Entrevista a Ted Simon

Ted Simon es uno de los viajeros más famosos del planeta, después de haber dado dos vueltas al mundo. La primera en 1973 y la segunda en 2001, ya con 70 años.

Ildefonso García. Fotos: Jaime de Diego/Interfolio

Entrevista a Ted Simon
Entrevista a Ted Simon

A veces la vida te coloca delante de un ser humano excepcional, una persona que sabes que no vas a olvidar el resto de tu vida, pese a que hayas tenido el placer de tratarla solo durante unas horas. Eso es lo que me ocurrió entrevistando a Ted Simon. Sabía de sus aventuras, e incluso había comprado su libro: «Jupiter’s travels» en 1989 (que ahora tengo dedicado). Mi «hermano» Juan Muñoz me había hablado largo y tendido de Ted, así que el personaje no me era nuevo. Dicen que lo peor que puede ocurrir es que conozcas a tus héroes, pues bueno con Ted las expectativas que tenía quedaron cortas. El hombre es un sabio, y como tal, un ser humilde ser humano que va por la vida sin levantar la voz. Habla inglés, alemán, francés, español... Un cretino como yo habría intentado responder en español para impresionar a mis interlocutores. Ted, en cambio, apenas dijo unas pocas palabras en español y se mostró muy paciente, tanto con nosotros, como con nuestro inglés de andar por casa. Aquí tienes unas pinceladas de nuestra conversación con el sabio. Si quieres saber más, lee uno de sus libros, te aseguro que no te arrepentirás.

«Para viajar no creo en grandes motos, con una potencia enorme. Estas súper máquinas de 1.200 cc, es ridículo. No hace falta nada así. En mi opinión no tienes que tener una montura con absolutamente todo para realizar una travesía. Concibo el viaje de forma más sencilla».

«Para entender mi trayectoria personal, hay que imaginar primero cómo era la vida a principios de los años 70. El mundo había cambiado de forma radical después de la II Guerra Mundial. Por supuesto, el ser humano ha viajado desde tiempo inmemorial. Pero en aquella época en Occidente empezamos a interesarnos por los países más lejanos, por la pobreza... Lugares como India o África se volvieron muy atractivos. La gente hablaba sin parar de estos sitios. Se empezó a tratar los asuntos medioambientales. Una vez acabada la II Guerra Mundial, la prosperidad que trajo el fin de la contienda hizo que empezásemos a tener curiosidad por el resto del mundo. La TV se llenó de programas sobre lugares exóticos. Yo había trabajado en algunos periódicos, así que tenía algunas nociones sobre el mundo, que en realidad eran muy superficiales. Me di cuenta que lo que transmitían los medios de comunicación era solo una parte de la verdad, una visión muy estrecha de lo que estaba ocurriendo en el mundo.

En la tele vi un programa sobre un lugar perdido en el Pacífico, se trataba de un reportaje sobre la gran pobreza que había en una isla. Las escenas eran paradisíacas, con unas playas de ensueño, plagadas de cocoteros. Unos hombres de aspecto muy saludable se dedicaban a sacar peces del agua. “Umm, ¡esto no me parece un sitio muy pobre!”, pensé. Decidí que quería aprender por mí mismo qué es lo que realmente estaba sucediendo en el mundo. Ya había estado viajando por Europa, Israel y también había visitado México y la ciudad de Nueva York. No tenía dinero, pero conocía a gente en el mundo del periodismo. Así que decidí escribir un libro. Lo de ir en moto me atraía porque pensaba que nadie había dado la vuelta al mundo en moto. Así que empecé a buscar ayuda. Un agente literario con el que tenía una relación de estrecha amistad habló con el director del Sunday Times. Un hombre que dio la casualidad que era aficionado a las motos. Quedó en ayudarme, por lo que el siguiente paso fue aprender a montar en moto. Sacarme el carné y todo eso. Estaba convencido que lo iba a hacer. Los preparativos me llevaron seis meses. Estaba muy asustado, convencido que el peligro era grande, luego resultó no ser para tanto, pero yo creía que podría perder la vida en la aventura. Mi curiosidad era superior, pues estaba convencido que era una idea maravillosa».

«En 1967 había comprado una casa en ruinas en el sur de Francia, muy bonita, pero que se caía a trozos. El único trabajo que hacía era colaborar con revistas escribiendo artículos sobre el mundo del espectáculo, películas y cosas así. Luego escribí un libro sobre Fórmula 1, un deporte que en aquella época no me interesaba nada. El piloto Jackie Steward tenía una columna en la revista en la que yo trabajaba. Para mí era mejor trabajar en un libro que dedicarme a escribir artículos».

¿Cómo es de importante el presupuesto a la hora de darte una vuelta por el mundo?
«En los años 70 estaba un poco preocupado por el dinero. El Sunday Times me dio 2.000 libras. Luego, a medida que comencé a viajar, me di cuenta que se podía hacer casi sin nada. Llegaba a sitios donde la gente nunca había visto a un tipo aparecer en moto, recibí tanta ayuda que podría haber hecho el viaje casi sin dinero. En India me convertí en un mendigo, pero tuve más éxito que los propios indigentes indios, lo que tampoco era fácil. Hoy no creo que funcionase, pues hay mucha gente viajando. Tienes que encontrar algo que sea único, extraño, difícil; que te distinga de todos los demás. Cuanto más despacio vayas, más barato es. Tienes que moverte muy lentamente por muchas razones. Primero, porque así no te pones enfermo tan a menudo. Te da tiempo para aclimatarte a las condiciones meteorológicas, la comida, los bichos. Segundo, si vas despacio tendrás más oportunidades de conocer gente y que ésta te ayude. Además, de esta manera gastas menos dinero. Debes dejar el final abierto, sin que esté todo planificado. No es posible hacer un viaje de este calibre si debes estar de vuelta en la oficina dentro de tres meses». 

«La personalidad del viajero es muy importante. La actitud es primordial. Hay personas que parecen atraer a los accidentes, siempre quieren ir más rápido y correr más riesgos. Hay otros a los que les encanta hablar demasiado, no dan ninguna oportunidad a los demás. Tampoco hay que olvidar a los que tienen un problema de autoridad, hay que hacer lo que ellos quieren. Esta actitud es catastrófica, sobre todo al cruzar una frontera. A lo largo del viaje la confianza va creciendo de forma impresionante, pero tienes que empezar con algo de fe en ti mismo».

«En mi primer viaje tenía ya 42 años, ya contaba con experiencia, incluso en lo que se refiere a negociar. Al principio tenía mucho miedo, lo que puede que sea algo positivo. Debes aprender a controlar el miedo, algo que al comienzo no hice. Luego me di cuenta que era posible convertir la ansiedad en algo efectivo. Te ayuda a estar más alerta. Sin darte cuenta, siempre sabes qué está ocurriendo a tu alrededor, ¡ojalá todavía tuviese esta capacidad! Saber a ciencia cierta de dónde van a venir los peligros. Debes controlar tu espacio. El espacio psicológico que te rodea y también tu espacio interior».  

¿Con qué moto conectaste más: con la Triumph Tiger 500 o con la BMW R80?
«Mucho más con la Triumph y no porque fuese la primera. La BMW era demasiado grande para el tipo de viaje que yo hacía. Con la Triumph sentía que la moto era una parte de mí, una sensación que nunca experimenté con la BMW. La Tiger era una moto de carretera y muy sencilla. Se portó muy bien, incluso en terrenos complicados. Tengo que decir que era mejor moto, pese a que era muy primitiva en lo que a tecnología se refiere. Era muy manejable, hasta la podía meter en las habitaciones de los hoteles. Si se caía, la podía levantar, aunque primero tenía que quitarle todos los bultos. Yo no sabía nada de motos, de lo contrario habría puesto un buen filtro de aire. Ello me habría arruinado un poco el viaje, porque la aventura fue maravillosa gracias a que la moto se rompió con frecuencia. Con cada rotura ocurría algo interesante. Ahora que lo pienso puede que sea un problema, pero el caso es que debes ir en una moto que se rompa mucho. ¿Para qué viajar si no vas a tener percances? Tienes que hacerte vulnerable al mundo. Dejar que el mundo entre. Así es como todo cobra sentido».

¿Es importante viajar solo?
«Nunca pensé que hubiese alguien tan estúpido como para acompañarme en mi viaje. Si quieres que el viaje sea completo, debes ir solo. No puedes estar todo el tiempo pensando en lo que quiere la otra persona. Pueden suceder cosas maravillosas entre tú y la persona que te acompaña, pero esto no tiene nada que ver con lo que ocurre en el mundo. Al menos una vez debes viajar solo. Si estás en un país que tiene otro idioma, y te pones a hablar con tu acompañante, esto crea una barrera con las personas del lugar».

¿En qué cambió el mundo entre tu primer viaje en 1973 y el otro en 2001?
«Lo más obvio es la explosión demográfica, que ha sido espectacular. Lo sabes, pero es un conocimiento teórico. Cuando regresas a unos sitios y no los puedes encontrar, porque han sido engullidos por barriadas míseras, es algo impresionante. Internet y la explosión demográfica lo ha cambiado todo. La gente de los pueblos más míseros ve que en las grandes ciudades hay trabajo, por lo que van allí. Una vez que han llegado se dan cuenta que no hay trabajo porque otros se habían ido antes que él del pueblo. Así que o se mueren de hambre o se dedican a actividades ilegales. Si viajas solo por el mundo en moto no tienes muchos problemas en cuanto a seguridad. Puedes sufrir un accidente, claro. La realidad es que nunca he sufrido un ataque, nadie me ha amenazado. He dejado la moto en todo tipo de lugares y ha estado allí cuando he vuelto. Claro que estamos hablando de un tiempo prudencial. He viajado durante ocho años, no puede solo deberse a que he tenido suerte. Hay que tener la capacidad de adaptación suficiente para amoldarte a las diferentes circunstancias que vayas encontrando. El mundo es un lugar bueno, no es peligroso “per se”. La generación de mi madre pensaba que el mundo era un lugar del que te tenías que defender. La Depresión, la Guerra, todo esto influyó en su percepción».

¿El ser humano es igual en todas partes?
«Las personas se comportan de forma muy diferente de un país a otro. Si está solo en moto en medio del desierto, te encuentras en una situación ideal para llegar a los fundamentos básicos de los instintos de los seres humanos. Si allí me encuentro con un árabe en su tienda, lo más probable es que acabemos tomando té. Muy diferente sería si llego en un intimidador vehículo gigantesco, que parezca una nave invasora del espacio. La base de la condición humana es igual para todos. Luego la cultura es diferente en cada pueblo». 

¿En qué medida cambiaste después del primer viaje?
«Volví creyendo que, más o menos, tenía el secreto del futuro del mundo. Me convertí en una persona muy difícil, no había quien me aguantase. Yo no podía entender los problemas de la gente, de su vida diaria. Para mí eran estupideces que no significaban nada. No podía entender cómo estaban tan atrapados en sus hábitos de conducta. Me costó volver a acostumbrarme a las comodidades de la vida occidental. Me sentía más cómodo durmiendo en el suelo que en la cama. Nada más volver del viaje, no podía recordar nada de éste. Nada de lo que había ocurrido en esos cuatro años parecía real. Sabía que tenía que escribir un libro, pero no podía. Primero tenía que recrear en mi mente el sentimiento que había experimentado en el viaje, y era algo que no conseguía. Luego llegó un día en que recordé el llegar a una aldea en Perú, parar la moto y que un gordo me dijera perdonándome la vida: “¿De dónde viene?”. Podía recordar todo, el olor del momento, el camino... A partir de ahí pude comenzar a escribir. Había tomado multitud de notas durante el viaje, cuatro libretas. Lo más interesante es que casi nunca tuve que consultarlas».

De tus libros, ¿cuál es tu preferido?

«Tiene que ser “Los Viajes de Júpiter”. No porque me hiciese famoso, solo soy famoso entre un pequeño número de personas. Sino porque en esencia marca las mejores experiencias de mi vida. Estoy contento de todos mis libros, también de: “El gitano dentro de mí”, donde una vez más me ocupo del tema de los viajes, pero sin moto».
«No soy optimista en lo que al mundo respecta. Hace poco he escrito un libro sobre sobre las Islas Británicas realizado a lomos de un Piaggio MP3. Me he quedado impresionado con la cantidad de coches. Es posible pensar en formas maravillosas en las que el mundo podría vivir sin coches, pero, ¿cómo solucionar el problema del transporte individual? Esta locura capitalista nos llevará a la destrucción. Thomas Jefferson tenía la idea, que además no era suya, sino anterior, que cada cuarto de siglo debería haber una redistribución. Claro que es imposible poner a la gente de acuerdo en nada y mucho menos en algo así. La filosofía del crecimiento ilimitado es ridícula, nada puede crecer de forma eterna».  

¿En qué consiste tu fundación?
«Es un ejército de viajeros independientes, que va alrededor del mundo mostrando la verdad, ya sea escribiendo, fotografiando, hablando. Ahora nunca me fiaría totalmente de alguien que no haya viajado. Si no has viajado nunca vas a poder saber la verdad. Lo que lees y ves no tiene nada que ver con la realidad. Por ejemplo, sería maravilloso tener gente independiente escribiendo sobre qué es lo que está ocurriendo en Siria. La idea de la Fundación no fue mía. Me parecía algo ridículo, pues siempre es una organización para dar dinero y yo no tengo».

¿Qué paisaje permanece contigo?
«Los Andes, y claro esto supone un territorio enorme. África no se quedó en mi mente como un paisaje que marcaba, allí lo más importante es el cielo, pues parece mucho mayor que en ninguna otra parte. Los Andes me impresionaron más que el Himalaya. Cuando me preguntan cuál es el país más bonito para mí, siempre digo que Colombia».