Corría el año 2003. MotoGP, la categoría reina del motociclismo, adolecía de una falta de pilotos punteros procedentes de Estados Unidos. No quedaban tan lejanos los tiempos de Wayne Rainey, Kevin Schwantz o John Kocinski. Ni siquiera los de Eddie Lawson, Freddie Spencer o Kenny Roberts, el hombre que lo empezó todo.
Sin embargo, en Suzuka, dos ‘rookies’ querían cambiar esa tendencia. Procedentes de dos generaciones distintas, Colin Edwards y Nicky Hayden venían con el cartel de campeones: el ‘Tornado de Texas’ venía de conquisatar el Mundial de Superbike. El otro, había ganado el AMA Superbike. Se hacía llamar ‘The Kentucky Kid’: el niño de Kentucky.
Sorprendían dos cosas: su simpatía natural, bajo una tímida sonrisa en una cara de un chico que podía haber vivido de zafarse en las tierras del dirt track. Un talento innato para la especialidad que, como en su día hiciera King Kenny, Nicky decidió trasladar al asfalto, su auténtica pasión.
También sorprendía su número. A primera vista, un pícaro 69; pero cuyo origen manaba de algo tan inocente como la posibilidad de leerlo de igual forma en ambas direcciones. Era el número de su padre, también piloto. El número que aquel niño de Kentucky, que empezó a ir en moto con tres años, dibujó con letras de oro en el cielo de MotoGP.
Casi nadie apostaba por él, excepto él. En Cheste 2006, el 69 se jugó un ALL IN al as de diamantes. Y ganó
Lo hizo, además, acabando con la racha más larga del motociclismo moderno. Batiendo al mito cuando parecía imbatible: Valentino Rossi. Llevándole al extremo de la carrera final, a la que salió con una declaración de intenciones en la parte trasera de su mono. En lugar de la habitual presencia del apellido, aparecían dos palabras y un número: ‘ALL IN 69’, junto a unas fichas de póquer, cuatro cartas descubiertas y una tapada.
Casi nadie apostaba por él, excepto él. Consciente de la dificultad de la empresa, las cuatro cartas descubiertas eran el 10, la J, la Q y la K de diamantes. Sólo le valía una carta en la baraja para completar la escalera de color: el as de diamantes.
No fue un farol. Rossi falló y él no. Cruzó la meta y apenas podía creerlo. La partida era suya. El 69 había ganado el all in. El niño de Kentucky se había convertido en el último héroe americano.
Después vendrían más podios, aunque cada año menos. Un bajón de resultados que le fue sumiendo en una zona media del pelotón a la que él no sentía pertenecer. Su sitio estaba más cerca del champán, y para volver a bañar sus labios en el espumoso manjar cambió de mundial.
The Kentucky Kid cumplió su sueño de ganar en MotoGP. Y después, siguió soñando con ganar en Superbike
En Superbike volvería esa sonrisa de campeón que había encandilado a MotoGP una década atrás. Con 35 años, y pese a que su Honda no estaba a la altura, mantenía vivo el sueño de ser el primer piloto de la historia en alcanzar la cima de los dos grandes mundiales del motociclismo de velocidad.
Fueron infinitas las veces que se le vio sonreír. Y, sin embargo, de su momento más feliz sólo se recuerdan sus lágrimas. Cuando le salió el as de diamantes, se quitó el casco, cogió una bandera estadounidense y, mientras recorría el Ricardo Tormo en la vuelta de honor, rompió a llorar como un niño.
Porque hasta en el día en el que se convirtió en gigante, siguió siendo el niño de Kentucky. Un niño que cumplió su gran sueño y, después, siguió soñando.
Ride in peace, Nicky. ¡Hasta siempre, campeón!