El clásico de Marc Márquez y el trance de Valentino Rossi

Llegarán secuencias donde sus historias tengan que chocar. Pero eso será otra película.

Nacho González

El clásico de Marc Márquez y el trance de Valentino Rossi
El clásico de Marc Márquez y el trance de Valentino Rossi

Fue, la carrera de Austin, una de esas películas en las que dos historias que apenas tienen nada que ver entre sí, se van cruzando en diversos ‘flashes’ hasta acabar entrelazándose llegada la hora del desenlace.

Fue una película casi de culto, con muchas butacas vacías, lastrada por lo indómito del lugar escogido para el estreno y, sobre todo, eclipsada por la superproducción de estética hollywoodiense que se proyectaba en la sala contigua, protagonizada por un tal Leo Messi.

Con menos presupuesto, pero sin nada que desmerecer en el nivel del reparto, Maverick Viñales y Dani Pedrosa hacían de secundarios de lujo para los dos protagonistas.

(*NOTA: A partir de aquí, ‘La historia de Marc Márquez’ va en negrita; y ‘La historia de Valentino Rossi’ en cursiva).

SECUENCIA 1

Antes de trasladarse al Oeste, la primera parte de la película daba comienzo en Argentina, en una escena de acción sin especialistas en la que un joven llamado Marc Márquez se caía de su moto; dando lugar a un déjà vu de dos años atrás, cuando corrió idéntica suerte en el mismo decorado, entonces provocado por un lance con un tal Valentino Rossi.

Aunque las desavenencias se remontaban a meses antes en Argentina -y habían continuado en Assen-, la guerra con Marc Márquez había estallado en Sepang. Y el viejo Valentino Rossi sabía que no acabaría en Valencia. Que la batalla del Ricardo Tormo, que él tendría que librar desde la retaguardia de la parrilla, tendría consecuencias que se extenderían más allá en el tiempo.

SECUENCIA 2

Su mente recorrió aquella una serie de choques en escenarios tan dispares como Assen o Sepang, más o menos olvidados en un año de vino y rosas para el protagonista; en apenas unos segundos de filme, antes de volver a la caída de Argentina. Eso sí, todo ello sin más trascendencia que la contextualización del presente. Al fin y al cabo, lo único que ya valía.

Vaya si se extendieron. En muchos sentidos. Aquel día, comenzó en lo alto y lo perdió todo. Peor que la propia derrota fue la forma de caer. Por más que se jurase a sí mismo que habría tiempo para una vendetta, la herida abierta en su orgullo precisaba una sutura maestra, y su cicatrización iba a requerir tiempo. Precisamente, lo que a sus 36 años no le sobraba.

SECUENCIA 3

El presente de Marc era la arena texana. ‘Su’ arena texana, donde nunca había perdido un duelo. Cuatro de cuatro, un pleno amenazado por un nuevo rival nombre de pistolero, y más joven incluso que él. Y, sobre todo, por la imperiosa necesidad de ganar para no repetir lo sucedido dos años antes, cuando la caída de Argentina no fue sino el principio del fin.

Pasaron más de un año y dos inviernos. Un año malgastado en parte por esa sed de venganza, que le había inducido a la precipitación, olvidando su seña de identidad. Pero estaba curado. Con la mente clara. Aquella batalla perdida, no olvidada, pero sí trasladada de lugar en la memoria. Recobrando, en dos escenas, esa inteligencia con la que contrarrestaba su edad.

SECUENCIA 4

En un giro dramático de los acontecimientos, era el joven Viñales el que caía a las primeras de cambio. La acción se enderezaba para el protagonista, al que ya sólo su compañero Dani Pedrosa separaba de la victoria. Recobrada la calma, se limitó a ceñirse al guion para rubricar otra actuación memorable y soñar con otra estatuilla rectangular de plata.

En la tercera escena, el protagonista de las dos anteriores, su nuevo compañero, se borraba de la ídem. Era el momento idóneo para cerrar la cicatrización del protagonista, para auparse por encima de todos sus compañeros de reparto, deshacerse del otro secundario de la escena antes de, por fin, recuperar el resuello y verse, año y medio después, en lo alto de la tabla.

SECUENCIA 5 (FINAL)

Radiantes, se estrecharon la mano en el parque cerrado. Era un apretón sincero. Como si sus distintas historias no se hubieran cruzado una y mil veces. Como si sus historias no tuviesen nada que ver, porque en ese momento no lo tenían.

Marc Márquez había ganado ‘su’ clásico, cuando más lo necesitaba, cuando no podía fallar.

Valentino Rossi había salido del trance, un trance que había durado un año y dos inviernos.

Llegarán secuencias donde sus historias tengan que chocar irremediablemente, curvas donde sólo pueda entrar uno, escenas donde la sonrisa compartida no sea una opción. Pero eso será en otra película.