Mi primer consejo para viajar en moto por lugares complicados es que dejes el equipaje pesado en el hogar. Menos equipaje es más, así que trata de reducir todo a un mínimo. Por ejemplo, si viajas a través de varios países que requieren cada uno un libro o guía de viaje, elige sólo las páginas que te interesan. Son vitales herramientas para la moto, una herramienta multiuso, piezas de repuesto básicas y ropa de alta tecnología ligera y eficaz. En mi pequeño equipaje básico añado también una falda, leotardos y medias, con lo que puedo vestir un poco más bonito por la noche y sentirme de nuevo como una mujer.
En mi pequeña bolsa para «arreglarme» lo concentro todo hasta límites microscópicos, incluso he cortado el cepillo de dientes para que ocupe menos espacio. Si planeas viajar a regiones tropicales, no pienses que no necesitarás ropa de abrigo. En la motocicleta te puedes enfriar muy rápidamente si llueve, y te puede costar horas entrar en calor otra vez. Recuerdo que en Etiopía nos quedamos atrapados por una tormenta con vientos fuertes y granizo.
Tuvimos sólo unos minutos para desvestirnos en medio de un pueblo y vestirnos de nuevo con prendas de goretex. ¡La temperatura cayó de golpe de 30 a 10 grados! Mi consejo es planificar detenidamente en casa la ropa que vamos a llevar siguiendo el principio de capas múltiples (cuerpo, jersey, una chaqueta acolchada y el goretex). En el Tíbet probé por primera vez un chaleco con calefacción eléctrica y no está mal, pero hay que tener cuidado porque se puede agotar la batería muy rápido.
No subestimes la seguridad. Hay algunas mujeres que presumen de viajar solas por lugares remotos, pero creo que no es aconsejable imitarlas. Especialmente para las mujeres principiantes o para aquellas que realmente quieren viajar a regiones aisladas, remotas, e inseguras. Mi consejo es que olvides el orgullo feminista y busques un compañero con una segunda moto. En caso de problemas, por lo menos tendrás a alguien que te ayude o que pueda llamar para pedir asistencia.
Lleva un teléfono vía satélite. Tiene notables ventajas, como la cobertura en los lugares donde los móviles GPRS están muertos o cuando los costes de itinerancia de GPRS están por las nubes. Nosotros llevamos un teléfono satélite Thuraya, de pequeño tamaño y los costes no son elevados.
Recomiendo leer los periódicos locales (si los entiendes, claro), ya que pueden ofre-cer información útil sobre las regiones a las que te diriges, y charlar con la policía de tráfico o los camioneros, que ser mujer no te amilane ya que ellos te pueden ofrecer una buena información sobre la carretera o de la situación local real. Por ejemplo, gracias a un conductor de camiones supimos que la situación en el norte de Kenia era realmente inestable debido a los disturbios provocados por las tribus Samburu (seis meses después exploto la rebelión en Kenia de 2009).
Sin comida
En el año 2003 decidimos hacer la carretera de Pamir, en Tayikistán. Después de una investigación a fondo, nos dimos cuenta de que seríamos los primeros en viajar hasta allí en moto. La razón era obvia. Era casi imposible entrar en Tayikistán con un vehículo propio, se necesitaban permisos para ir a cada zona, especialmente en la parte fronteriza con Afganistán y no había prácticamente ninguna infraestructura.
Además de las pésimas pistas y ausencia de albergues en las poblaciones, por supuesto no existía ninguna disponibilidad de alimentos. Los primeros dos obstáculos los resolvimos bastante bien gracias a que, en mi profunda búsqueda en internet, encontré una agencia de turismo cuyo propietario no era otro que el ministro de Turismo de Tayikistán. Por supuesto, nos dio todos los permisos que necesitábamos, gracias a que le gustaba la carrera París-Dakar y las motos (la verdad que en aquel momento la carretera del Pamir, fácilmente podría competir con las pistas más duras del Dakar).
El tercer punto no era un obstáculo, sino un desafío. Después de salir de la capital, Dushanbe, y entrando en la montaña del Pamir nos las arreglamos para exprimir las posibilidades de la moto entre las rocas caídas y el precipicio, incluso tirando y empujando en un camino de pura roca. Tras las fuertes lluvias, el único camino de Dushanbe a la meseta de Pamir estaba completamente destruido por deslizamientos de tierra, así que los camiones con el avituallamiento se habían quedado defi nitivamente bloqueados durante varios días.
Además, las tierras altas del Pamir se encuentran a más de 4.000 m y aquello es, por tanto, prácticamente un desierto de altura donde no crece nada. No es de extrañar que el alimento fuera tan escaso como valioso. Un día nos perdimos en el altiplano (a pesar de los mapas y el GPS). Había cientos de sendas nómadas y ausencia total de señalización y tuvimos que pasar la noche en un valle frío y ventoso. Cuando salimos de la tienda por la mañana encontramos a la puerta a una madre nómada con diez niños que nos miraban con curiosidad. Tuve la brillante idea de compartir la comida y hacer una fiesta de nuestro desayuno.
Por suerte, me había guardado en mi bolsa un pan escondido desde hacía semanas que compré en la capital, muy seco y duro como una piedra, pero comestible. Así que, gesticulando como pude, les hicimos partícipes del pan para compartir un desayuno intercultural. La mujer nómada trajo un poco de mantequilla de cabra, pero agarró el pan y desapareció con los niños dejándonos sólo con la grasosa y apestosa mantequilla de cabra. Mi hambre increíble aquellos días era el precio que tuve que pagar por disfrutar de un paisaje impresionante, salvaje en grado extremo, el Pamir. Fue un precio pequeño comparado con la inolvidable experiencia que tuve.
La anécdota
«La mala suerte puede ser buena suerte». Me atrevo a decir que somos los campeones en número de pinchazos por viaje. En cada viaje la media es de unos ocho y no son precisamente consecuencia de malas reparaciones, sino más bien de la sobrecarga en los caminos por los que nos metemos. El viaje a la Patagonia no fue diferente de los demás: ocho pinchazos. El día que tuvimos tres pinchazos seguidos fue memorable, el último justo cuando ya se ponía el sol.
Cuando llegamos a Puerto Natales, en Chile, llovía y soplaba fuerte viento; las Torres del Paine se escondían entre densas nubes, pero nos arriesgamos y entramos en el parque natural. Estábamos seguros de que no veríamos las cumbres, así que nos pusimos como límite estar de regreso a las 12 en nuestra caliente habitación del hotel. ¿Qué podría pasar? Pues que pincháramos.
Maldiciendo y luchando contra el viento arreglamos el neumático, aunque nos tomó más de lo habitual. Mientras conducíamos hacia el sur… otra vez nuevo pinchazo. ¿Qué pasaba con nosotros? Maldiciendo aún más y casi congelados nos concentramos para arreglar el lío de nuevo rápidamente. Fue entonces cuando al terminar y levantar la vista nos salió un largo e irreprimible «ohhhhhh». Casi nos desmayamos al quedarnos mirando cómo unos cuervos salían de detrás de las nubes y las rocas mojadas brillaban al sol con las nubes en jirones arremolinadas en torno a los picos, creando una atmósfera mística.
Gracias a nuestros dos pinchazos nos quedamos más de lo previsto en el parque y eso nos trajo suerte. El tiempo cambió de repente en la tarde y las nubes nos descubrieron la belleza espectacular de las Torres del Paine. Nunca se sabe lo que un pinchazo puede traerte.
Con la cámara
Un día esperando pacientemente a que Clauss acabase de hacer sus fotos, decidí que yo también haría imagen, pero en vídeo, para recordar nuestros viajes. Así que de vuelta en Nueva York compré una pequeña cámara de vídeo para probar. Mimarido, al principio, se tomó a broma mi nueva actividad, pero se quedó impresionado cuando vio mi primera película.
Inmediatamente me compró una cámara Canon profesional y con ésta grabé mi documental de viaje en Madagascar. Desde entonces, he desarrollado una pasión por filmar nuestras aventuras en imágenes en movimiento. He cambiado de cámara en cuatro ocasiones: la primera fue una Canon XM2 en defi nición estándar que cambié por una Canon AH1 que ofrecía por primera vez (en 2007) la mitad de resolución de alta defi nición con formato DV (vídeo digital).
Por desgracia, casi no sobrevivió al viaje de África del Norte: el micrófono se rompió después de una semana de dura carretera al norte de Kenia (Moyale) y la arena dañó el motor. En 2008 me compré una cámara mucho más pequeña, una Canon HF10 Full HD, con chip en lugar de cinta. Perdí posibilidades de zoom, pero la resolución y los colores me convencieron. En octubre de 2010, para un viaje a la Antártida estavez sin moto, pude llevar un equipo más grande de Sony con chip.
En los seis años de experiencia en el rodaje aprendí a hacer un paquete muy compacto de mi equipo de vídeo. Mi bolsa Tamrac se subdivide en varios compartimentos: uno grande para la cámara de vídeo Sony, y en los más pequeños encajo hasta la pequeña cámara Panasonic con un mini trípode de Cullman, dos baterías de repuesto, tarjetas SDHC (10, de 32 GB cada una) y un micrófono.
En los bolsillos laterales guardo una protección contra la lluvia, mi cuaderno de papel, bolígrafos, una lámpara Zippka, crema de manos, auriculares y mi Iphone. Incluso dos barras de labios tienen cabida (el Iphone es perfecto como un espejo). En el equipaje añado una bolsa impermeable de Ortlieb en la que se puede introducir todo el equipo completo en caso de fuertes lluvias. El gran trípode de carbono de Gitzo lo llevo en una bolsa especial en la
espalda o sujeta a las bolsas de aluminio de la motocicleta.
Un consejo: no muevas la cámara y evita las panorámicas, mantén el zoom al mínimo y si estás filmando un objeto móvil, espera a terminar el movimiento cuando se salga del encuadre. Ah, y no te olvides de presionar el botón de «stop» al acabar o tendrás un muy largo montaje en casa.