Viajar en moto: Indonesia

Cinco islas, tres religiones, una gran aventura. En Indonesia todo es diferente: flora, fauna y tráfico. Quedarás atrapado por una poliédrica cultura, un paisaje precioso y una vida de lo más colorida.

Ildefonso García/T.S.

Viajar en moto: Indonesia
Viajar en moto: Indonesia

Bienvenido a Bali, bienvenido a otro mundo. El tráfico pone a prueba los nervios del más frío, pues hordas de motos de pequeña cilindrada se mueven como manadas de abejorros tanto en las ciudades como en los pueblos. No es extraño ver a cuatro o cinco personas a lomos de una pequeña monocilíndrica. O hasta los topes de sacos de arroz. O con una piara de cerdos. Las motillas llevan matrículas en la parte delantera y hay que tener cuidado porque, como en otros países de Asia, se conduce por la izquierda. En fin, que la manera en la que se comporta el tráfico es pura anarquía. La gente vive en la calle. A este océano nos tiramos armados con motos de alquiler. Mi compañero de aventuras conoce mejor que yo Bali y me anima: «No pasa nada». Wayan Joker, nuestro guía local, también apunta un comentario tranquilizador: «No hay ningún problema». Así que ¡adelante! Nuestras Honda Tiger 2000, propulsadas por un monocilíndrico de 200 cc y capaces de rendir 17 CV, son como auténticas superbike frente a la mayoría de motillas de 100 cc.

Evita cualquier peligro de colisión y para ello toca la bocina como si no hubiese mañana. No te fíes por mucho que pienses que tienes prioridad, sobre todo porque casi todos los vehículos privados no tienen seguro. En caso de accidente se negocia todo, y a veces participa en la discusión buena parte del pueblo. Puestos en lo peor, siempre quedará la creencia hindú en la reencarnación. Más del 95 por ciento de los habitantes de Bali procesan la religión hindú-dharma. Una fe que enseña la armonía entre los seres humanos, además de con la naturaleza y con los dioses. La religión ilumina las vidas de este pueblo de tal manera que ni siquiera hacen falta los faros. «Nos molesta encender la luz», nos confiesa Wayan. Estamos hablando del trópico, donde el sol cae de repente tras el mar y las noches duran 12 horas.

Dormimos en un hotel en plena playa, en Padangbai, al este de Bali. Al día siguiente comenzamos a ascender hasta alcanzar un puerto a 1.640 metros de altura. La Honda Tiger es muy confortable y por encima de 6.000 rpm el monocilíndrico tira con fuerza.
En Bali, una vez que abandonas las zonas donde están los complejos turísticos, la vida es dura. El desempleo es muy alto y los salarios bajos. Cada vez que pasamos junto a un grupo, nos saludan agitando las manos con entusiasmo. Aquí no hay lujos, no hay consumo, pero sí que hay calor humano. Las motos nos abren la entrada en la cultura del país, pues nos movemos como el resto de la población.

En Ubud encontramos calles estrechas, problemas para aparcar las motos y hordas de turistas. Así que huimos a la jungla de los monos, muy pronto nos vemos rodeados por macacos de cola larga. Están considerados sagrados, revuelven en las bolsas de las cámaras y nos piden comida. Por la noche asistimos a un baile tradicional de Kecak. Más de 100 hombres y mujeres escenifican la lucha entre el bien y el mal. La cultura de este pueblo es impresionante. Lo mismo podemos decir de la religión. En Bali hay nueve templos principales, y decenas de miles de lugares dedicados a la oración. Cada día se celebra algo.

El idioma indonesio-bahasa suena un poco como una mezcla entre finlandés y holandés. No en vano estos últimos fueron la fuerza colonial hasta 1949. «Bami» y «Nasi Goreng» significan pasta y arroz, respectivamente. En cada esquina hay puestillos que venden comida. Todos nos hacían las mismas preguntas: ¿«Darimana»? (¿de dónde vienes?) y «¿Mau ke mana?» (¿adónde vas?). Nuestra respuesta: en barco hacia el este, a la isla de Lombok.

Al abordar el ferry vemos en las cristalinas aguas delicados corales y coloridos peces. Las motos van en la bodega del barco, en aceitosos rincones. En la cubierta las cabras balan y los granjeros esparcen sus frutas. Melly, una musulmana de 22 años, vende «salak», una fruta de una palmera local. En estos lugares los estándares higiénicos hay que tirarlos por la borda. El bote está lleno de agujeros, ¿una trampa mortal? Los indonesios que a bordo venden agua, fruta y cigarrillos nos dicen que no hay nada de que preocuparse. Por supuesto, de vez en cuando uno se va a pique. Aunque ya han pasado ocho meses desde el último hundimiento...

La gente es más pobre y junto a los hoteles de lujo hay humildes chozas, así es el panorama en la isla de Lombok. Pronto comenzamos a oír los cantos de los muecines que desde los alminares llaman a la oración. Nos damos cuenta que ahora estamos en territorio musulmán. En las calles vemos carros tirados por caballos. Las mujeres llevan pañuelos, pero no usan velo y sonríen incluso a infieles como nosotros.

La parte del norte costero de Lombok se llama la «carretera loca», una montaña rusa pegada al mar. El asfalto sube y baja de repente o da un giro de 90 grados. A la izquierda tenemos al océano Índico, a la derecha orgullosas montañas que quieren alcanzar el cielo. Pasamos por la playa junto a cocoteros, plataneras y cañas de bambú de 20 metros de alto. El bambú se utiliza como andamios, paredes e incluso guardarraíles. Además de para construir botes, cañerías y muebles. La planta de las mil posibilidades. Los campesinos trabajan en los arrozales y, protegidos por sus característicos sombreros de paja, cultivan el oro de Asia.

En las regiones más remotas la llegada de nuestras cinco «tigresas» causa un gran alboroto. La gente se queda con la boca abierta y los escolares dejan la clase a medias. Todos los críos conocen este modelo, que aquí cuesta el equivalente de 1.800 euros. La cámara digital nos ayuda a romper el hielo, pues se quedan encantados una vez que ven su imagen en la pantalla.

La isla de Sumbawa es el siguiente destino. A lo largo de la costa hay un tupido manglar, árboles que viven en el agua salada. En el primer pueblo nos encontramos coloridas casas de pescadores construidas a modo de palafitos. En la ciudad de Sumbawa Besar hay mucho movimiento. Nurhayati, la joven recepcionista del hotel, pregunta: «¿Estás casado?». «No, aún no», la respuesta le parece increíble. La calle principal de Sumbawa está llena de socavones, en algunos cabría un búfalo de agua. Un terreno que ni abonado para practicar el enduro. Por fortuna nuestras Tiger son capaces de sortear cualquier obstáculo. Así llegamos hasta Sape, la ciudad portuaria del este. En los astilleros dos personas necesitan un mes de trabajo para construir un bote de pesca de 10 a 15 metros.

En la isla Rinja los dragones nos esperan en el Parque Nacional Komodo. Aquí viven 1.200 bichos de estos, los famosos dragones de Komodo, que pueden llegar a medir tres metros de largo. Tienes que visitarlo en compañía de un guarda. El nuestro se llama Kefi y tiene unos 25 años. La mordida de estos animales es mortal, pues su saliva contiene una bactería que causa gangrena y envenena la sangre. Incluso búfalos de agua, mucho más grandes que los lagartos, no sobreviven más de dos semanas después de haber sido mordidos.

Hace millones de años los volcanes quedaron petrificados en extrañas formas y colores, desde rojo hasta negro. La vegetación y el clima cambia de forma espectacular en el bosque tropical. Estamos en la isla de Flores (sí, como suena). La increíble variedad de árboles y plantas forman un gigantesco puzzle de tres dimensiones.

Este año la época de lluvias ha llegado pronto. La autopista «Trans-Flores», la única conexión este-oeste en la isla de mayoría católica, se ha convertido en un temible barrizal. Nuestras valientes «tigresas» luchan a tope mientras el agua nos llega hasta la rodilla. Llegamos a un importante puente que es casi imposible atravesar en estas condiciones, coches y camiones están arrimados en las cunetas. Los vehículos de dos ruedas son los únicos que pueden avanzar empujados por multitud de manos. Así que, allá vamos.

La carretera, cuyos márgenes están marcados por piedras, atraviesa el bosque tropical. El primer día en el hotel no hay agua, y al siguiente no tenemos electricidad, podemos ver el poste de corriente, caído por culpa de las lluvias. No queda otra que acostumbrarnos a las velas. Ayer disfrutábamos de unos cielos azules con una temperatura de 35? C, mientras que hoy tiritamos y no para de llover. ¡Ni que estuviésemos en un bosque tropical! Reparamos un pinchazo, mientras un camionero a nuestro lado reemplaza los cojinetes de la rueda.

Cerca del pueblo de Manggarai hay iconos católicos en medio de la selva. Las terrazas donde se cultiva el arroz están dispuestas como gigantescas telas de araña, cada familia controla un trocito. El aire huele a especias, canela, vainilla, café... Al lado de las puertas de las viviendas crecen los mangos y las papayas. La diversidad te llega a confundir. Nos encontramos a trabajadores que construyen la autopista «Trans-Flores», cociendo alquitrán en viejos bidones. En el techo de los abarrotados microbuses viajan personas, cabras y enormes racimos de plátanos.

Las piedras azules que se encuentran en la playa de lava negra sirven de ornamento en jardines y acuarios. Faros de colores alumbran el lago del volcán Kelimutu. Dependiendo del contenido del mineral, el agua es turquesa, marrón, verde oscuro, rojo oscuro, celeste o verde claro. No es de extrañar que este lugar haya sido elegido para rituales religiosos. El alma de los muertos descansa en estas aguas sagradas. Nosotros también descansamos tras este increíble viaje.

Indonesia es el país con más musulmanes del mundo. Está compuesto por 17.500 islas, que se extienden a lo largo de 5.000 km, de las cuales 6.000 están habitadas.

El clima es tropical y cálido. La cultura y la religión varían de una isla a otra. En Bali domina el hinduismo, Lombok y Sumbawa son musulmanas. Flores, católica. El inglés es el idioma del comercio, el oficial es el indonesio. Bali tiene una superficie de 5.561 km2 y 3,3 millones de habitantes. La montaña más alta de la isla es el volcán Gunung Agung (3.031 metros). Hay muchos hoteles de lujo en Bali, el sur está lleno de turistas, así que lo mejor es evitarlo. Los hoteles suelen costar unos 35 euros por día. 100 euros equivalen a 1,4 millones de rupias indonesias. ¡Allí serás millonario!
Es recomendable la ropa de verano con buena ventilación. Una chaqueta ligera, vaqueros con protecciones, botas de caña corta, y guantes finos.

En el sur de Bali se puede alquilar una moto. Una 125 cuesta unos cinco euros diarios, la Honda 200 unos 10. Es importante que controles la documentación y el estado de la moto. No tienen seguro. El carné internacional es obligatorio. La gasolina cuesta unos 50 céntimos el litro. Se conduce por la izquierda y hay mucho tráfico. Lo ideal es contratar un guía.

Indonesia

  • Capital: Jakarta.
  • Superficie: 1.912.988 km2.
  • Fundando en: 1949.
  • Moneda: Rupia.
  • Población: 240 millones.