Hace cinco años, mucha gente decidió enterrar a Álvaro Bautista. Era el año 2018 y el piloto talaverano se despedía del Mundial de MotoGP al no haber encontrado un sitio para continuar la temporada siguiente. Pese a que su rendimiento dejaba claro que seguía teniendo el nivel suficiente, no fueron pocas las personas que afirmaban sin rumor que su llama se había apagado.
Que ya no quedaba nada de aquel fuego que arrasó con todos en 125cc allá por 2006, que batalló de forma épica con Marco Simoncelli en el cuarto de litro, que mantuvo viva todo lo que pudo la brasa de Suzuki en MotoGP, cuyas llamaradas llegaron hasta el podio con la Honda del Gresini o que consiguió encender la primera hoguera de Aprilia en MotoGP.
Tras dos temporadas tratando de conservar el calor del Ángel Nieto Team con una vetusta Desmosedici, Aspar decidió vender la chimenea a los postores malasios; y estos decidieron limpiarla del todo, pensando que dentro ya no quedaban más que cenizas. Karel Abraham se compró un sitio en el Avintia y Bautista tuvo que buscarse la vida en otro paddock: el del WorldSBK.
No iba a hacer falta mucho tiempo para darse cuenta de que ahí había mucho más que cenizas. Porque puede que el fuego de Bautista se hubiese ido apagando por la falta de leña, pero en aquella chimenea todavía quedaba un rescoldo. Solamente había que acercarse lo suficiente para escucharlo crepitar y solamente hacía falta un fuelle para poder reavivarlo.
El fuelle fue la Ducati Panigale V4R. Los italianos, con Gigi Dall’Igna a la cabeza, sabían cositas. Sabían que hay llamas que nunca se apagan, y también sabían que la nueva máquina que tenían preparada estaba llamada a grandes cosas si daban con la tecla en la elección del piloto. En el primer soplido del fuelle, el rescoldo se volvió incandescente.
Ninguna de las dos partes esperaba el tamaño del incendio que iban a provocar a comienzos de 2019 en el Mundial de Superbike. Sin embargo, con el paso de los meses las cosas se enfriaron y la llama volvió a atenuarse, volviendo a hacerse casi invisible en dos años en Honda. En 2022 hubo que volver a empezar, pero ya sabían cómo.
Esta vez el incendio no se descontroló, sino que supo mantenerse estable para alcanzar el título mundial. Faltaba ver si se podía mantener el tiempo, y 2023 ha sido la respuesta con un título más contundente que el anterior. El fuego de Álvaro Bautista, que en noviembre ha cumplido 39 años, no solamente sigue vivo, sino que no tiene visos de apagarse.
Ahora todo el mundo puede verlo, pero hace cinco años había que fijarse muy bien para mirar en el interior de aquella chimenea y creer que, desde el rescoldo, se podía reavivar el fuego de Álvaro Bautista. Es la demostración de que se puede reavivar un fuego que parece muerto. Un fuego que ilumina a Ducati, brilla en Superbike y tiene fuerza para seguir haciéndolo.
