitectura otomana. Los otomanos estuvieron en Albania desde 1450 hasta 1912. Cada vez nos adentramos más en el gran macizo de los Balcanes.

Javier, Pilar, Bea y yo nos dirigimos a Korce a dormir para luego entrar en Grecia. La primera ciudad que visitamos fue Kastoria con su gran lago y los pelícanos flotando. Dimos un paseo por la orilla del lago Orestiada, lleno de cafés y restaurantes.
Llegamos a Tesalónica, caminamos por el paseo marítimo y visitamos el centro de la ciudad. Salimos al día siguiente sobre las 12 a.m. hacia Bulgaria.

Pasando la frontera comimos en un bar y compramos unos llaveros a una señora. La señora cuando nos levantamos juntó todos los restos de nuestras cervezas y se lo bebió de un solo trago, la invitamos a una comida y quedó alucinada. Por cierto, toda la conversación fue por señas. Continuamos hacia el Monasterio de Rila y por el camino tuvimos que parar en un hotel con piscina para refrescarnos hasta que bajara un poco el sol. Llegó la hora de dormir en Rila, al día siguiente visitamos su monasterio con una arquitectura monástica que merece la pena. Hay que destacar que en todo el viaje no nos cobraron la entrada a ninguna iglesia ortodoxa, cosa que no ocurre con las católicas de muchos sitios.

Después regresamos a la carretera general para desviarnos de nuevo hacia las montañas de Rila donde se encuentra la estación de esquí de Borovets, que la encontramos bastante animada pues estaban entregando los premios del rally de coches de 2011 celebrado allí. Continuamos camino para llegar a Sofía al atardecer. Estábamos con el cuerpo y el culo que nos decía «otro día de moto, por favor no», tocaba descansar. Hay una plaza con fuentes termales en el centro para toda la ciudad gratis. La ciudad promete para el futuro, pero en la actualidad es una ciudad triste y llena de obras que no merece una visita prolongada.

Después del descanso merecido, salimos en dirección a Veliko-Tarnovo por la carretera que va hacia Varna, que para nuestra sorpresa tenía muchos kilómetros de autopista que no venían en nuestro mapa. Nos desviamos hacia Gabrovo para visitar el poblado de Etar, que es un museo etnográfico que te permite ver la diferencia entre la época comunista y la Bulgaria rural anterior. Hacia las 6 de la tarde llegamos a Veliko-Tarnovo que es un pueblo medieval muy bien conservado, y en un enclave magnífico.

Llegamos al Mar Negro por la carretera que va a Varna, después de refugiarnos debajo de un puente por una tormenta de verano. No nos gustó mucho Varna, además nos costó encontrar hotel, había muchísima gente y sobre todo familias de vacaciones. Al día siguiente nos dirigimos por la costa del Mar Negro hacia el sur, afortunadamente nos encontramos con buenas playas, que por supuesto disfrutamos a tope. Llegamos a comer a Nesebar, con muchísimos hoteles en la parte de la bahía y con un centro histórico muy bonito sobre un saliente a modo de península. Comimos en una terraza sobre el mar y visitamos el pueblo medieval. Por la tarde continuamos por la costa, hasta llegar a Sozopol, otro pueblo medieval. Fuimos a hacer el paseo que rodea el pueblo, con un magnífico atardecer, y cenamos a base de mazorcas de maíz, pizza y helados paseando por la calle. Y para colmo de placer, luna llena.

Por la mañana, después de un gratificante baño en la playa, continuamos hacia Carevo, siguiendo la ruta hacia Turquía por Malko Tarnovo, para llegar a dormir a la ciudad de Edirne en Turquía. Según el mapa es la misma carretera desde Sozopol hasta la frontera turca, pero en cuanto abandonamos la costa la ruta se hizo impracticable. No tuvimos grandes problemas en la frontera, salvo con el inspector de aduana. Por cierto, hay que pagar en la frontera una visa de 15 euros, pero te la ponen en el momento.

En Edirne buscamos el hotel Kervansaray que venía en nuestra guía. Después de las cervezas en el hotel comenzamos la visita de la ciudad. Empezamos por la mezquita de Seliminiye, una de las más colosales de Turquía del año 1569 y que se construyó siguiendo en todo momento el esquema de Santa Sofía en Estambul. Su cúpula y minaretes son impresionantes. En los bajos de la mezquita a la entrada había un mini bazar. Estuvimos a punto de darnos un baño turco pero llegamos un poco tarde, aunque nos dejaron visitarlo y las instalaciones eran impresionantes. Continuamos visitando la mezquita de Eski o mezquita vieja de 1413. Después paseamos por las calles peatonales y probamos una fritura típica, ¡pulmón de cordero! Que nos gustó mucho. Antes de volver al hotel hicimos la visita nocturna de la tercera mezquita del centro de la ciudad, la de Uc Serefli, igual de majestuosa que las anteriores. Era impresionante ver las tres iluminadas, pero no tenemos foto pues era imposible coger el conjunto. Edirne no figura en los paquetes turísticos, pero merece la pena su visita, y los turcos fueron muy amables.

De vuelta a Grecia pasamos por el famoso puente bizantino de San Miguel. Nos costó encontrar la frontera que estaba tan solo a 5 kilómetros, pues los carteles de Grecia lo ponían en turco y no se parece en nada a la palabra Grecia (en español, claro). En la frontera griega no tuvimos problemas.

Hacía calor, así que paramos solo a tomar un café, llegamos a Alexandrópolis en la costa a la hora de comer. Comimos en una terraza del paseo marítimo. Visitamos la ciudad, que no tenía mucho más que el faro y más terrazas que habitantes, pero era sábado y todo el paseo marítimo se convirtió en peatonal llenándose de gente, creando un ambiente animado. A la mañana siguiente partimos hacia el oeste por la costa del Egeo, a tan solo 20 kilómetros de Alexandrópolis encontramos unas playas magníficas donde por supuesto nos dimos un espectacular baño matinal.

Regresamos al continente en el ferry y continuamos pasando por el centro de la ciudad de Cabala para hacernos una idea de cómo era. Decidimos continuar pues queríamos llegar a dormir cerca del Monte Athos para visitarlo al día siguiente. Llegamos así a Stavros, un pueblo muy animado con playa y muchas terrazas. Al día siguiente estábamos ya en la moto a las 8 de la mañana, para llegar a Ouranoupoli a las 9:30. De allí salen dos barcos diarios que hacen un recorrido turístico por la costa de tres horas de duración para ver los monasterios del Monte Athos desde el mar, ya que la entrada en ellos solo está permitida a los hombres, por un período máximo de cuatro días, y con petición previa del permiso de entrada. A las 10 vimos cómo salían dos de los barcos que llevan a los monjes y a los jóvenes visitantes hacia los monasterios. El recorrido mereció la pena, aunque al final nos resultó un poco largo.

Otra visita que mereció la pena fue los monasterios de Meteora tras la cual nos acercamos al pueblo de Metsovo. Volvimos a la autopista, con su magnífico trazado entre montañas y con muchísimos túneles y en Igoumenitsa cogimos el ferry. Una vez en Italia, por la autovía llegamos a Pompeya vía Salerno. Apenas llegamos nos fuimos a visitar las ruinas de Pompeya. El hotel está al lado de la estación de la línea de tren Sorrento-Nápoles, así que por la mañana del día 21 cogimos el tren para visitar Nápoles.

Verdaderamente el centro histórico tiene todo el sabor de Nápoles. Había otras especialidades para comer por la calle, como unas bolas de pasta con carne y unas bolas de arroz con queso, pero lo mejor eran las pizzas.

A la mañana siguiente subimos al Vesubio. Las vistas de la subida eran muy bonitas, pero desde la cima no vimos el panorama porque estaba nublado, pero sí vimos el cráter del volcán. Decidimos ir a Sorrento y comer allí. La carretera es terrible y para mí muy peligrosa. Es de dos direcciones donde se saltan la mediana, muy estrecha, se aparcan al costado de la carretera, la gente conversa y salen a caminar, y se detienen a mirar la impresionante costa, mar y acantilados. Conducen muy rápido y cuando te pasan te afeitan las piernas.

La siguiente visita fue a Castel Gandolfo, una pequeña localidad en la región del Lacio y sobre las orillas del Lago Albano, donde está la residencia veraniega del Papa.

Después de llevar a nuestras chicas al aeropuerto, continuamos hacia Civitavecchia para coger el barco de vuelta a Barcelona. El trayecto en el ferry fue más que movidito y yo me mareé bastante, pero por fortuna me recuperé antes de llegar a Barcelona.