Imagina que estás en la puerta de un edificio comercial de muchas plantas. Luchando contra la muchedumbre, llegas el primero a la zona de ascensores: la máquina llega, entras, pulsas al botón y subes hasta el piso deseado. Sientes que es tu sitio, el piso al que perteneces. Transitas por allí durante un largo tiempo, hasta que llega la hora de cerrar y tienes que volver a bajar.
Sucede, sin embargo, que no has encontrado lo que estabas buscando. Así que, consciente de que te va a volver a tocar abrirte paso entre toda la muchedumbre que quieres subir, vuelves a embarcarte en la misión de volver a llegar el primero a la zona de ascensores. Una misión que es incluso más complicada que la vez anterior, pero lo vuelves a conseguir.
El ascensor llega, te introduces en él y vuelves a pulsar el botón. Empiezas a subir y se detiene antes de lo que recordabas. Piensas que no pasa nada, que es tu propio cerebro el que te está traicionando. Hasta que se abren las puertas, avanzas un par de pasos y lo que encuentras es un piso prácticamente vacío, lleno de aparatos eléctricos pero sin el característico olor a gasolina que inunda el piso al que sabes que perteneces.
El ascensor se ha cerrado a tu espalda. No te queda más remedio que explorar el nuevo piso: en la pared pone MotoE. Seguramente en algún punto del mismo habrá otro ascensor, pero algo te dice que no será sencillo de encontrar. Y, sobre todo, que no estarás solo, una percepción que se corrobora cuando ves aparecer dos siluetas más: se llaman Nico Terol y Matteo Ferrari y van a ser tus rivales.
Es el curioso caso de Jesko Raffin. El corpulento piloto suizo encontró la vía para establecerse en el Mundial a través de la categoría de Moto2 del FIM CEV Repsol, que dominó con pasmosa autoridad allá por 2014 ante nombres como Florian Alt, Edgar Pons, Xavi Vierge o Steven Odendaal.
Con seis victorias en diez carreras y una sensación de aplastante dominio, Raffin logró un contrato con el SAG para correr el Mundial de Moto2 en 2015, tres años después de su tímido debut en 2012, cuando apenas contaba con 16 años y le tocó reemplazar en tres carreras a su compatriota Randy Krummenacher, dejando un buen sabor de boca.
Esta vez no estaba de prestado, la plaza era suya. Todavía era de los más jóvenes de la categoría y tenía mucho que aprender. De ahí que acabar el año sin puntos no fuese ningún drama en una categoría tan igualada. Sí lo hizo al año siguiente, llegando a ser octavo en una carrera poco después de que su box se viese sacudido por la tragedia del fallecimiento de su compañero Luis Salom.
Su evolución llamó la atención del Garage Plus Interwetten, que le fichó para 2017. A finales de año, se destapó en Phillip Island con una magnífica cuarta posición que le consolidaba como un nombre a seguir en la categoría. Era tarde: algo llamado ‘comité de selección’ había decidido que ese no era su piso y que tenía que coger el ascensor... para bajar. No le quedó otro remedio que volver al FIM CEV.
Tenía 21 años y volvía al punto de partida del tablero. El mismo tablero con otro nombre: Campeonato de Europa de Moto2. Un retroceso de cuatro años en el tiempo y un mismo objetivo: llegar primero al ascensor y volver a subir al Mundial de Moto2.
Él iba cumpliendo su parte. Tras ser tercero en una primera carrera marcada por el caos de la lluvia en Estoril, enlazó tres triunfos seguidos antes de sucumbir ante Augusto Fernández, que se postulaba como su gran rival. Sin embargo, Fernández llegaba al ascensor a mitad de temporada y Raffin tenía que cambiar de adversario. Nuevo rival, viejo conocido: Edgar Pons.
Con un colchón suficiente de puntos empezó a tomarse las carreras con más calma. Sobre todo porque el SAG decidió recurrir a él para reemplazar a Isaac Viñales en el tramo final de temporada del Mundial de Moto2. Evidentemente aceptó, pero no perdió de vista el objetivo del título del FIM CEV. Por eso renunció a ir a Tailandia.
Para entonces ya sabía que el ascensor estaba escacharrado. Que su segundo título en el FIM CEV de Moto2, que consolidó tras el aguacero de Albacete, no le iba a devolver al piso al que cree pertenecer, y en el que estará de visita en este tramo final de 2018. Él ha hecho todo lo necesario, volviendo a ponerse el primero para entrar al ascensor y pulsando el mismo botón de la última vez.
El problema no está en él, sino en el ascensor. Quizás sea un problema eléctrico. Eso ya poco importa: el plan de Raffin es el mismo: seguir llamando al ascensor hasta volver a encontrar su piso, y esta vez para quedarse.