En realidad, Kevin Schwantz debería haber sido el hombre batido aquel 1993. Durante los siete años anteriores, su compatriota Rainey y él habían protagonizado un duelo por la supremacía, y en todas y cada una de las ocasiones le había tocado el rol de eterno segundón. La rivalidad entre ambos se remonta al campeonato estadounidense de Superbike, en el que Schwantz consiguió numerosas victorias, pero de forma indefectible el título siempre fue a manos de Rainey.
Y lo mismo ocurrió cuando ambos llegaron al Mundial de 500 en 1988: Wayne no solo superó siempre a Kevin, sino que se permitió el lujo de vapulearle con tres títulos mundiales consecutivos a partir de 1990. Mientras, la fama de piloto rápido, pero propenso a acabar en la grava, acabó persiguiendo a Schwantz. Sin embargo, cuando ambos se enfrentaron en la carrera inaugural de 1993, Rainey supo inmediatamente que ese año iba a ser más difícil de batir que los anteriores. «Wayne y yo caminábamos de regreso de hacer una prueba de carburación.
Era el GP de Australia, el primero del año, y recuerdo que me dijo: “sí, parece que me estoy enfrentando a un rival distinto este año", explica Schwantz, quien atribuye su transformación a la influencia de su nuevo jefe de mecánicos, el británico Stuart Shenton, con quien iniciaba su segundo año de colaboración. «Su facilidad para comunicarse contigo hizo que yo aprendiera mucho acerca de la moto. Me dio mucha confianza, y yo tenía toda la confianza del mundo en él. Sin duda, Stuart fue la pieza principal de aquel puzzle».
Odio mutuo
Durante más de media década los enfrentamientos Rainey-Schwantz habían sido el plato fuerte de los GG.PP; dos fuera de serie retorciendo sus infernales 500 en duelos sin tregua, en los que no se hacían prisioneros. Cada uno de ellos estaba enfermizamente obsesionado con batir al otro. Como Ayrton Sena y Alain Prost en Fórmula 1.
El uno podía palpar el odio del otro hacia su persona como se odian dos niños en el patio del colegio. Un sentimiento que emanaba de sus caracteres totalmente opuestos: Rainey, era el típico californiano, hombre de familia, reflexivo y vestido a la moda; y Schwantz era el típico tejano, desaliñado y tan alocado dentro como fuera de la pista. De hecho, cuando ambos afrontaron su etapa como pilotos de 500 en Suzuka 1988, Schwantz prefería quedar por delante de Rainey que ganar carreras.
«Nos odiábamos tanto que lo único que nos preocupaba era saber dónde estaba el otro», rememora el tejano, quien se disputó la victoria con Gardner, el vigente campeón, en aquella carrera. «Durante toda la carrera pensaba: “voy segundo en el primer GP de mi primera temporada… ¡y voy delante de Wayne! Joder, estoy más contento que un gorrino en un estercolero, tengo que resistir aquí”. De hecho no recuerdo tener intención siquiera de disputarle la victoria a Gardner». Pero lo hizo.
Aquel 1993 inauguraba el que iba a ser considerado el duelo definitivo entre americanos. De hecho, Rainey contestó a aquella primera victoria de Schwantz sobre su Suzuki Lucky Strike con dos triunfos consecutivos para la Yamaha Marlboro del Team Roberts, una de ellas en Suzuka viniendo desde atrás e imponiéndose al 34 por los pelos. «En aquella ocasión tuve una experiencia extracorporal mientras pilotaba, pero de camino a la rueda de prensa pensé: “¿cómo voy a contarles esto? Si lo hago no me dejarán entrar en un circuito nunca más”, pero ocurrió, y fue de lo más extraño. Era como si me estuviera viendo pilotando. Desde fuera. No sé cómo ocurrió ni por qué. Pero fue así», explica Wayne, quien prosigue:
«Fue una locura de carrera, la mejor que he hecho. Salí mal y Schwantz estaba primero y pilotando bien. “Se me va a ir”, pensé agobiado, pero le cogí. Yo llevaba Dunlop, el único con estas gomas y se me estaban gastando, así que bajé un poco el ritmo para conservarlas y caí hasta el cuarto puesto. Luego me dispuse a atacar. Normalmente no haces eso y tiras a fondo siempre, pero aquel día lo hice y pude así aprovechar la ventaja de tener más agarre al final como para trazar de varias formas y volverlos locos mientras disfrutaba. Solo me faltó girarme y sacarles la lengua. ¡Me lo pasé genial!». Sin embargo las dos siguientes citas fueron para Rainey un amargo despertar.
Su enemigo ganó ambas y en Yamaha fue cuando comprendieron que tenían un problema de verdad. Wayne el primero, lo que quedó patente en Salzburgring. Los entrenamientos fueron muy mal para él, y se le vio pateando su mono en el motorhome de pura rabia. Por fortuna para él, acabó pescando un tercer puesto después de un incidente rarísimo de Barros en la última vuelta. Alex estaba tan furioso con el doblado que no le dejaba paso, que cuando lo superó se olvidó de Rainey y éste lo aprovechó. «Cortó y comenzó a sacudir la cabeza mientras le pasaba. No me lo podía creer».
El problema de Yamaha era la YZR500 de aquel año. Desconocedores de la flexión controlada, hicieron un chasis extremadamente rígido que trasladaba el esfuerzo a las gomas. Solo empezaron a ganar de nuevo cuando Roberts decidió comprar un chasis a los suizos de ROC. Para entonces, se había esfumado la mitad de la temporada y Schwantz iba líder. Por el contrario, en el otro lado del ring no solo el piloto había mejorado, sino también la RGV500.
«Teníamos una buena moto aquel año. Siempre había tenido un centro de gravedad muy bajo y entraba genial en curva, pero a mitad de ella quería salir recta y tenías que emplearte para que siguiera girando. En el ’93 aquello ya estaba solucionado. ¿Cómo? Levantando y girando el motor hacia delante», nos cuenta Kevin. Otros detalles también mejoraron, como explica Shenton, quien llegó a Suzuki después de años en las filas de Honda: «aunque parezca increíble, hasta el ’93 la RGV ¡no tenía rodamientos entre el basculante y el amortiguador!, solo casquillos, así que le pusimos unos decentes».
A Donington, Schwantz llegó con 22 puntos de ventaja sobre Rainey. Demasiado bonito para ser real. Y entonces sucedió: apenas habían salido, Doohan entró colado en la chicane y se llevó por delante a Barros, quien a su vez acabó lanzando a Schwantz y su moto por los aires. «Mick debió dormirse o algo así. Acababa de pasar a Alex e iba a por Wayne, y de repente mi moto estaba patas arriba». Con cuatro carreras para finalizar el año, la ventaja del tejano se transformó en tres puntos abajo respecto a Wayne. Luego llegó Brno y allí el de Yamaha se escapó y ganó, mientras el de Suzuki acabó quinto. Todo pintaba bien para el californiano porque una de las tres carreras restantes era en su circuito preferido, Laguna Seca… que además se le daba mal a su rival. La primera parada era Misano, y allí superó a Schwantz en los entrenamientos y lideró la prueba hasta que llegó la desgracia.
«Estaba tirando para escaparme de ellos y de mis preocupaciones. Después de diez vueltas me sentía cansado como si hubiera disputado un GP completo. A toro pasado, debía haber sido menos ambicioso, pero necesitaba ganar a Kevin. En aquel punto delicado en el que frenas, giras y rápidamente das gas fue donde pasó todo. La moto no me sacó por orejas, pero se me escapó, me tiró por delante. Y así es como pasó; creemos que la moto me golpeó».
Mick el mentiroso
Mientras los médicos atendían a Rainey en la grava, Schwantz desconocía que su archienemigo se había quedado paralizado de cintura para abajo y que prácticamente era campeón del mundo. En lo único en lo que pensaba entonces era en coger puntos, y, en los últimos instantes de la carrera, en quitarse de encima a Doohan, quien lo asediaba detrás. No iba a ser un problema lograrlo, o al menos eso pensaba dentro de su casco. «La noche posterior a la carrera de Donington, Mick vino a verme y me dijo: “tío, discúlpame por lo que ha sucedido. Si hay algo que yo pueda hacer para devolverte el liderato en la clasificación, te echaré un cable”.
Y en esas estábamos, en Misano, con Wayne en el suelo y yo pensando: “necesito ganar aquí como sea. Laguna Seca es el circuito de Rainey”. Y entonces, va Mick, da un tirón y me deja ahí jodido. ¡Maldito bastardo chupap…! Pilotos. Nos falla la memoria a corto plazo”. Schwantz acabó tercero aquella carrera.
«Sabía que Wayne se había caído y que yo era líder de nuevo. Había visto la ambulancia y tan pronto me bajé de la moto alguien me dijo que parecía que se había hecho daño de verdad. Antes de eso pensaba: es Wayne Rainey, Laguna es la siguiente y acabo de encontrar la manera de ganarle. Lo único que me preocupaba era el campeonato. Estaba muy confundido: “malditos Roberts y Rainey, son capaces de cualquier cosa para ganar el campeonato, seguro que se lo han inventado todo”, llegué a pensar. Pero entonces el teléfono empezó a sonar y fui consciente de lo que había pasado. No podía creer que alguien que se había caído mucho menos que yo se hubiera hecho tanto daño. Joder, ahí me di cuenta de que somos vulnerables». Schwantz se dio cuenta así, de la forma más amarga e impactante posible, con el título de campeón del mundo que tanto ansiaba. Trató de celebrarlo, pero su sentimiento de culpa nunca le dejó.
«Teníamos una fiesta organizada en Laguna, pero vino Kenny y nos echó la bronca por hacerlo mientras Wayne estaba mal. Y en el Jarama, tras la última carrera, hubo una más grande aún, pero aunque traté de estar alegre, lo que le había pasado a Wayne estaba siempre presente. Es algo que siempre te viene a la mente: “No eres realmente campeón”. Habría sido diferente si hubiera sido en la última carrera y habiéndole batido. Solo cuando Wayne me dijo que sí que me lo merecía y que fui el mejor, lo superé». De lo que no cabe ninguna duda es de que Schwantz merece, al menos, un título mundial de 500 y que aquellos dos americanos fueron dos de los mejores pilotos que el mundo haya visto sobre una moto.
La retirada
Los libros de historia dirán que Kevin Schwantz se retiró de los GG.PP a mitad de la temporada de 1995, pero en realidad se retiró en el mismo momento en que Rainey quedó parapléjico aquel 5 de septiembre de 1993. «La lesión de Wayne tuvo un impacto inmediato en mí. Ya nunca fui capaz de encontrar aquella delgada línea que te lleva a estar delante. Cuando terminó la temporada del ’93, le dije a Suzuki: “hey, chicos, sé que tengo contrato con vosotros para correr el año que viene y mi intención es hacerlo, pero no estoy seguro de que pueda hacerlo hasta que llegue el primer GP”. Tres semanas antes de esa primera carrera de 1994, me rompí un brazo con mi bici de montaña. Estar concentrado en recuperarme me distrajo un poco, me ofreció algo en lo que focalizar mi atención.
Llegó Japón, en abril, y pensé: “aquí estamos de vuelta”. Pero las Honda habían mejorado tanto que me vi jugándomela para no perder a Mick de vista. Luego en Assen me caí y me disloqué la muñeca. Luchaba contra mí mismo sin calibrar siquiera mis verdaderas posibilidades. Ese momento de claridad llegó en la pretemporada de 1995. Perdí la rueda delantera en una rápida de izquierdas en Phillip Island. La moto y yo rodamos por el suelo y cuando paré sentí un fuerte golpe a medio metro justo después de haber dado mi última vuelta sobre mí mismo. La moto había aterrizado junto a mí. ¡Uf! ¿Qué habría pasado si no hubiera dado esa última vuelta? ¿Qué coño estoy haciendo? Me llevó un año y medio darme cuenta de que lo que realmente necesitaba era dejar de correr en moto».