Cuando en Honda me ofrecieron hacer una ruta entre Barcelona y Mónaco durante un fin de semana pensé, “¿dónde hay que firmar?”. Era mi primer viaje largo en moto desde hace una pandemia y la verdad es que lo echaba mucho de menos. El viaje en sí era un reto: 750 kilómetros a lomos de la Honda Forza 750 dividido en dos jornadas. Tampoco me voy a poner ahora la medalla del “Motorista del Año”. No es para tanto, lo sé. Pero teníamos pendientes varias escalas en el camino, lo que unido a las restricciones de horarios en la frontera francesa, hacía que los tiempos fueran bastante ajustados durante todo el fin de semana.
Mi único recelo a priori era el modelo en cuestión. “¿Por qué escoger un scooter para hacer una ruta tan larga y con tanto potencial?”. Quizás Honda podría haber elegido alguno de sus modelos de la gama Adventure, como la Africa Twin, o Touring, como la exclusivísima Gold Wing. Pero no, la máquina elegida era el Honda Forza 750, un megascooter de apariencia convencional, pero que tiene poco de tradicional y que une lo mejor de dos mundos en un solo vehículo. De eso me daría cuenta ya en marcha.
Estructuralmente, si eliminamos la carrocería, vemos que se trata de una moto tradicional, con las únicas salvedades de que los tubos superiores del chasis están muy inclinados para tener un recorrido muy bajo y que la rueda trasera es más pequeña de lo habitual. El resto no plantea diferencias. No obstante, esta estructura mecánica está rodeada de una carrocería que es totalmente identificable con la de un scooter, a lo que hay que añadir la posición de conducción, el hueco bajo el asiento y la transmisión automática. En definitiva, el Forza 750 parece un scooter en términos de habitabilidad y confort, pero con la estabilidad y potencia de una moto. Y eso lo notas en cuanto te subes a sus mandos.
Así que, una vez despojado de prejuicios, la cosa prometía…

Todavía no te he dicho que no iba a hacer la ruta solo. Honda invitó al piloto Dani Clos, un auténtico crack dentro y fuera de la pista, no hay más que seguirle en sus redes sociales. Y por si os lo estáis preguntando, va muy bien sobre dos ruedas. Yo me encargaba de hacer de guía hasta el mismo Mónaco, y a Dani le tocaba guiarnos por las calles del Principado, que para eso ha hecho poles y podios sobre un coche de GP2. Y como fuimos el fin de semana previo al Gran Premio de Formula 1, allí estaba ya todo montado. El tercer integrante de este equipo podías haber sido tú. De hecho fue alguien como tú, Jorge, un lector de MOTOCICLISMO que se ganó la plaza por sorteo. Te lo cuento para que la próxima vez estés más atento y te apuntes a estas cosas, que a veces tocan.
Día 1: Barcelona – Perpiñán – Montpellier
El punto de partida era la capital catalana, que nos acogió con un cielo plomizo y amenaza de lluvia. Ya te aviso que durante los dos días apenas nos cayeron unas gotas de las que ni mojan. Es lo que tiene hacer una ruta sobre seguro. El sur de Francia es la zona motera por excelencia del país vecino y el clima no difiere mucho del que disfrutamos por toda la zona del Mediterráneo español. El ideal para montar en moto y más en estas fechas.
La salida de una gran ciudad como Barcelona siempre es lo más tedioso. Estás deseando empezar a sumar kilómetros pero antes tienes que deshacerte del tráfico urbano y de los semáforos. Entre las calles empiezas a fijarte en algunos de los detalles del Forza, como que el asiento es lo suficientemente bajo como para que llegues bien al suelo, lo que facilita este tipo de maniobras. La ciudad es uno de sus ámbitos de uso, aunque donde mejor se desenvuelve es fuera de la ciudad. Varios atascos después, abandonamos Barcelona dirección AP-7 para enfilar nuestro primer tramo en carretera.

Hacemos toda esta primera parte en autopista hasta la frontera. Ya te he contado lo de Francia y sus restricciones horarias, con toque de queda a las 19:00. Esa es nuestra hora límite para llegar a Montpellier, y no hemos madrugado mucho, para qué vamos a mentir… Aunque nosotros lo pasamos de largo, no voy a dejar de recomendar la Costa Brava, con sus playas, su gastronomía y sus maravillosos pueblos como Tossa de Mar, Begur o Cadaqués.
Estos kilómetros en autopista también nos sirven para hacernos a los mandos del Honda Forza 750. A estas alturas no sé si conoces el sistema de doble embrague DCT de Honda, con más de una década en el mercado. Si no lo has probado, ¿a qué estás esperando? Yo ya lo conocía de otros modelos que los usan como la NC750 o el X-ADV, y comprobé con el Forza 750 que Honda lo ha pulido a la perfección.
La diferencia con el variador centrífugo tradicional es que el sistema cambia automáticamente de relación de cambio siguiendo un algoritmo prefijado. O mejor dicho varios, porque además de los diferentes modos, en este caso tres de serie (Standard, Rain y Sport) y otro completamente personalizable (User), trabaja de manera diferente dependiendo de las necesidades de cada momento, si el conductor acelera mucho y de golpe, o poco y suavemente, por ejemplo. Una de las cosas más interesantes es que puedes cambiar de modo sobre la marcha, desde la botonera. Además, en cualquier momento puedes optar por el modo semiautomático y cambiar tú de marcha con las levas. Aunque eso lo dejo para cuando toque un tramo de curvas.

De momento, dejamos España atrás para adentrarnos en territorio francés. Y dejamos atrás la Tramontana, ese viento frío y turbulento que nos acompañará en los últimos kilómetros en suelo catalán. La verdad que cuando vas en cruceros de 140 km/h se vuelve bastante incómodo, y eso que vamos llevamos un scooter muy amplio, con una buena protección. Posición aerodinámica dentro de la cúpula tras la que se ve bastante bien y a seguir.
A 38 kilómetros al norte de la frontera española, llegamos a la primera parada del día: Perpiñán (Perpignan o Perpinyà, que todavía estamos en territorio catalanoparlante). La capital del departamento de los Pirineos Orientales, es una hermosa ciudad de provincias de unos 125.000 habitantes, que presume de cultura catalana. De hecho, el lema que te encuentras a la entrada de la localidad lo deja claro: “Perpignan La Catalane”.
La ciudad se puede visitar sin problemas en un día, porque el casco antiguo es bastante recogido y se puede recorrer a pie en su conjunto. Y si lo haces en scooter como nosotros, en media mañana. Tres puntos de visita obligatorios: La catedral gótica de Saint-Jean-Baptiste, con su peculiar campanario, el Palacio de los Reyes de Mallorca, y Le Castillet, una fortaleza que formaba parte de las antiguas murallas y que en la actualidad es el símbolo de Perpiñán.

Continuamos nuestra ruta en dirección Montpellier y nos adentramos en el Parque Natural Regional La Narbonnaise, que conserva uno de los pocos litorales todavía salvajes del Mediterráneo. Desde la carretera se observan la sucesión de lagunas naturales que son santuarios de las aves, con las salinas que convierten el paisaje en una paleta de colores desde el azul del agua, al blanco de la sal, pasando por los tonos rosáceos. Durante aproximadamente 50 kilómetros, dejamos a la derecha una zona de dunas y playas vírgenes, y a la izquierda varios macizos calcáreos que protegen de los vientos del interior.
De vuelta a la autopista, debes saber que Francia está repleta de peajes y radares. Así que si solo quieres pagar por circular por sus vías de alta capacidad, te recomiendo que no superes los límites de velocidad, que llegan hasta los 130 km/h. En este caso, lo mejor es hacer kilómetros en modo Standard, con una respuesta muy suave del motor ya que cambia a un régimen muy bajo, pero que te permite aceleraciones en caso necesario. Y lo mejor, que se convierte en un mechero a velocidad constante, con un consumo que pasa por poco de los 4 litros a los 100 km. Confort total y economía en el bolsillo.
En nuestro caso, ya no paramos hasta Montpellier, donde tenemos hora límite de llegada. Pero si vas sin hora puedes visitar las ciudades monumentales que están en la ruta como Narbona o Beziers, o desviarte unos kilómetros y echar el día en una de las joyas medievales de Francia, la ciudadela amurallada de Carcasona.

Montpellier ya es una de las grandes ciudades galas, con un área metropolitana que sobrepasa el medio millón de habitantes. Tiene un aire señorial, con amplios bulevares y grandes zonas peatonales. Sin duda, el corazón de la ciudad está en la Place de la Comédie, presidida por el edificio de la Ópera y donde es obligatorio tomarse algo en una de las múltiples terrazas que inundan la calle. Sorprende la Catedral de San Pedro, con una fachada principal con apariencia de fortaleza. Cuenta con su propio su Arco del Triunfo, también conocido como puerta de Peyrou, de unas dimensiones más reducidas que el de París; y hasta tiene un acueducto perfectamente conservado. No es romano como el de Segovia, ya que se construyó en el siglo XVIII, pero es bastante pintón. La pena es que la normativa vigente por la pandemia nos impide cenar en uno de los restaurantes tan cuidados del centro, y a cambio nos toca tirar del servicio de habitaciones del hotel… y no es lo mismo.
Día 2: Montpellier – Saint-Tropez – Mónaco
Salimos de Montpellier el sábado por la mañana, con destino a la exclusiva Costa Azul. Volvemos a elegir la autopista A9 como punto de partida para ir sumando kilómetros de calidad. Y dejamos a un lado la ciudad romana de Nimes, con su mundialmente famoso anfiteatro que se conserva en todo su esplendor. Otra de esas paradas obligatorias en el camino, que en nuestro dejamos en la lista de “pendientes”.
Abandonamos la A9, para tomar la A54 con destino Niza. Y estamos de suerte, porque al poco de dejar Nimes nos encontramos con otra antigua colonia romana: Arlés. Esta pequeña localidad en la desembocadura del río Ródano cuenta con su propio anfiteatro, teatro, termas y murallas. Casi todas las comodidades que podía tener una antigua villa romana, así que debía ser ya un núcleo importante hace un par de milenios.
A medio camino entre Montpellier y Mónaco, se encuentra la gran ciudad francesa del sur de Francia, Marsella. Aunque realmente nosotros ni siquiera bordeamos, porque la autopista por esta zona se adentra bastante en el interior. En cualquier caso, alguien me dijo alguna vez que era algo así como la Nápoles en Francia; y a mí la ciudad italiana me apasiona. Así que me quedé con las ganas de visitar la orgullosa Marsella y su Puerto Viejo.
Aunque ya a estas alturas de lo que tenía ganas es de abandonar la autopista y disfrutar un poco de las carreteras de costa. Llegados a Le Cannet-des-Maures, tomamos el desvío hacia Saint-Tropez para abandonar la A8, con la intención de no volver a recuperarla hasta Cannes, ya muy cerca de nuestro destino final. Agárrate que vienen curvas.

Sin duda el mejor tramo de todo el fin de semana lo encontramos en el enlace entre la A8 y Saint-Tropez. Una sinuosa carretera que se adentra por las colinas y que nos permite disfrutar de la versión más divertida del Honda Forza 750. Aquí sí que salen a relucir sus virtudes dinámicas. Con un chasis de moto, una horquilla de moto, unas ruedas de moto, basculante de moto y en general una estructura de moto, tiene la rigidez suficiente para moverse a la perfección entre curvas y ser absolutamente estable a cualquier velocidad. Absorbe los baches, soporta las inercias en las frenadas y los cambios de dirección, y en marcha no sientes que tenga un peso elevado.
Potencia hay, y si te despistas puedes superar los 180 km/h de marcador. Aquí también tienes dos opciones, o poner el modo Sport, con una aceleración quizás algo nerviosa pero donde sientes que los 58 CV del motor son muchos más. O ayudarte de las levas cuando lo creas oportuno, jugando con el cambio semiautomático para las frenadas y las salidas de las curvas. Lo cierto es que, aunque exige una concentración mayor a la hora de conducir, a mí personalmente me pareció la parte más disfrutona de la ruta.
Hay casi 40 kilómetros entre la autopista y la glamourosa Saint-Tropez, quizás eso ha controlado un crecimiento desmedido de la zona. Hablamos de uno esos destinos de vacaciones conocidos en el mundo entero. Refugio de gente con un alto poder adquisitivo, algo que ya se aprecia en su puerto, con un gran número de yates, y también en sus calles, donde abundan las villas, los palacetes y los coches de alta gama. Pero también las motos. Mucha moto en Saint-Tropez, y eso es de agradecer, teniendo en cuenta el congestionado tráfico de sus calles. Un consejo, si puedes evitar ir en fin de semana, mejor, ya que la población se multiplica especialmente en temporada alta.

Icono de las vacaciones glamourosas por excelencia, sus playas han atraído artistas de todo tipo, futbolistas y gente de la alta sociedad. No es nuestro caso, pero es que tampoco hemos venido a eso. Después de visitar el coqueto centro histórico y reponer fuerzas en un sitio de comida para llevar, nada económico por cierto, seguimos nuestro camino en dirección Mónaco, esta vez por las carreteras que bordean la costa de la Riviera Francesa. Esa al menos era nuestra intención, pero ya te he dicho que los sábados de buen tiempo el tráfico por todo el Golfo de Saint-Tropez se multiplica, lo que nos lleva a desistir de nuestra idea inicial. Llegados a Fréjus volvemos a la autopista para recorrer los últimos kilómetros que nos separan de nuestro destino final.
De esta forma, vamos dejando a un lado la hermosa Cannes, con su archiconocido Festival de Cine; y al otro la pequeña población de Mougins, un lugar pintoresco en el que Pablo Picasso pasó sus últimos días de vida. El museo dedicado al pintor malagueño está en Antibes, ya cada vez más cerca de Mónaco y que cuenta con el mayor puerto deportivo de Europa.
El tráfico se intensifica en la autopista cuando bordeamos Niza, la capital de la Costa Azul, y que cuenta con el aeropuerto internacional con más tráfico aéreo en Francia al margen de los dos de la capital parisina. Este aeropuerto es el que se utiliza para viajar a Mónaco, y tiene hasta un servicio de helicópteros para trasladar pasajeros directamente hasta el segundo país más pequeño del mundo, después de la Ciudad del Vaticano.
Dos días después de iniciar nuestro viaje desde Barcelona, nos adentramos en el Principado de Mónaco; y aunque no exista una frontera física, notas, ¡y de qué manera!, el cambio de país. Con algo menos de 40.000 habitantes y una superficie total de 2 km cuadrados, se trata del país más densamente poblado del mundo; y es que no queda un hueco por urbanizar en todo el territorio. Aquí todo desprende lujo, no en vano tiene el PIB per cápita más alto. Vamos, que los ciudadanos de Mónaco son los más ricos del mundo y con diferencia.
Aunque se puede recorrer el país de punta a punta a pie, en Mónaco se ve poco peatón y mucho superdeportivo. Si quieres hacer algo de turismo puedes visitar el Palacio Grimaldi, la residencia de los Príncipes de Mónaco, la Catedral de San Nicolás o el Museo Oceanográfico. Pero ya te aviso que la mayoría de los que aquí vienen optan por el deleitarse con el Casino de Montecarlo, cuyo parking atrae las mismas miradas que el propio casino, el Puerto de Hércules, donde atracan los yates más lujosos del mundo, y por supuesto el circuito de la Formula 1, que se puede recorrer íntegramente ya que lo forman las calles del Principado.

Y ese era nuestro verdadero objetivo para acabar el viaje. La pena es que lo pudimos cumplir a medias. Como te dije al principio, fuimos el fin de semana previo al Gran Premio y algo más de la mitad del trazado estaba cerrado al tráfico, ya que se habían instalado los boxes y todo el vallado que perimetra el trazado. En cualquier caso, y siguiendo a Dani Clos, metimos el Forza en la parrilla de salida y trazamos la curva 1 de Santa Devota para subir la cuesta del Casino. Esa parte ya estaba cerrada, pero no las icónicas curvas de Mirabeau y la horquilla del Loews, con todos los pianos impolutamente pintados de rojo y blanco. Y el túnel sólo lo pudimos hacer en sentido contrario, ya que estaba cerrado al tráfico en dirección a la zona de la piscina y del puerto. Y qué más da. La sensación de que estás pilotando por uno de los santuarios del automovilismo ya compensa.
Al otro lado del puerto, y con la visión de Mónaco en todo su esplendor, acaba el reto Forza 750 para Dani, Jorge y para mí. Apagamos los scooter, que a mí me ha demostrado que puede atacar en todos los frentes: el del comportamiento deportivo y las prestaciones, y también el del confort y el lado práctico. Ahora toca vestirse del “smart casual” exigido en cualquier restaurante del país y brindar por un viaje inolvidable. Como inolvidable será la cuenta que paguemos esa noche por la cena… Pero esto es Mónaco y hay que venir al menos una vez en la vida.

La opinión del lector: Jorge
"Realmente es muy cómoda para viajar. Ahí es dónde aprovecha la similitud de un scooter en la postura recta de conducción, como si estuvieras sentado en un sillón".
"La respuesta en cuanto a potencia es suficiente para moverte a cruceros altos sin dejar de percibir un gran aplomo".
"La autonomía es muy buena, viendo consumos por autopista siempre por debajo de los 5 litros a los 100 km".
"El diseño es bonito, moderno y vanguardista, el panel LCD se ve bien y se puede leer en perfectamente en cualquier situación·.
"Respecto a la experiencia en sí, todo genial. Únicamente algo limitado en cuanto a horarios debido a las estrictas restricciones en Francia, pero me he sentido muy cómodo y acogido por todo el equipo y durante todo el viaje. Mónaco es increíble, vale la pena verlo al menos una vez en la vida".
