Sonia Barbosa viajó en moto, en solitario. hace algo mas de un año, de un extremo al otro de Rusia, atravesando el país más extenso del planeta, un país que hoy es el centro de atención de todo el mundo.
Si bien es cierto que ya es complicada la planificación de un viaje de esta índole en condiciones normales, en plena pandemia resulta toda una aventura. Un viaje en el que encajarán perfectamente todos aquellos riders que quieran llevarse en su mochila de emociones una experiencia única e irrepetible en la que, sin duda, rodar por algunos lugares como la icónica carretera Transiberiana, hará que regreséis a vuestros hogares con los niveles de adrenalina elevados hasta límites insospechados.
Atravesaremos diferentes países y nos impregnaremos de su cultura quedando atónitos, en muchos de ellos, ante la exuberante belleza de algunos de sus parajes. Viajar enriquece y en este periplo, aconsejo a todo aquél que se decida a llevarlo a cabo, que disfrute de cada momento porque no es algo que, fácilmente podamos volver a repetir. Subámonos a nuestras motos para explorar el mundo de la mejor manera posible, sobre dos ruedas.
Comenzaremos en el sur de Italia, en la región de Campania, a la cual podréis acceder, o bien atravesando las carreteras francesas (algo que, seguramente habréis hecho en muchas ocasiones en cualquier otro viaje) o bien cogiendo un ferry desde Barcelona hasta Civitaveccia, en la región de Lacio, a unos 80 kilómetros de Roma. Personalmente opté por esta segunda opción y, por unos 70 euros y un trayecto de aproximadamente 20 horas(y digo esto porque al final fueron 24),me encontré en el país vecino exenta de un cansancio que hubiera acumulado si hubiera optado por la primera de ellas. La mejor época para viajar a esta zona de Italia sería entre mayo y octubre. Este viaje se realizó entre el 31 de mayo al 15 de julio con lo cual podríamos decir que estuve dentro de los parámetros adecuados aunque tengo que admitir que, en esas fechas, las temperaturas rondaban los 30-35 grados las cuales, para una persona acostumbrada a la suavidad del clima asturiano, resultaban bastante elevadas (y mucho más enfundada en el incómodo traje de moto).
Una vez hayamos desembarcado en el puerto, estaremos a tan solo unas 2h30min de un lugar en el que caminaremos sobre la historia, Pompeya. Aquellos que lo deseen podrán hacer una parada previamente para admirar la belleza de la ciudad de Nápoles, a tan solo 25 kilómetros de nuestro destino y que, sin duda, merecería una visita de un par de días mínimo para poder explorar lugares como su catedral, la Capilla de San Severo, la Plaza del Plebiscito, el Castel dell´Ovo, entre otros muchos.

En Pompeya y, siendo fiel a mi tradicional forma de viajar, me alojé en el camping “Spartacus”, recomendación muy acertada de mi amigo Paco, de Pau Travel Moto y que reafirma, una vez más que la mejor publicidad es, sin duda, el boca a boca. A tan solo 50 metros de las ruinas o, lo que es lo mismo, al otro lado de la calle, en ese lugar pude descansar aquél día por tan solo 8 euros, nada comparado a la comodidad de poder disfrutar de Pompeya a tiro de piedra. En el año 79 d.C. quedó sepultada por la erupción del Vesubio, ante cuya mirada descansa. Una trágica historia precedida por el terremoto del año 62 que dañó seriamente la ciudad. Junto a Herculano y la Torre Annunziata, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en el año 1997 por la UNESCO.
Siendo un lugar tremendamente turístico no tendremos ningún problema a la hora de encontrar alojamiento. Eso sí, Italia no es un país barato y, pese a que la infraestructura de sus carreteras es bastante deficitaria, tendremos que ajustar nuestros bolsillos a sus caros precios, entre ellos, el del combustible con lo cual llenar los depósitos de nuestras motos resultará algo más caro de lo habitual que en España. La entrada para visitar el recinto de Pompeya cuesta unos 22 euros y, si queréis evitar las tremendas colas de espera, siempre podréis optar por adquirirla en los diversos portales que encontraréis en internet, entre ellos “get your guide”. Una vez hayamos disfrutado de este trocito de historia, nos dirigiremos a Brindisi atravesando el país de costa a costa sin olvidarnos de agudizar los cinco sentidos puesto que en Italia la cortesía en la carretera brilla por su ausencia y no siempre se cumplen las reglas de circulación. Así que, sin prisa, pero sin pausa, en el puerto de Brindisi, a unos 390 kilómetros y después de haber recorrido un trozo de una de las zonas mototurísticas más importantes, la costa Amalfitana, sacaremos nuestro ticket a Igoumenitsa, capital de la región de Tesprótida en la costa noroccidental griega.
Grecia
Nos encontramos ante una de las zonas más pobres del país y eso es fácilmente apreciable en el paisaje. Carreteras destrozadas, suciedad en los edificios, basura en las calles o gentes con indumentarias desaliñadas son el reflejo de que, nuestras carteras, seguramente, estén por encima de sus posibilidades y que aquí el nivel de vida es más bajo que a lo que estamos acostumbrados. Después de algo más de dos horas llegaremos hasta Meteora, un lugar único en el mundo y que, literalmente, significa “rocas en el aire”. No podría haber mejor descripción para estos santuarios suspendidos en el aire (a unos 600 metros) que, por su ubicación, hicieron que fueran propicios para meditar. Su construcción es una incógnita aunque se barajan varias hipótesis y se sabe que el primer monasterio, el Megalo Meteoro, fue fundado en 1336. Hay otros cinco y la entrada a cada uno de ellos podría hacerse por unos 3 euros. No debemos olvidar que hay unas normas para poder realizar la visita, entre las cuales podemos nombrar: que los hombres no pueden llevar pantalón corto y las mujeres están obligadas a llevar falda larga. Tampoco está permitido el acceso con camiseta de tirantes.
Estamos en la región de Tesalia, cerca de Kalambaka y aquí el clima es mediterráneo y el relieve montañoso. Si hay algo que siempre me recordará a este lugar era el olor de las mimosas. Había miles de ellas salpicando el paisaje y desprendían un olor que se mezclaba, en ocasiones, con el nauseabundo hedor de la gran cantidad de bolsas de basura que podríamos encontrar en las cunetas de las pobres carreteras.

Otro camping, el Vrachos Kastraki, fue el elegido ese día. No podía tener mejores vistas, las montañas de Meteora y, para los más románticos, podréis cenar a la luz de las velas en una mesa con vistas a los santuarios. Su dueño, de gran amabilidad, y su excelente ubicación aseguraron que, en vistas a un posible retorno a este sitio en cualquier otro viaje, sea de nuevo el escogido para poder volver a disfrutar de la belleza de esta maravilla de la Naturaleza que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988. Sugiero un par de días mínimo para poder saborear bien la zona. La carretera, aunque asfaltada, tiene bastantes curvas y los aparcamientos son escasos, lo cual nos beneficiará el ir sobre dos ruedas. No podemos dejar de contemplar el atardecer desde una de sus rocas porque, sin duda, es una experiencia inolvidable en la que nos sentiremos afortunados de poder ser testigos de ello.
Los Cárpatos
Estamos a unas cuatro horas de la frontera de Bulgaria, y a cinco de Vladaya, a unos 11 kilómetros de Sofía, la capital. El paso fronterizo entre ambos resultó ser extremadamente caótico debido a la gran cantidad de vehículos que había a las 12 de la mañana, momento en el que llegué. Una espera que no parecía tener fin y en la que, como intentaras colarte, las miradas se clavarían en ti a modo de ataque, con lo cual preferí esperar mi turno como los demás. Junio se presentaba con temperaturas muy calurosas y la hora y media que estuve allí parada para que me revisaran la documentación dio lugar a que llegara un punto en el que no paraba de sudar. Mi espalda se inundó y por mis piernas sentía caer las gotas de sudor que se metían por dentro de mis botas. Una vez en el país, a tan solo una hora, encontré el Discret Hotel, en una ciudad dormitorio, Vladaya, ubicada a unos 1.000 metros de altitud en las montañas Vitosha y Lyulin, en el oeste de Bulgaria, que recibe el mismo nombre que el río que nace en las laderas noroeste de Cherni Vrah, en la montaña Vitosha y que atraviesa Sofía, en donde se encuentra uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, el Puente de los Leones.
En este país aún no existe el euro sino que su moneda oficial es el lev (0,51 euros) con lo cual visitarlo será bastante asequible y su capital Sofía, es la única ciudad de Europa que nunca cambió de nombre y casi se convirtió en la capital del Imperio Romano. La gran mezcla cultural que nos encontraremos es impresionante con lo cual podremos visitar en un pequeño espacio una catedral ortodoxa, una sinagoga, una mezquita y una catedral católica. Sitios imperdibles en nuestro paso por Sofía serían la iglesia Boyana, el Junk Museum, o la catedral de Aleksander Nevsky, la segunda catedral ortodoxa más grande de los Balcanes. Si bien es cierto que durante el viaje me encontré con muchos tramos en obras, el acceso a Vladaya estaba marcado por una carretera en la que los agujeros en el asfalto eran cada vez más grandes y profundos a medida que me acercaba al centro.
A la mañana siguiente salí rumbo a una de las más bellas capitales europeas, Bucarest, a tan solo unas cinco horas de allí. Cruzar cualquier frontera en la situación que vivimos puede resultar toda una lotería y en esta ocasión no resultó complicado la verdad. Una chica de pelo castaño y largo con gafas se dirigió a mí en español (algo que agradecí enormemente). Con cara de asombro me miraba y miraba a mi alrededor seguramente preguntándose si no venía nadie más conmigo. De hecho, lo hizo con voz muy suave, a lo cual le respondí afirmativamente. Sin PCR requerido sino más bien el certificado de vacunación, entré en aquel país atravesando un enorme puente metálico sobre el río Danubio, el segundo río más largo de Europa después del Volga. Nace en la confluencia de dos ríos, el Brigach y el Breg, en la Selva Negra alemana, y llega a atravesar diez países.
Sin duda, Rumanía me pareció un país de contrastes en el que destacaría la inmensa amabilidad de sus gentes. Allá donde paraba, la gente venía a preguntarme si todo estaba bien y si necesitaba ayuda. Uno se siente bien recibido en ese país y si, a eso, le sumamos la belleza desorbitada de sus paisajes, no hay excusa posible para no acercarnos a recorrerlo. Bucarest me recibió en medio de un tremendo atasco. Eso sí la conducción era mucho más ordenada que en la caótica Italia. Es, sin duda, una de las ciudades más baratas de Europa lo cual ayudará bastante a que, aquellos que no lo tengan claro, se decidan a hacerlo. Su moneda es el leu(equivale a 0,20 euros). Su oferta hotelera abarca un gran número de precios destinados a cubrir las necesidades de cualquier bolsillo. Recomendación de un lugareño, me alojé en el World Trade Center, desde el cual pude disfrutar de unas impresionantes vistas a la ciudad y, a última hora, un rojizo atardecer que se reflejaba en las cristaleras de los edificios dando lugar a un fenómeno visual de gran colorido.
Siendo la capital de la desconocida Rumanía y asentada a orillas del río Dâmbovița, en Bucarest podremos visitar lugares como el Ateneo Rumano, la Plaza de la Revolución, o el Museo de Historia Nacional de Rumanía, y pese a no ser uno de los principales destinos turísticos europeos, nos faltarán ofertas hoteleras y podremos disfrutar de su gastronomía y cultura. La llaman la “pequeña París” puesto que sus edificios neoclásicos y modernistas y sus anchas avenidas custodiadas por árboles la asemejan a la capital francesa.

Mi siguiente destino fue conocer un sitio mítico, el castillo de Bran, al cual llegué recorriendo las carreteras secundarias rumanas en las cuales, la soledad fue mi compañera durante más de 3 horas. Se encuentra a unos 25 kilómetros al noreste de Brasov. Construido en lo alto de una roca a 200 metros de altitud, llama la atención a cualquiera que esté por la zona. Sorprendentemente, Vlad Dakul, Drácula, nunca habitó el castillo, pero el éxito de la novela de Bram Stoker ha servido para que se ganara un falso mérito. El acceso al castillo con visita guiada cuesta alrededor de unos 25 euros y puede adquirirse la entrada online o en el propio castillo aunque deberemos tener en cuenta en qué época vamos para evitar colas kilométricas. Tuve la gran suerte de que no fue mi caso y pude disfrutar de su gran cantidad de habitaciones y accesos laberínticos y angostos prácticamente en solitario. En los alrededores, la oferta hotelera, como no podía ser de otra forma en un lugar tan turístico, era infinita y aun estando en Rumanía, uno podía comerse unos spaguettis a la carbonara o comida china a precios muy razonables.
Estamos a tan solo una hora y media de Cartisoara, donde, si tenemos suerte, podremos ascender la Transfagarasan o DN7. Si hemos llegado tarde al pueblo, os recomiendo alojaros allí y explorar el coloso al día siguiente. No tendréis problemas para hospedaros pues los establecimientos destinados a este fin salpican el pueblo cada poco ofreciendo una amplia y variada gama de alojamientos con precios muy dispares pero razonables a la vez. Hay que ser muy precavido con las fechas en las que uno pretende ascender esta carretera, considerada por National Geographic como “la más bonita del mundo”, puesto que, si uno se aventura a ir en época temprana (y eso que estamos hablando de junio), puede sucederle lo mismo que a mí y encontrársela cerrada. Los 90 kilómetros de curvas recorren de norte a sur las secciones más altas del sur de los Cárpatos. Un recorrido conocido como el “Camino de las nubes” en el que la velocidad media será de unos 40 kms/h y, de forma habitual, suele estar cerrada entre octubre y junio. La mejor época para visitar Transilvania sería entre los meses de mayo y septiembre.
Nuestra siguiente etapa nos llevará hasta Georgheni, municipio de Harghita. En sus alrededores podremos visitar la garganta del río Bicaz o el Lacu Rosu(Lago Rojo) hermoso lago montañés a tan solo 26 kilómetros de la ciudad. Hasta el año 1837 este valle, hoy lago, estaba cubierto de vegetación y riachuelos. El desprendimiento de la ladera hizo que el agua quedase embalsad , y el agua tuviera ese color rojizo debido a los terrenos ricos en óxido de hierro que recorren los riachuelos que alimentan el lago. Aun así, si en los días previos ha llovido, las aguas adquieren un color marrón oscuro que podría hacer que no se le calificara de tan hermoso. Es el mayor lago de agua natural en Rumanía.
Por su parte las Gargantas del Bicaz, a unos tres kilómetros, son atravesadas por la carretera 12C, dejando a un lado el río con el mismo nombre, que fue el que formó esta impresionante garganta erosionando la roca caliza. A lo largo del desfiladero hay numerosos puestos de souvenirs en los cuales casi es necesario hacer una parada obligada. Estamos muy cerca de la frontera con Ucrania por lo que mi recomendación es, si la situación actual de pandemia continúa, realizarse un test PCR en Georgheni. El precio de dicho est no tienen nada que ver con los que conocemos en España, ronda los 22 euros.

Nos separan unos 227 kilómetros de Siret, la última población antes de entrar en el país vecino donde, una vez que lleguemos al puesto fronterizo, nos veremos atendidos por militares (y no policías como hasta ahora). La zona este del país está en guerra y no recomiendan viajar hasta ella. Si tenéis la suerte de que, en vez de en ruso, os hablen en inglés, será lo mejor que os pueda pasar. Fue una de las fronteras que más impone al llegar, especialmente por esa indumentaria. Atravesé la frontera a las 20,15 horas, con lluvia y oscureciendo. Uno de los soldados me preguntó si viajaba sola y le respondí afirmativamente, a lo cual me dijo: ¿Y no tienes miedo?
-Sí, pero estoy dando la vuelta al mundo, le contesté.
-¿Pero no sabes que vas a Ucrania? -me volvió a preguntar.
-A Ucrania no, más allá: a Rusia -le dije, sin saber tan siquiera si me dejarían entrar. (CONTINUARÁ)